martes, 8 de diciembre de 2015

El vínculo de dos soledades

Vuelvo a este apartado de mi libro como a una necesidad de la que no puedo prescindir. La lectura es siempre bienvenida y los libros no escasean por aquí. En mis oídos, mientras tanto, resuena una música lúgubre a tono con el día gris que hace hoy. Las novelas no siempre tienen por qué narrar hechos, vertiginosas cadenas de hechos que se suceden unos a otros sin sentido ni fin, así como la vida. La vida en sí misma no tiene esa necesidad de cambio y dinamismo constante. A veces partimos apaciblemente de viaje para vernos el rostro impasible reflejado en el agua de algún río en los confines de Europa, simplemente para mirarnos como nunca antes nos habíamos visto. Es muy fácil mirarse a través del reflejo que proyecta el vidrio reluciente de otros ojos, pero mirarse en el espejo escurridizo de la corriente que se aleja, sin intermediarios, eso es lo difícil.
 
Sin embargo y pese a lo dicho, no es lo que vamos a hacer ahora. Ahora vamos a mirarnos a través de una novela corta, con poco movimiento y mucha reflexión: El vínculo de Eduardo Mallea. Para esto procuraré valerme de todo tipo de argucias literarias para evadir la fatal tentación de desvelar el descenlace.
 
Pinas y Gerardo son dos caras de la  misma moneda. Son grandes amigos, de necesidades básicas cubiertas. Sus mayores desencuentros los reciben de la mano de su disparidad de caracteres, pero en esencia, la materia de su pensamiento, es básicamente la misma. ¡Qué gran hallazgo, el suyo!
 
No quiero plagiar en demasía, no quisiera incurrir en dicha infracción (¿o "plagiar" es acaso un delito?) pero no puedo dejar de aludir a lo que en la introducción llama Enrique Azcoaga "narrativa noticiera". Bien sé que hay literatura para todos los gustos y no me voy a detener en explicar las bondades de la literatura que no es un rosario de hechos sin concierto (rosario que abunda, muy a mi pesar, en las narrativas contemporáneas) pero me posiciono desde ya, y para que nadie tome desprevenido la elección siempre conservadora de mis lecturas. Dice Azcoaga "El realista descarnado, para quien la vida puede reducirse a una especie de nómina, diseca la realidad sobre la que trabaja" y también "Narrar (...) no es iluminar un tema repasándolo en sus menores detalles externos, sino partir de la penetración del mismo hacia un entendimiento de la vida (...)". Dice también "Los antropófagos, alejados de cualquier inquietud y con un corazón más bien pobre para entendernos, construyen el castillo de naipes de su novela muy lejos de la personalidad creadora a que extrañamente se debe, valiéndose nada más que de cierta habilidad expositiva". Pues bien, Mallea, afirma Azcoaga, "añade una 'dimensión moral'".
 
Pinas y Gerardo son dos amigos que "con tenacidad equiparable, habían protegido, cultivado la delicadeza, el sobrio decoro de esa amistad". Amigos que desde la adolescencia profesaban una relación fraternal y no excenta de formalidades. Aunque al principio parecía desdeñosa, la tía Ifigenia demostró pronto cierto interés por Pinas. Gerardo es descrito de una forma la mar de interesante, y al describirlo a él, Mallea, con gran habilidad, nos perfila a cada uno de nosotros:
 
"Cualquiera diría que un alma así estaba destinada a ser querida. Sin embargo, este hombre amable ponía entre él y las gentes un compás de frío, una distancia, una dimensión deshabitada que ni él ni los otros podían franquear fácilmente. Frente a él, uno se sentía reducido a ser, irremediablemente, uno. Imposible establecer esas comunicaciones a que la plena amistad se dirige y que se definen por paliar nuestra unicidad y permitir que en el corto momento que pasamos en la vida, algo nos salve, por algunos segundos, de no ser más que nosotros solos (...)."
 
Las diferencias de caracteres se describen tan acertadamente que parafrasearlas sería un crimen literario:
 
"Pinas confería a la existencia misma, a los hombres, al mundo, su crédito íntegro: les entregaba las llaves del arco. Esta disparidad de carácter establecía entre los dos amigos la siguiente situación: mientras Pinas se dirigía a la vida externa demasiado de prisa, Gerardo se quedaba atrás, ponderando, no precisamente desaprobativo pero mirándolo todo con cierta reconvención tácita en los ojos, velada la frente por la influencia de quién sabe qué sombra catónica."
 
La clave (o llave) para comprender el desenlace fatal se encuentra en el sueño premonitorio que tiene tía Ifigenia, y aunque no le dieron crédito al principio, luego tuvieron en cuenta los sutiles velos que envuelven la realidad oculta tras el sueño:
 
"Las otras noches he tenido un sueño premonitorio. ¿Cree usted, señor, que yo sueño con rosas? ¡Bah! Ya pasó esa época. Sueño, mi amigo, con dagas, asesinatos, cadáveres de ahogados, espinas clavadas en órbitas humanas y señoritas que se enjuagan de noche las manos teñidas de sangre de novios tiernos. ¡Conque ya sabe! Y la otra noche, la otra noche he soñado que Gerardo y usted se acercaban al mismo tiempo a cortar en un jardín una pasionaria, de cuyo tallo surgía de golpe una hoja de borde tan filoso, tan filoso que las dos manos -las manos de ustedes dos- quedaban rígidas, horizontalmente agarradas a la vara creciente..."
 
Tras esta confesión onírica (hay quienes dicen que ciertos sueños nunca hay que contarlos, aunque yo siempre lo hago, a cuenta de mi propia vida) les afirma que "algo los unirá siempre". Esas uniones, aunque invisibles, son fácilmente detectables, aunque nos restaría preguntarnos qué significado se desprende de esos lazos sutiles pero perceptibles.
 
En el relato no faltan descripciones de reflexiones complejas y sentimientos; entre ellos, esta joyita pictórica sobre el odio:
 
"Ciertamente, la vida tiene pocas sorpresas. La indiferencia, la distracción, el desconocimiento, pueden cambiarse en amor; el odio no. El odio no progresa más que en términos de odio. Las palabras tienden a combinar los colores, las relaciones, las tensiones, los matices establecidos en el espectro de los sentimientos; pero la vida humana no conoce más que colores simples. En la vida el negro es negro; y cuando nos hayamos cansado de manipular con las probetas, probando, mezclando y combinando colores según los gustos de nuestra fantasía o de nuestra necesidad, estará él esperándonos a la puerta del laboratorio, más irreductible e igual a sí mismo que la primera vez que lo vimos."
 
Al final, debido a circunstancias de la vida, los dos amigos, tras una larga separación se reencuentran y tienen una conversación en donde sus dos caracteres, en apariencia opuestos se equilibran, por dispares, son parte de una unidad:
 
"-Se trata- le explicó- de una cosa muy sutil y muy singular. Es como si yo hubiera abolido, ¿cómo decir?, mis oposiciones. Como si yo, de pronto, hubiera volteado esos obstáculos anímicos que se interponen entre uno y las otras modalidades humanas. La imagen que yo ahora tengo es exactamente la de haber volteado obstáculos, motivos, causas de oposición. Experimento a esta altura una necesidad de fundirme hasta con aquello de lo que estaba más separado. Pinas le dijo- hablaban jovialmente- que a él le sucedía exactamente a la inversa, y que las cosas y los seres que le eran antagónicos, cada vez hallaban en él un eco más diverso y una paciencia menos dócil. - Casi creo que estoy aprendiendo a detestar, y que lo de antes no eran más que tímidas tentativas de desacuerdo. -No; a mí no me pasa eso- insistió Durán. Su voz asumió cierta llana tristeza. Aclaró-: Lo que yo experimento es, veamos, una suerte de pacificación."
 
Finalmente, Pinas sigue el camino que le marca Gerardo y ya al final de la novela hay un vaivén de personalidades encontradas, un baile de caracteres que se ceden el paso entre sí por turnos:
 
"Cierta diferencia, cierta indiferencia, se había filtrado visiblemente en su trato con los demás. Lo veía. Durante dos o tres noches dejó que la sensación resbalara sobre sí, invistiéndose él de esa especie de protectora indolencia con que a veces  nos defendemos de las cosas molestas."
 
"(...) su realidad más interior, más verdadera, ya estaba sin contacto con los sucesos, los cuales se alternaban a su alrededor en una danza cada vez más distante, cada vez más lejana, en una suerte de ronda envuelta en ecos de ecos de ecos."
 
Pero más tarde..."Se echó a la calle; llevaba la vista ardiendo de necesidad de un hallazgo que le diera, en cualquier alma, en cualquiera, el toque de tierra."
 
Mallea alardea del dominio del lenguaje. Eso sí, sin megalomanía y con mucha humildad. Empuña la afilada espada de la reflexión incluso en lo que a la descripción de la conversación se refiere, a ese "desvelar" los guiones secretos que motivan los intercambios lingüísticos: "Cayeron de inmediato en una de esas típicas conversaciones suyas, prontas a ser guiadas por corredores imprevistos y donde la sorpresa de un hallazgo o el acierto de una inesperada callejuela dialéctica les producía cierta desproporcionada complacencia."
 
Y siguiendo con el tema del lenguaje, que por lo demás es apasionante, deberíamos hacernos cargo de que el enunciamiento de las propias obsesiones son una forma efectiva de aniquilarlas:
 
"Había concebido siempre la conversación como un expediente catártico: las sujecciones y enlazamientos a que su antigua soledad lo reducía sumiéndolo en agotadoras luchas de silencio con las formas nocturnas de sus obsesiones, hallaban en la conversación su vía liberativa, y él, amparado en la compañía ocasional del interlocutor, ensayaba aniquilarlas al enunciarlas."
 
Los seres no somos unicidad con variaciones, no. Somos entes diversos sin continuidad ni relación. Las existencias son plurales, no cambiamos "en nuestros accidentes, del modo, por ejemplo, como cambia una serpiente la piel, sino que nos sucede como si la serpiente, al cambiar, cambiara radicalmente de ser".  Una reflexión interesantísima, desde luego, que concluye del siguiente modo no menos atrayente: "Ahora contemplo mi existencia como una verdadera sucesión de existencias cuyo fruto no es la unidad tranquilizadora típica de un solo único, sino el complejo inquietante de muchas personas que me miran desde sus ángulos cruzados".
 
Y aunque no queramos, (y no queremos) la magia siempre estárá presente en nuestras vidas, algunos somos víctimas de los misteriosos designios de lo oculto, otros, intérpretes y otros, aún más lejanos de nosotros, ejecutores: "Las excentricidades de la superstición habían dejado a Pinas siempre indemne. Nunca creyó en adivinos, en magos; nunca creyó en supercherías premonitorias; nunca creyó en los símbolos ocultos de los sueños; en una palabra, jamás prestó crédito a lo sobrenatural". Por lo menos esto era así al principio.
 
Ahora una cuestión baladí pero simpática...¡cómo no se me había ocurrido en toda mi vida ponerle nombre  a las manchas de humedad que súbitamente aparecen, incubadas como por un útero invisible pero real! Por poco significativa que sea en la narración, "la pequeña Duffy" merece que la nombre. Como soy poco original, buscaré alguna mancha a la que nombrar, para que al hacerlo pueda existir. Esto es posible porque la soledad compensa en gran medida y Pinas, es un ser solitario que pese a ofrendar el sacrificio de su soledad, gracias a esa unicidad obtiene a cambio la recompensa de ser "a la par, su oficiante y su Dios. Y el cielo de los solitarios está siempre volado de pájaros secretos, de figuras, de números, de formas".
 
La sonoridad explicada como una vibración que produce la persona a su alrededor es una cualidad propia de la gente vital:
 
"Caminó, pensando seriamente que quizá el signo más sensible de verdadera vida resida en la sonoridad que un espíritu suscita en la otra gente. A mayor sonoridad, mayor vida, y viceversa; no contemos con los solitarios que se abrazan desesperadamente a una especie de opacidad suprema, en aras de otros sones ajenos a este mundo: con los que se abrazan a la experiencia mística."
 
Al final, cualquier excusa es buena para revolver dentro de las aguas opacas de uno mismo. Cualquier libro, cualquier película, cualquier pintura. Todos nos reflejan si queremos. Son una parte de nuestro ser en el mismo momento en que son admirados, por eso admiramos la belleza de las cosas, de las personas y por qué no, de las ideas. El vínculo de unión entre Pinas y Gerardo seguirá siendo invisible, apenas perceptible, así como muchos otros vínculos que nos rodean, que nos atrapan, que determinan nuestros pasos sin siquiera sospecharlo.



jueves, 3 de diciembre de 2015

"Rosshalde" de Pérez-Reverte*

(*Aclaración para las mentes más densas: Rosshalde es una novela de Hermann Hesse, el título es pura ironía).
 
 
Bien, tan sólo a nivel testimonial y todo lo escuetamente posible que me permita la indignación desmesurada que ahora siento, voy a referirme a mi última lectura. Me refiero a ella pese a lo dicho anteriormente por dos motivos: el primero de ellos está relacionado con la celebridad justamente ganada de su autor, escritor al que admiramos profundamente los amantes de la literatura y de la belleza; el segundo motivo es que tras dedicarle cierto tiempo no me pareció "justo" dedicarselo  a formas descuidadas a tal punto (ya sé, hoy parezco una niña pequeña blandiendo la espada de la justicia como un juguete).
 
Rosshalde es uno de mis descubrimientos en la librería para la que trabajo. Fue un objet trouvé desde el preciso instante en que mis ojos tocaron la luz que reflejaban sus tapas blandas multicolores. La exhibí orgullosa, antes de leerla junto con otros hallazgos propios de mi actividad, hasta que hace unos pocos días comencé su lectura en medio de los traqueteos inquietos de la línea 1. La fui descubriendo, obligada por mi mente rebelde, que siempre piensa a deshora en lo que es inútil. Pensé: "Belle, sería útil si terminaras de leer esta excelente novela antes del próximo fin de semana. Esto sería ideal porque atendiendo a tu maravilloso instinto de lo inmediato podrías dar algunas pinceladas en tu blog que permitan a otros apreciar la cara oculta de la obra de Hesse". Todo en vano.
 
Desde luego es una novela de Hesse y eso es decir más que muchas cosas. Por ejemplo, hoy tomé el disfraz de lectora interesada en las últimas páginas de una novela de Pérez-Reverte. Nunca había leido nada de este autor salvo un cuento muy bien escrito. Me pareció que se hablaba muy mal de un escritor muy bueno. A todo esto, debo decir que soy una de esas personas que suelen tener, por norma general, prejuicios, todos ellos positivos, lo cual no deja de hablar mal de mí, puesto que "el miedo no es zonzo" como decía mi abuela y la verdad es que el miedo es el padre de todos los prejuicios.
 
Temía caer de bruces en mis propias críticas, por eso siempre quise pensar bien de los autores a los que leía (este es el motivo de que algunos autores me estén vedados). Debo decir que soy una lectora de finales nefasta. Voy a explicarme en seguida. No puedo evitar hacer comentarios que arrastran al oyente fuera de la narración. Este arrebato también me embiste cuando miro películas acompañada. Me dedico a destrozar los diálogos, a participar en la película. No puedo soportar no ser el centro de atención, es una enfermedad que me visita algunas veces pero con mucha intensidad.  Hecha esta digresión totalmente innecesaria pero simpática os pregunto ¿qué pensaríais si cogiendo la penúltima página del libro en el párrafo número dos, leéis "caminaban a pie"? Una reacción hilarante le siguió a la lectura en alto de estas palabras. Mi compañero lo defiende de la siguiente manera: "así personifica el lenguaje impreciso del soldado". Bien, quisiera creérmelo pero descreer es un sano ejercicio en los tiempos que corren.
 
Ahora bien ¿qué tiene que ver Pérez-Reverte con Hesse? Tienen en común que el lenguaje mal utilizado, mal elegido y el atrevimiento a destiempo pueden costar caro. Porque para mi desgracia no estaba leyendo Rosshalde de Hesse, no. Estaba leyendo la destrucción de Rosshalde a través de la terrible traducción del profesor E. Ávila Etc. (no quisiera herir sus sentimientos aunque él sí ha herido mi sensibilidad con sus palabras poco meditadas).
 
Muchas veces dije que a veces es mejor callar porque las palabras dichas sinceramente pueden no ser las adecuadas y conspirar contra la verdad más que las propias mentiras. Dicha idea la llevo a su máxima expresión en mi vida cotidiana, y lo hago por amor a la verdad. Esta traducción de Hesse es un ejemplo diáfano de ello. Una traducción mala deprecia la obra, incluso puede arruinar una obra genial. Y como prefiero los actos porque son en sí mismos y no necesitan explicarse, cosa que las palabras nunca podrán ser (salvo algunos tipos de actos lingüísticos que aquí no vienen a cuento) me avengo a mis otras lecturas de Hesse para asegurar que, pese a la dislocada apariencia que transmite esta traducción de Cía. General de Ediciones de 1978, Rosshalde merece muchísimo la pena y atención por parte del lector.
 
La novela perfila la historia familiar de Veraguth, un pintor de fama mundial que, a pesar de su excelente trayectoria y gran porvenir como artista lleva una vida solitaria y mezquina rodeado de una mujer que lo evita y de un hijo que lo desprecia. Su única alegría es Pierre, el hijo menor de ambos, que dibuja una sonrisa en el rostro del pintor cada vez que irrumpe impetuosamente (como, por otra parte conviene a su edad) en el taller apartado de su padre. Veraguth recibe la visita de su amigo Otto, que lo convence de que abandone Rosshalde y parta con él de viaje hacia Oriente. Los acontecimientos se desenvolverán (siempre de manera casual, como todo en esta vida, no nos creamos que es una argucia certera del Hacedor que no tiene nada mejor que hacer que maquinar secretamente destinos perfectos para nosotros) de modo que al fin el pintor decide irse de ese lugar para comenzar una nueva vida (aunque esta nueva vida quede fuera del libro que nos ocupa hoy).
 
Las descripciones son trazos de oscuro carboncillo, que luego se van rellenando con pinceladas suaves de coloridos detalles que no puedo dejar de relamer una y otra vez, cada vez que paso inadvertidamente las yemas de los dedos por las páginas, intentando evocar, prendida de una concentración sutil y como si tocando las oraciones pudiera reconstruirlas, la realidad que hay tras estas abstractas representaciones que son las letras.
 
Las alusiones a la pintura son recurrentes:
 
"Lo incierto de esa luminosidad había despertado el eco de su alma de artista. Hasta entonces se había conformado con logros estéticos basados en una técnica analítica. Esta vez se enfrentaba a un reto pictórico, muy hermoso y poco común. En realidad, no se esmeraba en resolver dificultades técnicas o en plasmar una imagen fiel de la propia escena, sino que íntimamente sentía haber logrado descorrer, momentáneamente, el velo enigmático e indolente de la propia naturaleza y hacer surgir a la superficie un soplo de lo real y verdadero."

 
"- Escucha- prosiguió Veraguth-, todavía sigo con el deseo de pintar un ramo de flores silvestres como aquellos que juntaba mi mamá y que nunca he vuelto a ver. Ella era genial para eso, siempre animosa y alegre como una criatura, siempre cantando y moviéndose con su natural ligereza, y tocada con su gran sombrero de paja. Así es como la veo en mis sueños. ¡Ah! mi anhelo es pintar ese ramo de flores con toda la gama de matices de las florecillas del campo, ensartando algunas gramíneas y espigas; pero todos los ramos que he llevado al estudio no se parecen al tipo tan esplendente del hecho por mi madre. Ella tenía sus predilecciones, no gustaba de flores demasiado blancas, sino los ejemplares de raros matices, de tenues tonos de lila; pasaba tanto tiempo escogiendo, y había tan gran variedad..."

 
No quedan fuera de la novela las reflexiones sobre la felicidad, común denominador de la literatura de Hesse, por ejemplo en las interesantes conversaciones que mantienen los dos amigos:
 
"-Todo el que tiene fe y esperanza lo logra [ser feliz]- exclamó Otto-. ¿Y tú qué esperas, ya tienes éxito, honores, dinero? Lo que no sabes es lo que es la vida, ni el gozo ni la alegría. No, nada esperas, y eso es monstruoso, Johann. El que no quiere curarse una llaga maligna es un cobarde..."

 
Finalmente, Rosshalde es un lugar metafórico. Una alegoría de todo aquello a lo que hay que renunciar sin remedio porque es parte del pasado y está descuidado (como en la primera descripción que hace del jardín inconmensurable que rodea la finca):
 
"-Tienes que hacerlo- comentó Otto con aire de tristeza-. Es algo muy lamentable, pero tendrás que hacerlo. Despójate de todo el lastre en tu vida. Tienes que comenzar de nuevo para que veas el mundo tal y como es. Olvida lo pasado, todo depende de tu decisión, pero si quieres seguir dentro de esta cárcel, puedes estar seguro de que siempre estaré a tu lado cuando me necesites."

 
La expresión de los sentimientos es una constante. Una comparación divertida la hace Veraguth cuando habla con su criado al que le explica que es un gran artista sólo porque no tiene un rabo que menear:
 
"-La cosa es sencilla. Los perros, gatos y otros animales inteligentes tienen su rabo; es un apéndice de gran movilidad con el cual se expresan, sugieren su estado de ánimo, lo que piensan o lo que sienten. Pero como el hombre no tiene rabo, necesita del artificio de los pinceles, del piano o del violín para manifestarse..."


Bien, yo agregaría a esta lista reducida de artificios, la pluma, el bolígrafo o para ser más exactos el teclado del ordenador. Las palabras importan, pero no lo son todo. Las palabras son significativas cuando secundan a los actos. Todo el misterio de una palabra se desvela en el acto circundante. Los hechos hablan más que las propias palabras. Más que la escalofriante traducción que llegó a mis manos y más, mucho más que los infantiles escarceos de Pérez-Reverte con la narrativa.


 
Y colorín colarado, este trago se ha acabado (y siendo consecuente con todo lo dicho, me voy corriendo a preparar otro).

jueves, 19 de noviembre de 2015

Versión libre de "La peste" de A. Camus


La peste nos persigue. Sale de su continente y amarillea las páginas, carcome la tímida tinta de edición barata (la única que tenía mi proveedor de literatura vieja), hostiga los afilados bordes de las hojas y descalabra el encolado de mala calaña que mantuvo unidos los pliegos otrora.
 
A pesar de estas vicisitudes me sumerjo en la lectura, me sumerjo en un océano de pestilencia. Rieux tal vez pueda salvar esta edición proletaria destinada como mucho a una lectura ¿quién sabe? La lectura es ágil, pero la reflexión, lenta. Los hombres son los protagonistas de esta ciudad-isla en la que las ratas salen a morir desde que despunta el día y no paran de aparecer por todos lados, tambaleantes. Al principio es tan solo una curiosidad, una anécdota. Las ganas de sorprenderse por algo inundan la ciudad de Orán, y nos encontramos con que el tema de conversación primordial son los roedores inmundos. La realidad es que sin saberlo ya nos están contaminando: sus pulgas esparcen las semillas del mal y nos hieren de muerte. Una rata no hace la peste, no. "Menos mal", suspiramos aliviados. Pero si al pasar los días vemos como la película se nos empieza a hacer repetitiva, si al mirar por la ventana abierta advertimos una montañita de cadáveres, ya nos empezamos a preocupar y en consecuencia, cerramos la ventana. Pasan las semanas y en la ciudad no se habla de otra cosa...la novedad de las ratas. Ratas saliendo de la podredumbre de las alcantarillas "¿Por qué saldrán a la superficie para morir?" Un pensamiento pesimista inunda nuestras mentes: "Si las ratas están muriendo es porque algo no muy bueno debe estar cociéndose en las entrañas pétreas de la ciudad." El infierno. (Las páginas se despegan y se caen al suelo. Me arrodillo tan solo para recogerlas y ponerlas en orden).
 
Sigo leyendo, los médicos se temen lo peor. Cuando menos te lo esperas empiezas a ver cómo son almas humanas las que caen impotentes ante este nuevo mal. El primero en caer es el portero del edificio de Rieux, en otro orden de cosas, el guardián del espacio privado del protagonista. Luego de analizar los signos (como si fueran designios estelares) Castel y Rieux están de acuerdo en que se trata de la peste bubónica. Los apestados intentan arrancarse inútilmente los bubones entre fiebres y delirios. Luego de mucho sufrimiento, el apestado, agotado por el cansancio físico que consiste en la lucha contra el dolor, se desploma inerte. Así de contundentes son las cosas cuando arrecia una epidemia.
 
Las fronteras deben cerrarse. Los habitantes sospechosos, aislados. Todo bajo control. Cada elemento en su cajita. Cada cosa en su lugar. El orden es necesario para preservarnos del caos. Y aun así, con todas aquellas medidas concienzudamente tomadas, la enfermedad se enloquece en el encierro. Ya tiene su comida dispuesta y pierde los sesos en el proceso de devorarla.
 
No hay nada que hacer. La peste tiene que desarrollarse. Mientras tanto, Castel estudia y experimenta con un nuevo suero que tal vez pueda aplacar la ira desbordada de la nueva cepa. Rieux se dedica a curar a los enfermos. Al principio, demás está decir que no obtiene grandes éxitos pero es un engranaje más en la cadena de curación masiva. Yo estoy bien, pero me he vuelto paranoico. Los gatitos ya no se acercan a mi ventana, y aunque sigo echando papelitos de colores por la terraza, ya no aparecen. Esto me pone muy triste. La diversión es poca para un viejo como yo. Un día de estos saldré a la calle y me contagiaré a propósito y luego correré por la ciudad como un loco gritando: "¡Tengo la peste, SOY la Peste! ¡Tengan piedad de mí, ya no tengo gatos a quienes escupir, la peste lo ha devorado todo, todo, hasta el más sencillo de los placeres ordinarios!". La gente que a mi paso se encuentre se apartará, horrorizada. Me acercaré para abrazar a los niños y contagiarlos de Muerte precoz. Las madres huirán cobardemente abandonando a sus criaturas al azar absurdo de la suerte y los pequeños llorarán a gritos rodeados de complicidad y degeneración. En un momento, un grupo de policías uniformados abandonarán a toda carrera una furgoneta. Los "sentidos comunes" vestidos de hombres del orden  correrán hacia mí enfurecidos y me darán una paliza inolvidable, no sin antes asegurarse de que no me tocan directamente los bubones que ya empiezan a tornarse verdinegros. Y me dejarán tendido en el suelo antes de que exhale el último aliento. De mi boca surgirán caminos irregulares de sangre negra que empapará el polvo imprimiendo una figura inaccesible.
Así acabarán mis días, gracias a la peste.

El Sol, sin embargo, seguirá su camino de arco triunfal inaugurado, y la peste de Orán, como muchas otras, con un poco de esfuerzo y paciencia, desaparecerá. Es el sino de la raza humana, doblegarse a lo incontrolable hasta la destrucción para así aniquilarse como mi edición de Edhasa de 1977, arquetipo perfecto de la obra que se trasciende a sí misma, del contenido que impúdico, se desborda.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Dies irae, un modelo para armar

Bien, la vida me sonríe al fin. Me he podido hacer con algunas adquisiciones interesantes. Mi traficante de libros se ha transformado un poco, pero para bien. Se ha calzado una capa de coloridas sorpresas y se ha puesto un sombrero extraño que no alcanzo a definir. En los bolsillos guarda terrones de azúcar que le gusta regalar a las hormigas. Mi traficante (mi Providencia) que siempre piensa en mí y nunca me abandona, me lleva por caminos insospechados siempre y esta vez me ha conducido a un páramo florido que permanece virgen en un cruce de caminos (lo que es decir mucho). Allí me detendré a descansar, esperando que ningún pájaro hablador interrumpa mi descanso. Me entretendré con las flores que allí crecen, diversas todas como la capa de mi Providencia caprichosa, y me pondré a deshojar tréboles, contando, como si fuera la primera vez, los fríos corazones verdes.

***
 
Mientras así procedía, me encontré con esta flor, ¡oh, Providencia! Gracias por no olvidarte de mí, me despojas del andar, pero a cambio me das estas flores, estas flores para oler, oler y oler sin esperanzas, un intento de aprehender un aroma sutil pero intangible. La exégesis de sus pétalos me indujo a matarlas. Las miré destellar entre mis dedos de niebla, marchitos por última vez.
 
Mi Providencia, que me rasga y que me cura, no tiene piedad de mí, da palos de ciego y el mismo día que me dió, me quita, y el mismo día que me da la vida, me mata o me hace matar. Y es así como llegué a este páramo  oscuro, iluminado por esta luz proveniente de una estrella indiferente o tal vez sea una farola infame y fue aquí donde encontré a Andreiev.
 
No lo conocía, hasta que apareció. Alguien lo presentó de modo muy loable y me interesé por él: "uno de los más grandes maestros de la literatura rusa moderna, acaba de morir -dijo con voz sentenciosa- a la edad de cuarenta y siete años", anunció con un aire un tanto trágico. Leo surgió del umbral de la encrucijada como un fantasma,  se puso a hablar con una voz muy dulce, y suavemente me susurró al oído. A medida que iba desatando su voz, más me iba encantando, y sus palabras invocaron la sal de mis ojos. Parecía poseído por un demonio. Dijo:
 
"Lo he hecho en la esperanza de que no tardará otro temblor de tierra en derribar vuestra ciudad, no dejando en pie ningún muro, y entonces mi piedra caerá en la cabeza a mi carcelero y grabará en sus sesos, blandos como la cera, mi canción, como el sello del rey, como un nuevo y colérico mandamiento. Así, con mi canción grabada en los sesos descenderá mi carcelero a la tumba. ¡Eh, carcelero! no me importa que cierres las orejas: ¡pasaré por tu cráneo!"
 
Sus palabras me impactaron. Al principio no entendía qué le pasaba. Parecía que hablaba con alguien más y no conmigo, estaba frenético. ¿Qué te pasa, Leo? ¿es que tienes miedo a la Muerte? No te agobies, la muerte con su fúnebre crespón te aliviará, sé de lo que hablo. No temo por mí, Belle. Temo por mis hijos. Le dije que por sus hijos no temiera, que yo los cuidaría, que yo los alzaría muy alto, para que crecieran al amparo del dorado sol. Y eso me propongo hacer. Quiero alzar a sus hijos. Alzarlos muy alto para que puedan tocar el sol con sus dedos finos y amarillentos de traducción primeriza de 1932. Estas páginas que ahora me miran a mí, páginas que han soportado comentarios prosaicos en lápiz tembloroso y fascista. Los borraré. Los borraré con mis palabras idólatras. Porque amar es elevar y elevarse, y esto es lo que pretendo.
 
 
Me dijo que a sus camaradas los fusilaron unos soldados, "sólo te pido que no te persignes y que no mandes decir misas en su memoria, lo que sería peor todavía, pues no les gustaba eso a ellos (...) haz todo lo que se te antoje, menos mandar decir misas: no les gustaba eso a los pobres".
 
La libertad se le hacía increíble, demasiado hermosa para poder existir y no se atrevía a llamarla: "Es peligroso llamar a la libertad: mientras uno se calla, la vida es soportable; pero si uno se determina a llamar a la libertad, aunque sea con voz muy queda, hay que lograrla o morir".
 
¿Sabes, Belle? Después de estar tanto tiempo encerrado, me daba miedo alejarme de la cárcel. Tenía como un imán, que me atraía y me impedía volar lejos, el hombre es un animal de costumbres y la cárcel es un sitio cómodo llegado un punto; sin embargo, cuando al fin eres libre, sientes un aluvión de sensaciones poderosas. Pero entonces... ¿Entonces, qué, mi querido y nuevo amigo? pregunté. Y sus palabras resuenan en mi cabeza desde entonces, no puedo olvidarlas y son alimento para mi rencor. Dijo...
 
"Te costará más trabajo doblar una brizna de paja que a él doblar tres rieles de hierro formando haz. Te costará más trabajo levantar y llevarte a los labios una taza de agua que a él levantar un mar entero, sacudirlo, agitarlo, coronarlo de espuma y verterlo sobre la tierra. Muerde una montaña con más facilidad que tú un terrón de azúcar. Rompe tres cables metálicos trenzados en uno con más facilidad que tú un hilillo podrido. Te cubrirás de sudor y te pondrás como la grana si intentas deshacer un hormiguero con un palo, y él es capaz de destruir toda la ciudad de un solo golpe. Levanta en alto un buque, como si fuera una piedrecilla, y lo estrella contra la costa. ¿Has visto fuerza semejante?"
 
Se me cortó el aliento. La sangre me hervía, bullía en mis venas como si fuera un caldo enloquecido, imposible de templar. No dije nada. (¿Qué decir?) La impotencia me carcomía y me recorría el cuerpo la urticaria de la indignación. A partir de aquí mis facciones se endurecieron. (¿A quién quería agradar, pues? Allí no había nadie más que yo y el fantasma de Andreiev). Pero de pronto, sin siquiera volver a mirarme se le iluminó el rostro. Parecía que miraba a lo lejos, que observaba un paisaje amable que yo por más que me empeñara no podía ver:
 
"Si yo recogiese por el mundo entero todas las buenas palabras que usan los hombres, todas sus tiernas y sonoras canciones, y las lanzase al aire alegre; si yo recogiese todas las sonrisas de los niños, las risas de las mujeres no ofendidas aún por nadie, las caricias de las ancianas madres de cabellos blancos, los apretones de manos de los amigos y con todo ello hiciese una corona inmarcesible para una hermosa cabeza; si yo recorriese todo el haz de la tierra y recogiese cuantas flores hay en los bosques, en los campos, en las praderas, en los jardines de los ricos, en las profundidades de las aguas, en el fondo azul de los mares; si yo recogiese cuantas piedras preciosas brillan en las hendeduras de los montes, en la obscuridad de las minas profundas, en las coronas de los soberanos y en las orejas de las grandes damas, y con todas hiciese una montaña fulgurante; si yo recogiese todas las llamas que arden en el universo, todas las luces, todos los rayos, todos los brillos, todas las auroras, y con todo ello hiciese rutilar los mundos en un grandioso incendio, ni aun así podría glorificar tu nombre como se merece, ¡oh, libertad!"
 
Las lágrimas acariciaron mis mejillas suavemente. Gracias, Leónidas, por tus palabras. Puedo petrificar mis facciones, pero mi espíritu sensible está a merced de tu luz. Me has emocionado, has movido algo que guardo muy celosamente en lo profundo de mi estuche. No diré que es tu alma, Belle. Ya lo sé, son mis emociones, mi humanidad. Quiero decirte algo al respecto, algo importante que no debes olvidar, unas palabras de un amigo al que también fusilaron los enemigos de la libertad:
 
"Tampoco el fuego se puede encerrar (...) si quieres estar tranquilo, apágalo muy bien, pero no lo encierres. Encerrado en la piedra, en el hierro, en el vidrio, se escapará cuando en tu casa suceda una desgracia. Tu casa se habrá desmoronado y tu vida se habrá extinguido, y el fuego arderá solo, sin haber perdido nada de su ardor, nada de la fuerza de sus llamas".
 
Me dijo que amaba la noche ¡igual que yo!, pensé. La noche nos consuela con sus sombras. La luz del día hiere, los dorados y punzantes rayos de sol ciegan. En la noche todo es amable. Las penumbras son como algodones que danzan tranquilamente en las paredes, como nubes de otro mundo. Y el silencio nos arrulla con su sencillez, nos hace únicos e irrepetibles, nos hace dueños absolutos del instante. Por si esto fuera poco la luna nos acompaña, nos vigila con tierno semblante y podemos hablarle como si fuese un Dios visible, como si fuese una madre amorosa. "La noche entra hasta el corazón", dijo. Es verdad, la noche nos comprende, es un confesor taciturno y distante que sin embargo nos abraza con su luz tenue como hecha de tules.
 
"Basta tocar el árbol para que caiga al punto una naranja en sazón y la siga otra y luego otra. Una buena naranja es como un pequeño sol. Y cuando hay muchas naranjas, le da a uno ganas de sonreír, como si un hermoso sol luciese. Las hojas son obscuras como la noche tras el sol, o más bien de un verde profundo. Pero no; son sencillamente verdes. No hay que decir mentiras".
 
Las palabras son mentiras todas ellas. Las palabras son una mera representación de las cosas, pero no son las cosas y una palabra no puede contener más que una pequeña porción de esencia verdadera, por eso pienso que hablar es mentir. Las verdades fundamentales no deben decirse para no trivializarlas, para no corromperlas con la mácula de las representaciones fónicas inacabadas, que es lo que son, al fin y al cabo, las palabras. Son cárceles abominables. Sueño con un idioma cuyos sonidos representen a la perfección aquello que evocan. Ese lenguaje existe, me dijo. Ese lenguaje es la música.
 
"¡Pero no creo en tu cárcel, oh, hombre; oh, amo! ¡No creo en tu hierro, ni en tu piedra, ni en tu fuerza, oh hombre; oh, amo! Lo que yo he visto derribado no volverá a alzarse jamás."
 
Yo tampoco creo en las cárceles. Y de hecho, creo que tú no deberías estar leyendo esto.
 
 

martes, 13 de octubre de 2015

Der Golem: el significado de lo oculto

Lo fantástico siempre es actual. No importa cuánto nos adentremos en la maravilla de la técnica, siempre hay espacio para lo increíble, aquello que parece imposible y que soñamos. La idea de que el macrocosmos puede ser modificado por medio del microcosmos es muy común en la magia, que se rige por la analogía, y habla de ella Eliphas Lévi en su libro La alta magia:

 

"El hombre es el microcosmos o pequeño mundo, y según el dogma de las analogías, todo lo que está en el gran mundo se repite en el pequeño."

 
Un buen ejemplo de este principio se puede apreciar en Der Golem (1920) película muda (debe ser porque soy muy habladora que me gustan tanto las pelis en donde nadie habla) obra del expresionista alemán Paul Wegener, quien además de dirigirla hace de gólem. La trama pone de manifiesto esta afirmación que hemos citado antes: a través del microcosmos el macrocosmos puede ser modificado. La alquimia de entonces es la que hoy en día puede equipararse, salvando las distancias, a la física cuántica y sus misterios.
 
La trama de la película recoge la antigua leyenda judía del rabino de Praga, Rabbi Yehuda Loew, que  creó un gólem, es decir, una criatura de barro que cobra vida mediante artes mágicas. El Rabbi se vale de sus conocimientos cabalísticos para crear este monstruo que protegerá al pueblo judío de las desgracias que se ciernen sobre él (en la primera escena de la película se puede ver al rabino observando las estrellas e interpretando sus designios). Una vez que ha conseguido finalizar a su criatura se encuentra con que le falta la palabra clave, Emet ('verdad' en hebreo), que le dará vida al ser inanimado. Luego de buscarla en toda clase de libros de sabiduría hermética y al no encontrarla, decide recurrir al diablo (a uno de los demonios que conforman la trinidad demoníaca, Astaroth) al que invoca para este menester según rituales que le deben bastante, por lo menos en lo que a la versión fílmica se refiere, al grimorio del papa Honorio, como por ejemplo el círculo mágico para protegerse del demonio (tened en cuenta que el grimorio data de 1760, mientras que la leyenda del Gólem data del siglo XVI). Otros símbolos esotéricos presentes en el film son el sello de Salomón (también conocido como estrella de David) alude a la unión entre el cielo y la tierra (lo divino y lo terreno)  y el Pentáculo o estrella de cinco puntas, que representa el dominio del hombre sobre los cuatro elementos.
 
Aludiendo a otro orden de cosas, podemos decir, pues, que la película representa un punto intermedio entre la realidad histórica que prueba la existencia de dicho rabino, la leyenda transmitida oralmente y las posteriores modificaciones aparecidas en la novela de Gustav Meyrink. El film de Wegener presenta otra vuelta de tuerca a la historia del monstruo creado por el ser humano, del hombre que juega a ser Dios, que crea vida del barro (como Dios a Adán y a Eva) y sale mal parado. Esta idea del hombre que juega a ser Dios fue empleada también por Mary Shelley en la novela por todos conocida, Frankestein. También hay reminiscencias de El Golem en otros filmes posteriores como por ejemplo, King Kong. A pesar de lo dicho, tenemos que tener en cuenta que en la tradición judía la creación del gólem solo puede ser realizada por un hombre puro y santo, por lo que el resultado catastrófico no tiene en sí mismo una función moralizante, sino todo lo contrario: es una afirmación del poder de Dios y de su intención de proteger al pueblo judío de las persecuciones de que ha sido objeto a lo largo de la Historia.

 
Los dos elementos que me gusta tener en cuenta, a parte de la trama, son la escenografía y la música. Al respecto del primero diré que la banda sonora, obra de Aljoshka Zimmermann & Cía., es muy adecuada para las escenas, en especial la de la invocación (con diferencia la más significativa, en donde se condensa el mayor peso de la historia) en donde piano y violín se solapan produciendo un efecto estremecedor. La escenografía, expresionista, se diferencia de otras películas del momento, puesto que intenta reproducir con fidelidad el guetto judío de Praga, algo muy distinto de los escenarios alegóricos de otros filmes, como El gabinete del Doctor Caligari, por ejemplo.
 
La imaginación del hombre no tiene límites y tampoco su creatividad. La leyenda del gólem hace tiempo es patrimonio cultural de la humanidad y todas las relecturas que hagamos de ella aportarán siempre alguna novedad. Así mismo, aunque la reiteremos de mil y una formas nos seguirá fascinando pues las historias fantásticas que quedan en el folclore universal (no ya únicamente hebraico) son reflejo del inconsciente colectivo y nos retrotraen a épocas remotas. Imaginar está bien, sobre todo en aquellos casos en que recordar algo no vivido es imposible; en esos casos la imaginación es la antorcha que, aunque vacilante, nos puede ayudar a recomponer un recuerdo neblinoso pero latente.
 
 

viernes, 2 de octubre de 2015

El nuevo cine alemán de los 70

¿Cómo puedo describir la fascinación que me produce esta película? Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972) es una obra cinematográfica del director alemán Reiner Weiner Fassbinder quien en quince años dirigió más de cuarenta obras entre películas y dramas televisivos (también los dirigió, actuó en ellos, los editó, los escribió...).

No solo es una película más en la versátil carrera de este prolífico y tormentoso director que supo retratar las distintas clases sociales y también los diferentes colectivos, no. Es la película. Es de temática gay, pero también es feminista. Su gran tema es el amor apasionado, la locura irremediable a la que nos puede llevar la entrega irracional al otro, el despotismo que existe en las relaciones no equilibradas donde una de las partes ama demasiado y la otra parte, siendo consciente de ello, se aprovecha sin compasión.

Petra von Kant es una diseñadora de moda exitosa, vive con su ayudante, Marlene, que hace todo lo que se le pide sin rechistar y a quien maltrata constantemente, desquitándose así por las pequeñas mezquindades que tiene que afrontar en su vida cotidiana. La pobre Marlene por su parte, la ama a pesar del desprecio que Petra le prodiga en todas y cada una de las oportunidades que tiene.

Pero como todo tiene su contrapunto, un buen día, Petra conoce a una hermosa joven llamada Karin de quien queda prendada enseguida y a la que invita a vivir con ella. Karin acepta, tentada por la oferta de trabajo que Petra: ser una modelo famosa no es problema para una joven tan hermosa si tiene los contactos apropiados.



Por desgracia, esta es una historia de amor un tanto descompensada: Petra ama desinteresadamente a Karin. Sus defectos, su pereza, su falta de ambición y su desgana, además de su trágica historia familiar,  no son óbice para los sentimientos inconmensurables que le profesa explícitamente la diseñadora. Todas las atenciones son pocas para Karin, Petra la consiente como a una niña pequeña a cambio de su compañía.

Sin embargo, esta historia de amor no correspondido no conseguirá que prorrumpamos en lágrimas porque la forma en la que la película está filmada tiene esa intención, que nos distanciemos de lo que estamos viendo, que seamos meros espectadores y que no "vivamos" lo que está ocurriendo sino que lo podamos analizar racionalmente. Tal es así que una escena de tremendo patetismo y gran ridiculez como aquella en la que Petra echa a todo el mundo que ha venido a visitarla por su cumpleaños, no nos parece trágica. No somos capaces de empatizar con Petra, sino todo lo contrario: nos parece hasta gracioso lo que está ocurriendo. No podemos evitar carcajearnos de ella. Es demasiado gracioso ver a una señora madura, arreglada de pies a cabeza con una extravangancia que raya lo insólito pisoteando la tetera con las tacitas (que son toda una monada) con sus sandalias plateadas de tacones, llamando "monstruo" a su hija, atendiendo como una paranoica el teléfono y gritando a sus invitadas que le dan asco, que son parásitos y que ella rompe sus cosas cuando quiere porque son suyas.


Otros aspectos de la película no son menos inquietantes, la iluminación es escasa, y esto la hace especialmente interesante. Es de esas películas que tienen un tinte "setentero" y a esto ayuda también la decoración de la casa de Petra, que se conforma como el único escenario de toda la película, en donde transcurren todas las escenas. No solo la decoración es "kitsch" en un sentido estricto de la palabra, sino también la ropa, del todo extravagante y extraña. O por lo menos esto nos lo parece ahora, que nos hemos vuelto menos atrevidos y más sobrios. Petra es una mujer muy delgada, que usa pelucas a cada cual más horrorosa y que se pone vestidos estrafalarios con lentejuelas de colores para estar en casa. El resto de personajes (todos femeninos sin excepción) parecen un poquillo más recatados en cuanto a las vestimentas y peinados. Este vestuario nos traslada a una época pretérita y a la vez nos hace alejarnos más y más de lo que estamos viendo. Nos trae de pronto a la realidad ver cosas inverosímiles en una pantalla.

La música no podía ser más acaramelada. Desde luego está elegida a conciencia, es patética en conjunto con el resto de elementos hasta decir basta (y esto la hace tan encantadora). The platters es un grupo musical que le gusta mucho a Petra, nuestra querida protagonista y por supuesto que pone sus canciones en el tocadiscos cada vez que tiene oportunidad, cada vez que se siente algo nostálgica o cuando "está en plan seductor".

Para concluir de hacerle justicia al film he aquí la escena más significativa para vuestro delite:


miércoles, 16 de septiembre de 2015

El tesoro de Los Nibelungos

He aquí otra de las películas de culto que tanto me gustan. Una de esas películas que me apasiona mirar (y escuchar) una y otra vez. Mi traficante cinematográfico del barrio no las tiene todas, pero esta es una de las que sí tiene.

Los cantares de gesta tienen ese encanto hipnótico: son historias tan antiguas que se confunden con la fantasía de los que los narraban, incluyendo variantes, pasajes turbios, elementos mágicos que pudieron tener su explicación. Son historias de héroes (y también de heroínas, como veremos) que retratan de una forma única el sentir de una nación en algún punto más o menos determinado de su historia y revela sus costumbres así como su mentalidad. Personalmente, pienso que su encanto radica en esa percepción mágica de la realidad, en el placer de degustar cómo lo imposible se mezcla con lo real y de esa mixtura nace la leyenda.

La leyenda de los nibelungos reza más o menos así: Sigfrido, hijo del rey Sigmund consigue el tesoro de los nibelungos tras matar a su rey y reducir a esclavos a su pueblo, los nibelungos. Parte a Worms ilusionado con casarse con la bella Krimilda. Es así como, ayudando al rey Gunter a conseguir la mano de Brunilda por artes mágicas, obtiene a cambio la mano de Krimilda, su hermana. La historia sigue, pero por consideración a aquellos que no la conocen y que aún no han visto la película nos vamos a guardar bien de seguir contándola. Sin embargo, pese a lo que ocurre en otros cantares de gesta, las mujeres de esta historia tienen un gran peso en el transcurso de los hechos, incluso podríamos decir que cada a una a su manera es una heroína y son emblemas de un valor y fuerza. Incluso la tímida Krimilda que no parece tener un carácter muy formado al principio, termina brillando al final gracias al poder del amor que profesa hacia Sigfrido, incluso en la muerte.

El film dirigido por Fritz Lang, Die Nibelungen (1924), son en realidad dos películas: La muerte de Sigfrido y La venganza de Krimilda. La adaptación cinematográfica del cantar fue escrita por la escritora y guionista de cine Thea von Harbou, esposa de Lang por esos años, quien además escribió el guion de Fausto, película de la que hablaremos en su momento.

 La carrera cinematográfica de Lang no es breve y podemos distinguir dos etapas claramente diferenciadas:el expresionismo alemán, con exponentes de gran calidad como Metrópolis y Dr. Mabuse y el cine negro estadounidense, no menos aventajado: Sólo se vive una vez (1937) o Perversidad (1945), entre otras. No debemos perder de vista a este genio del cine de todos los tiempos, y hablaremos de él y de sus obras cinematográficas en otras entradas.

Otra de las joyas de este film es la música a cargo de Gottfried Huppertz quien también sonorizó la otra obra maestra de Lang, Metrópolis. La música no sólo se adapta a cada escena de la película, sino que, como no podía ser de otro modo, es emocionante. Sinceramente, creo que tiene un valor muy grande la composición de Huppertz, aunque a lo mejor no tiene actualmente la atención que merece. Supongo que esto se deriva de que la música es un lenguaje muy distinto al de las palabras y que explicarlo requiere una destreza y una sensibilidad que pocos poseen.
 
 
 
Y para terminar y no por eso menos importante, la fotografía y escenografía son excelentes, muy del tipo expresionista de aquellos años, siendo los castillos austeras moles de piedra gris con bellísimas decoraciones pintadas. El vestuario es increíble: túnicas de anchas mangas con figuras geométricas, grandes contrastes y peinados representativos. Tal vez el hecho de que la veamos en blanco y negro lo embellece más, quién sabe, porque no la corrompe la vulgar divergencia del color.
 
Aunque detecto con facilidad los puntos negativos de todas las cosas (de hecho es siempre lo primero que detecto) este defecto tiene un beneficio muy claro: cuando un producto cultural no tiene algo especialmente malo que me llame la atención, y el resto de elementos que lo conforman se destacan por su brillantez, mi admiración es total y su encantos llegan a mí como un hechizo sublime. Los personajes, sus expresiones faciales, los colores, el tinte de la película, la música...en fin, el conjunto ha conquistado mi corazón e intuyo que será para siempre. 
 
Os invito a todos a que, como yo, os dejéis enamorar por esta historia, por estos personajes que de la mano de sus intérpretes reviven cada vez que la visionamos y por el resto de elementos cinematográficos que hacen de Die Nibelungen una de las películas mudas más hermosas de la historia del cine.
 
 

lunes, 7 de septiembre de 2015

El séptimo sello "Det sjunde inseglet''


¿Qué número es esta vez? ¿diez, quince, veinte?
 
Ya he perdido la cuenta de las noches que me asaltó el deseo irrefrenable de ver a Antonius Block y a su escudero Jöns cabalgando por la primitiva Suecia del siglo XIV. Como ya habréis adivinado seguramente, me estoy refiriendo a la película "El séptimo sello" de Ingmar Bergman, una de mis predilectas por su temática y por su reparto, en especial: Max von Sydow, (Antonius Block), Bibi Andersson (Mía), Gunnar Björnstrand (escudero), Bengkt Ekerot (Muerte) y Nils Poppe (Jof).  A consecuencia de estas elementos, así como por la magistral dirección de Bergman y su excepcional guion (escrito por él mismo y basado en el texto inicial Pintura sobre tabla) y a pesar de los contratiempos que tuvo que afrontar (escaso presupuesto y una limitación exagerada de tiempo) fue galardonada en el Festival de Cannes de 1957. 

"El cielo se quedó en silencio media hora después de que el cordero abriese el séptimo sello". Y es que el séptimo es el que cierra el preámbulo del Fin.
 
Cuando aparece la Muerte hay silencio: hasta el mar se apaga. Su presencia acalla todos los sonidos que existen en este mundo en el que ella rige poderosa y reina sobre los seres vivientes. Antonious cree que puede jugar con la Muerte. Le teme, pero prefiere hacer frente a ese temor para salvaguardar su vida unos días más. Juega al ajedrez con la Muerte al lado del mar (una alegoría doble), al aire libre. Mientras resista, la Muerte lo perdonará. Cuando pierda tendrá que marcharse con ella.

Antonius Block es un cruzado. Luego de una década luchando para la gloria de Dios, regresa a su ciudad natal y contempla con horror que su lucha no ha servido para nada; no solo no ha glorificado a su dios, sino que además este parece estar enojado con la especie humana: ha derramado una peste implacable que se ceba indiscriminadamente con sus súbditos terrenales.

De camino a la posada Antonius y Jöns se cruzan con un muerto: este es el primer condenado por la peste que avistan los cruzados en su regreso al pueblo, pero le seguirán otros.

En una caravana reposan tranquilamente unos juglares. Esta compañía itinerante actúa según los encargos de la Iglesia: las fiestas devotas están a la orden del día, el miedo al castigo divino y a la muerte predisponen a los pueblerinos a ese tipo de ocio. Los artistas medievales constituyen la contrapartida a la visión negra y pesimista del medioevo: su arte y su forma de vida sencilla sin fanatismos los salvarán de una muerte segura. Uno de ellos se despierta temprano, antes que los demás y sale de la caravana. Mientras practica malabarismos tiene una visión celestial: ve a la Virgen María con el niño Jesús. Los sonidos de la Tierra desaparecen también ante la majestuosidad de las visiones sobrenaturales de Jof. La alusión es clara: los seres sobrenaturales que habitan otros planos de existencia no pueden ser percibidos por los sentidos convencionales. Ni siquiera su visión es una visión típica, está envuelta en los velos del silencio y en colores extraordinarios.

En los muros de la iglesia, Albertus Pictor retrata la muerte y los males de la peste: apestados y penitentes que se azotan a sí mismos para aplcar la ira de Dios. Antonius reza delante de una imagen de Jesús crucificado hasta que ve lo que cree que es un cura. Grande es su sorpresa cuando descubre que detrás de la capucha oscura se encuentra la Muerte, quien ha prometido llevárselo en cuanto acaben la partida de ajedrez.

"El vacío es como un espejo delante de mi rostro".


Dios no habla, tal vez no haya nada más allá de la muerte. Block, como no es de extrañar, se arrepiente de su vida, y quiere hacer algo grande para conseguir la paz antes de la muerte, pero el tiempo apremia. ¿Podrá hacer su buena acción antes de exhalar su último aliento?

Las supersticiones están a la orden del día. La peste se combate con la quema de brujas a quienes se las culpa de todo lo que acontece. El miedo es tan grande que cualquier chivo expiatorio sirve, no existe la compasión, ni la misericordia. Los ladrones roban a los muertos, violan a las mujeres, poco importa que antes hubiesen dedicado sus días a asuntos más piadosos.

En un mundo dominado por el terror, la humanidad brilla por su ausencia. El miedo al juicio final es atroz y la incultura está en alza. Las supersticiones religiosas no ayudan.

En contraposición a los cantares de los penitentes que recorren sin descanso las villas, aullando y flagelándose, las cancioncillas del escudero Jöns y la música del laúd de Jof amenizan el oscurantismo que prima en ese siglo: otra vez, la música nos salva; el arte en sus diversas formas nos da un respiro, alegra nuestros sentidos, nos libera de la carga de ser humanos, nos acerca a los dioses. Los juglares se dedican a entretener a los pueblerinos cantando y representando ante ellos a pesar de sus pocas luces.

Aunque nadie puede escapar a la implacable Muerte, la esperanza no debe perderse: es un destino que nos persigue a todos, pero al que podemos combatir, al que podemos resistirnos, por lo menos de momento aunque al final hasta el mejor ajedrecista sucumbe ante ella. O ante Él.
 
 
Y siempre, el mismo fin, irreversible y rotundo, para todo, para todos.
 
Sí, para ti también.

viernes, 14 de agosto de 2015

No hay rosa inmarcesible para Álain

"Me suicido porque no me quisisteis, porque no os quise. Me suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes para estrecharlas. Dejaré sobre vosotros una mancha indeleble."

"El fuego fatuo" (Le feu follet, 1963) es una bellísima obra del cineasta francés Louis Malle. Esta historia está basada en un relato homónimo del escritor y ensayista Drieu de la Rochelle. El existencialismo de Camus la acompaña en su devenir. La vista se ve regocijada en cada plano y el oído enmudece cualquier vestigio de ruido exterior para reverenciar los solos de Satie en las escenas sin diálogo y puramente descriptivas.


Escribir sobre esta pieza no es fácil. Me enfrento a la hoja en blanco como me enfrento al silencio. Las palabras surgen torpemente, me obligo a mí misma a hablar de algo hermoso. Hablar de lo que más sentimos es lo más difícil. Por eso, llevo varios días mirando la hoja en blanco, haciendo pequeñas anotaciones en distintas libretas, en hojas sueltas, en anotadores...cualquier sitio es bueno. La cabeza me da vueltas de tanto pensar: vuelvo a ver la película en varias ocasiones, siempre exacerba mis sentimientos, aunque cada vez con más fuerza. Todo en ella me resulta hermoso, quieto y tranquilo como si fuese perfecto. Las imágenes monocromáticas apaciguan mis sentidos. Las escenas filmadas tanto en exteriores como en interiores equilibran las fuerzas ocultas de la trama. La música se desgaja despacio y siempre sorprende, como si sospechara de nosotros.

La tristeza se estaciona en el corazón de Álain, me uno a él en un abrazo cómplice. Él sabe que el día de mañana será igual al de hoy. Al fin ha podido superar su asqueroso vicio: temo por él, tengo lástima, no quiero perderlo. Pero él insiste en seguir llevando el traje gris como bandera, es su estandarte ahora y lo define, como el mismo hastío. Ha decidido despedirse de todos nosotros y como somos muy egoístas no lo queremos comprender, no entendemos sus razonamientos, somos incapaces de sentir como él. Intentamos convencerlo de que recupere la alegría o, al menos, de que esté dispuesto a vivir con esa pena a cuestas, como hacemos los demás, solo para conformarnos un poco:

 "Lo que me gusta de ti es ese algo irremplazable. La vida que hay en ti".

Si esa técnica no funciona le reprochamos:
"Haces apología de la sombra porque el sol te hace daño"



 
 
Él se defiende, explicando cómo se alienaron sus manos, cómo se separaron de él. Sus terminaciones nerviosas se atrofiaron y no hay nada que hacer: ya nunca más podrá tocar a alguien. No podrá llegar a nadie. Se transformará para siempre en un mero testigo, un observador. Padecerá como cualquier otro, pero no podrá llegar a los demás.

"Me hubiese gustado ser amado" dice. Y yo sé secretamente que más le gustaría poder amar. Su esposa está muy lejos y ya ni siquiera se hablan. Una amante solo confirma sus sospechas: su esencia única es intransferible. Se da cuenta de que no solo no puede tocar a los demás: los demás tampoco pueden tocarlo a él. Finalmente, todo es una farsa. Creemos vivir y estamos muertos.

Cuarenta y ocho horas lo separan del abismo. Álain lo sabe: los demás creemos que no sabe lo que dice, que no tendrá el coraje para cerrar para siempre el libro, para disparar el gatillo, para disipar la niebla. Algunos de sus amigos han muerto: suerte para ellos. Álain se aburre enormemente: le gustaría ser joven y recuperar la ilusión por vivir, creer en algo, disfrutar del sexo, pero todo eso quedó atrás. Su espíritu está demasiado viejo para vivir. Sus amigos son insustanciales: todo lo insustacial que puede ser un amigo para alguien que no puede amar. No lo aprecian de verdad, son banales. Su familia no existe. Sin esposa, ni hijos, ni un trabajo...herido de muerte por el alcoholismo, se fuma las horas en el sanatorio u observando a la gente pasar o en cafeterías. Esta vida no tiene sentido alguno: todo ha terminado.


Nosotros ya sabemos el fin de esta historia. Sabemos el fin de la historia antes siquiera de empezarla. Sabemos en qué acabará la rosa: su perfume marchito envolverá los grises pétalos caídos. Su lugar será la basura. Del lugar preminente que ocupa en nuestro pecho a la profundidad de la inmundicia y de las sombras. Lo que un día fue luz y belleza el viento lo apagará sin miramientos.

El problema de Álain no es la incertidumbre del mañana sino su contrario, la certitud. Es a eso a lo que le teme: a ver cumplidas sus monótonas predicciones. Por eso prefiere hundirse en su cama y, a primera hora de la mañana decir, al fin, adieu.

"La vida...conmigo no transcurre lo bastante deprisa, así que la acelero, la corrijo. Mañana me mato".

viernes, 12 de junio de 2015

"Perhaps one should never put one's worship into words"

La relectura siempre es un ejercicio no exento de pocos placeres. Muchos de los que leen estas líneas concordarán conmigo y muchos otros pensarán de mí que soy una hipócrita. Pero tal vez esta apreciación sea demasiado liviana y cuando menos, precipitada. Porque me estoy refiriendo a la relectura que se hace por placer. Únicamente a ésta. No estoy hablando de ninguna lectura o relectura que se haga por obligación o con algún fin colateral. No es éste el caso (afortunadamente).
Dice Oscar Wilde que "Un artista es aquel capaz de crear cosas bellas", pues bien, él mismo lo era y llevaba este principio como un estandarte, por encima de las demás cosas.
No somos pocos los que, artistas o miembros del grupo "del común de los mortales" disfrutamos del arte que lleva a su máxima expresión el principio primordial de la belleza. "La critica -dice Wilde- es quien puede traducir de otra forma o en otro material, su impresión de las cosas bellas". Y teniendo como punto de partida estas palabras procederemos a comentar laxamente -como hacemos siempre- y por el mero placer de hacerlo, su obra trascendental The picture of Dorian Gray.
"The studio was filled with the rich odour of roses, and when the light summer wind stirred amidst the trees of the garden, there came through the open door the heavy scent of the lilac, or the more delicate perfume of the pink-flowering thorn."
Así comienza nuestra novela, y no es fortuita esta descripción que se extiende hermosamente a lo largo de las primeras páginas y les da color, situando además los acontecimientos en el resto de capítulos. Es como si detrás de toda la trama, detrás de las idas y venidas de Dorian y de sus frívolos amigos, se desplegase un decorado hermoso y sutil, algo así como una inmensa pintura de Aagaard, por ejemplo, omnipresente. Al mismo tiempo, contemplando las pinceladas que se proyectan en el fondo de la escena, parecemos oír ecos de músicas lejanas, rebosantes de placeres mundanos, puramente sensoriales, mezcladas con el viento.

La influencia de Lord Henry
Antes de que Dorian se transformara en un monstruo, era un joven tímido e inocente. Los consejos y ejemplos de su amigo Lord Henry resultaron ruinosos para un joven huérfano (curiosamente, L. H. afirma que no existen las buenas influencias, sino que toda influencia es inmoral):
"Yes, he was certainly wonderfully handsome, with his finely-curved scarlet lips, his frank blue eyes, his crisp gold hair. There was something in his face that made one trust him at once. All the candour of youth was there, as well as all youth's passionate purity. One felt that he had kept himself unspotted from the world".
El ideal de vida que le propone L. H. a Dorian es aquel que olvida el medievalismo y retorna al ideal helenista. Así se lo explica al joven Dorian :
"The only way to get rid of a temptation is to yield to it. Resist it, and your soul grows sick with desire for what its monstrous laws have made monstrous and unlawful".
Por desgracia para el joven Dorian, no fue una buena idea tomárselo tan a pecho. De hecho, en el transcurso de la novela vemos como el protagonista se va rindiendo a esos placeres mundanos y aunque parece que su cuerpo físico resiste incólumne, inmaculado, nosotros, los lectores, sabemos que no es así, sabemos que es el retrato que Basil pintó quien en verdad refleja los cambios que producen los desenfrenos y los vicios.
La adoración de los sentidos, a menudo y con mucho juicio, había sido condenada, los hombres sentían una repulsión natural hacia las pasiones y sensaciones que parecían más fuertes que sí mismos, pero a Dorian le parecía, en cambio, que la verdadera naturaleza de los sentidos nunca había sido bien entendida y que ésta permanecía salvaje simplemente porque el mundo había buscado matarla de hambre por sumisión o por pena.
¿En qué estaría pensando Dorian, para creérse por encima de las obligaciones morales a las que todos nos sometemos diariamente en virtud de la razón y de la concordia? Pues tal vez se dejó llevar por las divagaciones filosóficas a las que lo tenía acostumbrado, L. H.:
"No, you don't feel it now. Some day, when your are old and wrinkled and ugly, when thought has seared your forehead with its lines, and passion branded your lips with its hideous fires, you will feel it, you will feel it terribly. Now, wherever you go, you charm the world. Will it always be so?... You have a wonderfully beautiful face, Mr. Gray. Don't frown. You have. And Beauty is a form of Genius -is higher, indeed, than Genius, as it needs no explanation. It is of the great facts of the world, like sunlight, or spring-time, or the reflection in dark waters of that silver shell we call the moon. It cannot be questioned."
A medida que avanza la trama L. H. continúa machacando al pobre de Dorian con la misma cantinela, hasta el punto de arrancarle estas palabras en su incipiente (y efímero) idilio amoroso con Sibyl Vane: "The search of beauty being the real secret of life" o "(...) but that beauty, mere beauty, could fill your eyes with tears".
A pesar de todo esto, L. H., como personaje novelesco no deja de caernos simpático gracias a ocurrencias como las que siguen: "There are many things that we would throw away if we were not afraid that others might pick them up" o
"Our weakest motives were those of whose nature we were conscious. It often happened that when we thought we were experimenting on others we were really experimenting on ourselves."
Su hedonismo queda patente desde las  primeras páginas, pero por si algún lector se encontraba distraído o no se hubo percatado bien, he aquí otra cita para disipar todas las dudas: "Pleasure is Nature's test, her sign of approval. When we are happy we are always good, but when we are good we are not always happy". Yo me atrevería a decir que, independientemente de si somos buenos o no, de si cometemos buenas acciones o no, siempre podemos ser, al margen de esas acciones, felices o infelices. Esto no es una regla de tres, mi querido Harry. Los seres humanos somos tan complejos que sacar una conclusión tal sería, hoy por hoy, demasiado ingenuo.
Finalmente L. H. escribe un libro banal que termina por darle forma a la identificación, entonces en ciernes, del desgraciado Dorian, que se apropia de ese libro como si se tratase de un reflejo de sí mismo:
"The whole book seemed to him to contain the story of his own life, written before he had lived it".
"One hardly knew at times wheteher one was reading the spiritual ecstasis of some medieval saint or the morbid confessions of a modern sinner. It was a poisonous book. The heavy odour of incense seemed to cling about its pages and to trouble the brain. The mere cadence of the sentences, the subtle monotony of their music, so full as it was of complex refrains and movements elaborately repeated, produced in the mind of the lad, as he passed from chapter to chapter, a form of reverie, a malady of dreaming, that made him unconscious of the falling day and creeping shadows."
 
Anticipaciones
A lo largo y ancho de una novela bien pensada y elaborada suelen encontrarse anticipaciones que nos van dando pistas sobre el desenlace de la misma.
"Behind every exquisite thing that existed, there was something tragic".
Lo que ocurrirá con Sibyl Vane (cuyo nombre también es una anticipación en sí misma, puesto que se pronuncia igual que "vain") lo enuncia Dorian así: "When you see Sibyl Vane you will feel that the man who could wrong her would be a beast, a beast without a heart". Él mismo lo ha dicho "una bestia sin corazón".
El crimen se anticipa también (que nadie reclame si le he chafado la fiesta). Dice Dorian:
"Yes, Harry, I believe that is true. I cannot help telling you things. You have a curious influence over me. If I ever did a crime, I would come and confess it to you. You would understand me".
En mala hora enunció Harry estas palabras: "You will always like me, Dorian (...) I represent to you all the sins you have never had the courage to commit." Mejor habría sido tragarse las palabras.
El arte
Otro tema recurrente es la belleza que emana de las producciones artísticas, tema muy concurrido a lo largo de la historia de la humanidad, pero no por eso menos interesante desde el punto de vista literario decimonónico. El arte para L. H.  solo puede obtenerse con mayúsculas si se sacrifica la propia vida. La vida cotidiana del gran artista es aburrida y nada poética. Aquellos que escriben la belleza son quienes no pueden experimentarla en la propia existencia:
"Good artists exist simply in what they make, and consequently are perfectly unintersting in what they are. A great poet, a really great poet, is the most unpoetical of all creatures. But inferior poets are absolutely fascinating. The worse their rhymes are, the more picturesque they look. The mere fact of having published a book of second-rate sonnets makes a man quite irresistible. He lives the poetry that he cannot write. The others write the poetry that they dare not realize".
Así, casi al final de la novela, Harry le agradece a Dorian que nunca haya hecho nada, ni esculpir una estatua, o pintar un cuadro, o producir algo fuera de sí mismo: "Life has been your art. You have set yourself to music. Your days are your sonnets."
 
El matrimonio y el amor
El matrimonio tal vez esté sobrevalorado:
"I never approve, or disapprove, of anything now. It is an absurd attitude to take towards life. We are not sent into the world to air our moral prejudices. I never take any notice of what common peaple say, and I never interfere with what charming people do. If a personality fascinates me, whatever mode of expression that personality selects is absolutely delightful to me. Dorian Gray falls in love with a beautiful girl who acts Juliet, and proposes to marry her. Why not if he wedded Messalina he would be none the less interesting. You know I am not a champion of marriage. The real drawback to marriage is that it makes one unselfish. and unselfish people are colourless. They lack individuality. Still, there are certain temperaments that marriage makes more complex. They regain ther egotism, and add to it many other egos."
Y cuando se acaba el amor, queda algo peor que el odio, el desdén: "There is always something ridiculous about the emotions of people whom one has ceased to love."
Y si no es amor, ¿qué es lo que se deduce de las emotivas palabras de despedida de Basil?: "You have been the one person in my life who has really influenced my art. Whatever I have done that is good, I owe to you".
Hay un intercambio extraño entre la obra y la realidad que representa. Así, Dorian pasa a representar la imperturbable belleza de la obra del artista y es, por ende, el único, por decirlo de alguna manera "autorizado", para acabar con su creador.
Desde el principio, su amistad estuvo entintada con colores de primavera: "There seemed, to him to be something tragic in a friendship so coloured by romance".
 
Revisando el sexismo
Se me puede criticar que haga esto y se me puede criticar desde muy variopintos puntos de vista. Pero no puedo pasar por alto algo tan evidente y a la vez importante y actual como es el sexismo. Hay muchas citas que podría enumerar relacionadas con la consideración de la mujer a través de la novela a la que intentamos acercarnos, sin embargo, me es imposible (y además sería un arduo y anecdótico trabajo, por lo menos en este contexto) y no lo haré. Vamos, que para variar, no seré exhaustiva, porque ese defecto mejor se lo dejo a otros seres más aplicados que yo. Y lo haré así y me quedaré "tan ancha" citando a Wilde cuando dice en boca de su, siempre encantador, personaje, L.H.: "One should absorb the color of life, but on should never remember its details. Details are always vulgar".
Así pues, y para ilustrar lo que digo sin más dilación citamos otra vez a Harry que,como era de esperar, es el personaje que más cosas significativas enuncia sobre todo tipo de temáticas:
"My dear boy, no woman is a genius. Women are a decorative sex. They never have anything to say, but they say it charmingly. Women represent the triumph of matter over mind, just as men represent the triumph of mind over morals."
"When a woman marries again it is because she detested her first husband. When a man marris again, it is because he adored his first wife. Women try their luck; men risk theirs."
Y dicho esto, pasaré a aclarar algo significativo para mi: quiero dejar muy en claro que no pretendo criticar estos pensamientos, sino solo ilustrarlos. Y que ahora cada quien piense lo que quiera, que si soy una persona extremista y esas cosas. Pues no. Nada más alejado de la realidad. Pero no ser exhaustiva no significa necesariamente que no se pueda ser rigurosa y si esta entrada va de lo que me resultó llamativo, no incluir esta cita sí que sería ser una hipócrita y significaría falsearme a mí misma en un contexto en el que no gano nada (ni pierdo).
 
Un "Deus ex machina" como un castillo
Una de las situaciones más interesantes de la novela, se da cuando Dorian tiene que deshacerse del cadáver de Basil y para ello tiene que contar con la inestimable ayuda de Alan Campbell, un antiguo amigo del que se había distanciado hacía tiempo. Allan está lo suficientemente enfadado con Dorian por cuestiones del pasado como para hacerle el no pequeño favor de deshacerse de un cadáver. A pesar de que Dorian le suplica encarecidamente y hasta le confiesa que es él quien lo ha matado, Allan no se deja convencer: no es lo suficientemente tonto como para caer en eso. Si Wilde hubiera conseguido que Allan se convenciese, sería demasiado poco creíble. ¿Cómo resolver, entonces, la narración en este punto? Pongamos atención a la solución que nos presenta el autor:
"I am so sorry for you, Allan" he murmured, "but you leave me no alternative. I have a letter written already. Here it is. You see the addresss. If you don't help me, I must send it. If you don't help me, I will send it. You know what the result will be. But you are going to help me. It is impossible for you to refuse now. I tried to spare you. You will do me the justice to admit that. You were stern, harsh, offensive. You treated me as no man has ever dared to treat me -no living man, at any rate. I bore it all. Now it is for me to dictate terms."
Sí, efectivamente. Ésa misma cara se me quedó a mi. Resolución atrevida y que no daña la verosimilitud de ficción.
 
Determinismo y libertad
La libertad, como todo, son meras apariencias, velos que se escurren en el río imbatible del tiempo:
"There are moments, psychologists tell us, when the passion for sin, or for what the world calls sin, so dominates a nature that every fibre of the body, as every cell of the brain, seems to be instinct with fearful impulses. Men and women at such moments lose the freedom of their will. They move to their terrible end as automatons move."
La felicidad de las pequeñas cosas
Y así, llegando al final, nos despedimos sabiendo del valor inmutable que tienen las pequeñas cosas (incluyendo este textito de nada):
"But a chance tone of colour in a room or a morning sky, a particular perfume that you once loved and that brings subtle memorie with it, a line from a  forgotten poem that you had come across again, a cadence from a piece of music that you had ceased to play- I tell you, Dorian, that it is on things like these that our lives depend."
Y dicho esto, prometo dejar dormir a mi bonito titulo, al cual ya he desdecido bastante, hasta que otros labios lo vuelvan a resucitar.