domingo, 2 de abril de 2017

Pablo Rojas Paz y la trascendencia de ordinario


Hoy voy a hacer de divulgadora. Me voy a poner el disfraz de buena persona y me voy a cargar con la dificultosa tarea de hablar de un libro de cuentos olvidado. Lo que quiero decir es que me voy a colgar la medalla y voy a hacer una labor humanitaria: la de desempolvar la tumba de Pablo Rojas Paz y, en concreto, la de su impecable antología que en 1940 fue merecedora del Premio Nacional de Literatura en Argentina.
 
La historia no comienza cuando encontré El patio de la noche en la librería de Covarrubias, no. La historia de nuestro encuentro se fraguó mucho tiempo atrás. De no ser así, este libro me habría pasado desapercibido, enterrado debajo una montaña de novelas modernas de tapas duras y atractivas sobrecubiertas.
 
(No es que quiera disfrazar cada momento de mi vida ordinaria de misterio o mito, pero en verdad fue así. Mi encuentro con este libro de relatos fue el resultado de una irresistible atracción que comenzó hace tantos años y tantos kilómetros).
 
Cuando yo era pequeña -a diferencia de ahora, que tengo muchos- no tenía libros. Sería largo, trabajoso e infructuoso contar aquí, en el poco espacio del que dispongo, por qué en mi casa de la infancia sí había animales, jardines, plantas y muñecas, instrumentos musicales y cedés, bicicletas y patines, ¡hasta escopetas! pero no libros. La cuestión es que como no había más que unos pocos libros, no quedaba más que desplazarse de vez en cuando a la biblioteca del pueblo, la biblioteca Pablo Rojas Paz.
Patio de la Biblioteca Rojas Paz (Glew)


 
Sinceramente, nunca me pregunté quién era el tal Rojas Paz. Para mí era un nombre detrás del cual no se escondía nada que pudiera interesarme. Pero pese a esto, la Rojas Paz fue muy importante en mi vida. Allí iba a buscar información en los libros viejos; allí iba a leer a Benedetti o a Tolkien: me era indiferente. En sus sillas me sentaba al amparo del silencio tranquilo que colmaba mi espíritu de la serenidad que en mi casa faltaba. Y así me pasé muchas tardes en las que -ya entonces- no había clases. Y fue aquí en Madrid, en donde recordé aquellas tardes de adolescencia cuando él llegó a mis manos por pura casualidad. La curiosidad hizo mella en mí y sentí el llamado del objet trouvé del que ya he hablado en otras ocasiones. Pese a que tenía mucho que leer, lo dejé de lado todo por brindarme amorosamente a sus páginas. Y en ellas me encontré con Pablo y con sus historias míticas del norte de mi país.
 
El patio de la noche es un libro que consta de veintitrés relatos, todos ellos enmarcados en Argentina, en tiempos en donde lo virtual no competía con lo verdadero (y quizás en esto radique su encanto, qui peut savoir). El que da nombre al libro empieza así:
 
El calor hacía madurar las estrellas. Los jazmines, grandes como manos, daban ese perfume de mujer que tienen las flores tropicales. El aroma suave de los paraísos era un sedante para el ritmo violento del corazón de la noche. Perros, muchos perros ladraban despavoridos en la distancia inquietando la remota angustia de la noche. Los centinelas de la cárcel exhalaban su "¡Alerta estoy!" con un desolador desgano. Una campanita rota sonaba, ya próxima, ya lejana, según el viento. Pero todo ello no parecía sino la espuma del silencio. Si uno hubiera querido disolverse en la noche habría bastado con quedarse quieto, con no desear nada, con pensar. La noche era un palacio de columnas firmes pero abandonado; la música del silencio estaba presente en el fondo de todo.
 
Ahora te interpelo a ti, desconocido lector de este blog: ¿Te hubieses podido resistir a su lectura, tras este primer párrafo tan prometedor? Yo, desde luego, ni de quererlo lo habría podido hacer. Porque cuando deseo algo en verdad no me importa cambiarlo todo, moverlo todo de lugar, postergar lo que parecía importante: la intuición me lleva como un aroma fino, guiando con generosidad no solo mis lecturas sino también mi vida y nunca me defrauda.
 
Las descripciones son, en todos los casos, exquisitas, por ejemplo esta, aunque hay muchas más:
 
La noche caía mansamente. La brisa traía la húmeda fragancia de los ríos. La tarde, una doncella que se muere de angustia, estaba tendida en los pastos azules. Los árboles comenzaban a empaparse de sombra. Los cautelosos gemidos del cacuy decoraban la zozobra de la tarde.
 
 
En La madreselva teje la historia de una familia a través de la de la planta que engalana su casa de estilo colonial. Así, el ser vegetal, aunque inanimado, se convierte en ser esencial y protagonista de la historia. Este relato nos recuerda cómo los objetos que nos circundan tienen también un espíritu que vive en nuestros recuerdos y que hasta lo que parece más insignificante puede tener una trascendencia insospechada. También El jarro de plata es otro ejemplo de cómo la vida de los objetos se liga a la de las personas y sus actos. La historia de una negra narra la vida de una joven huérfana y desposeída que es acogida por una familia acomodada. Su piedad y modestia le granjean el cariño de todos y por esto parece que se clava en la memoria del narrador.
 
Pastores, soldados, fauna y flora locales, indios y demás participantes de las provincias del interior argentino son los ingredientes fundamentales en los cuentos de Pablo Rojas Paz, que desgrana cada historia con la belleza de las cosas sencillas y nos presenta acontecimientos del pasado -sean históricos o ficticios- desdibujados por el paso del tiempo y engalanados por el misterio de mitos y leyendas. 

miércoles, 22 de marzo de 2017

El diablo siempre tiene razón y culpa


Tal vez sea tarde para mí. Tarde para casi todo. Lo único que resta es seguir remando mientras se sueña volar. La gravedad es la única diferencia entre los dos. ¿Quién teje, pues, los hilos de esta vida que se nos escapa? ¿Quién, con sus manos imbatibles crea armoniosos diseños? Al principio esas manos laboriosas instauran caminos que no se sabe adónde van. Pero como todas las mareas, desembocan en la propia mar o en la arena.
 
La vida de Charles sea quizá un entramado armonioso y eso es, justamente, lo que lo lleva a añorar la muerte. Él es un producto del contexto burgués que lo envuelve como un útero suave, es decir, es víctima de una comodidad superflua. Hijo de un rico empresario, podría haber elegido entre al menos dos opciones, pues una posición privilegiada está claro que otorga más perspectiva. Charles, que es un joven inquieto e inconformista, elige el camino más difícil: el de la rebeldía. Junto con su grupo de amigos decide abandonar su vida tranquila para buscar la verdad que subyace tímidamente bajo las capas de la convencionalidad.
 
La especie humana es una plaga. Afirmar esto sin desear la propia aniquilación sea, probablemente, una gran hipocresía. Pero el personaje de esta historia no adolece de ella, por eso tiene tendencias suicidas, porque ansía la coherencia que ve que a su alrededor falta. Detesta el mundo y por tanto, no desea colaborar con él de ningún modo. Deja los estudios, abandona su casa y se va a vivir con Alberte, una joven que, al igual que él, no desea comulgar con una sociedad mutilada por prejuicios y modelada por los designios de la buena educación. A veces roba, otras deja su cálida cama para irse a dormir al suelo frío de una iglesia; se pone a prueba, busca con ansias sus propio límite, piensa en la muerte a cada minuto de su vida, quizás sea por esto de ser coherente con sus ideas: tal vez acabar con la propia vida sea lo más honesto para hacer.
 
 
En cualquier caso, la conclusión de la trama argumental pone el foco en otro lugar y consigue un desenlace anunciado desde el primer momento (no llama a engaño) en donde la forma prevalece sobre el fondo, por todos esperado. Así consigue sorprendernos incluso creyéndonos ya puestos sobre aviso.
 
"El diablo, probablemente", estrenada en 1977, es la doceava película de Robert Bresson. Sabemos que Bresson se distinguía por captar con la cámara aquello extraordinario que no se ve a simple vista por el mero hecho de ser cotidiano. Para ello se valía, además de sus conocimientos en fotografía y pintura (fundamentales para obtener un producto artístico de calidad tal) de una banda sonora cuidadosamente escogida, en este caso a cargo de Philippe Sarde, que con gran maestría elabora una música acorde y explota la capacidad expresiva de cada escena.



jueves, 12 de enero de 2017

Las fuerzas extrañas de Leopoldo

Yo no conocía a Leopoldo pero él me conocía a mí. Me conocía intrínsecamente, como si me hubiera creado. Puede parecer una exageración, pero no lo es. Leopoldo y yo nos conocíamos antes de nunca siquiera vernos. Fue mucho tiempo el que tuvo que transcurrir para que mis dedos curiosos rozaran sus palabras. Tuve que lidiar con el fastidioso tiempo y el espacio para conversar con sus restos. Y esto fue lo que obtuve de resucitar sus pensamientos con mi voracidad.
 
Sus Fuerzas extrañas (1906) son las precursoras del realismo-mágico y su poesía, del modernismo hispanoamericano del siglo XX. Estas fuerzas abrieron la puerta a jóvenes promesas literarias, hermanas de patria y de siglo: Cortázar, Borges, Arlt, Quiroga, Bioy Casares, Guiraldes....En sus narraciones se aprecia el interés cientificista por los fenómenos inexplicables y quizá en este punto es en donde debamos prestar mayor atención. Lugones buscaba la fundamentación científica, sí, de hecho se interesaba con igual pasión por las ciencias exactas como por las llamadas "humanidades" ¿y por qué hacía esto? Es evidente que desarrolló temas relacionados con hipótesis científicas para así derrumbarlas mejor. Porque a través de sus relatos busca derribar los cimientos seguros que construimos sobre dogmas religiosos y preceptos científicos. En Un fenómeno inexplicable, se puede adivinar el pensamiento de Leopoldo en boca de uno de sus personajes: "¡Es tan hermosa la ciencia, la ciencia libre, sin capilla y sin academia!". El "tufillo" a ciencia que desprenden sus relatos se convierte en una excusa para descubrirnos que nuestro medio natural es pantanoso, que las certezas no son más que ilusión y que con indagar un poco podemos ver lo que realmente no nos gusta y esto es, que si bien no estamos ciegos, tenemos una afección peor aún: la de la miopía, que confirma que algo nos falla y sin embargo, nos impide darle solución.
 
La confusión nos acomete siempre al final de sus relatos. ¿Por qué nos bombardea con seguridades-espejismo? Yo digo que tiene un gran sentido del humor. Basta con llegar al final de Un fenómeno inexplicable para apreciarlo claramente:
"Ambos palidecimos de una manera horrible. Allí ante nuestros ojos, la raya de lápiz trazaba una frente deprimida, una nariz chata, un hocico bestial. ¡El mono!¡La cosa maldita! Y conste que yo no sé dibujar."
Pero no sólo inscribe sus relatos en el ámbito de la refutación científica, sino también en los mitos del pasado. Algunos de sus relatos que tocan temas bíblicos o míticos son: La lluvia de fuego, que alude a los castigos de Sodoma y Gomorra, El milagro de San Wilfrido, que inventa un episodio fantástico en el marco de las Cruzadas, Los caballos de Abdera, que narra la leyenda griega, La estatua de sal, sobre la mujer de Lot o Los ojos de la reina, acerca de la metempsicosis presente en su otra antología Cuentos fatales.
 
Desentrañar con precisión analítica sus cuentos sería destriparlos, por eso no lo voy a hacer a pesar de que pueda achacárseme un espíritu vago y nada meticuloso, no es por esto. Lo que en verdad ocurre es que la destreza formal de un autor de su talla no puede desmenuzarse así como así, sin consecuencias. Para mí, la minuciosidad no se puede aplicar a Leopoldo, sería, en caso de que así lo hiciera, una blasfemia en toda regla. Así pues, no me voy a demorar con esto- que si muy adjetivado, que si poco, que si sustantivos abstractos o concretos, etc.- esto solo obedecería en un blog como este, al deseo de soledad y marginación presente en los espíritus demasiado críticos. Hago un esfuerzo y paso de la marginalidad de la élite a la cercanía popular.
 
Me despido por ahora de mi nuevo amigo, aquella alma similar que se interesa por estas estúpidas palabras que no expresan nada más que aire.
 
¡Salvando el hecho de que el aire es fundamental para la vida!
 
 
 

 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

"Nada podrá impedir que lo que ha sido, permanezca"

El mundo no siempre es justo. A veces no contempla a sus verdaderos héroes como tales. A veces los relega a la sombra en donde por ya sombríos no se distinguen de su entorno. ¿Por qué digo esto? Porque al autor que pretendo desempolvar no le ha hecho justicia la historia literaria o eso al menos podemos intuir tras la lectura de su Diario, que reúne profundas reflexiones sobre el sentido de la vida y nos da algunas pistas sobre su única novela y su enigmática personalidad.
 
 
He dado con él por pura casualidad. No había oído su nombre jamás, tan enterrada estaba su memoria por la implacable marcha de las décadas. Aún así, ilusionada todavía por el diario de Alejandra Pizarnik, hastiada por la mediocridad de ciertos premios nobeles, decidí lanzarme a lo desconocido, porque así soy yo: no una kamikaze intelectual pero sí una aventurera y una seguidora acérrima de mi intuición. Leí el primer y segundo párrafo del diario. A esta primera impresión de un libro la llamo "la prueba del primer párrafo". Y me encontré algo así:
"Miro al cielo, reflejo de mi lucha sin interrogantes inútiles; imagen de la misma sencillez de creer, absoluta certeza de un porvenir que hay que hacerse, conciencia exacta de la creación."
Pienso. Si en su diario personal habla del cielo, si el cielo es un reflejo de sí mismo, si busca en este escaparate divino su propia alma, entonces sí que podremos entendernos. Y no me equivoco. El cielo es el comodín de lo que esperas.
A medida que voy leyendo, descubro que Jean-René es un escritor entregado, estudiante responsable, amante de la buena vida, aunque guardián celoso de su soledad. Sus mayores obsesiones giran en torno a su novela La côte sauvage. Su única novela, la novela de su vida. Su labor como escritor no se reduce solo a eso: también escribe artículos para Arts y La table ronde y funda junto con otras personalidades la revista Tel quel.



El fuego inextinguible de su vida radica en esa lucha inquebrantable contra las pasiones, sobre todo contra la pereza. Le persigue una urgencia indescriptible, que parece no anclarse en la realidad. Se propone jornadas de trabajo intensivas para derrotar al apremio del tiempo. El futuro es incierto para todos, es verdad, aunque reina en nuestra mente por siempre distraída una única certitud: la muerte. Esto preocupaba también a Huguenin.
Decía Cela (ya que es su centenario haremos al menos una referencia traída por los pelos) "quien resiste, gana". Decía Huguenin: "No hay más remedio que luchar. El abandono se vence. La naturaleza se domina". En esta premisa se basa su vida aunque los hilos de la Providencia preparen otro destino para él y para nosotros. Huguenin habría sido grande, de eso no tengo dudas.
"La lucha patética entre el desprecio y el amor no es más que una batalla miserable entre el orgullo y la vanidad, el deseo de mantenerse y el placer de agradar."
En su diario apreciamos también el lado teórico (nada desdeñable) de su labor como escritor y es que a los veintipocos años, además de ser un escritor de primera categoría Jean-René tenía claro que la novela para ser pura, debía ser sencilla:
"No hay que crearse problemas con lo que se quiere decir, con lo que se pretende escribir. Progreso del escritor: conquista de lo natural, de lo sencillo (...) el artificio no sirve".
Su personaje anhelado es "un personaje de dolor, entregado para siempre a un dolor único, en el que encuentra la fuerza, la grandeza. Un dolor bello, heroico y profundo".
 
 
En esto radica la heroicidad: en un dolor de límites inabarcables, en un océano que sea fuente de inspiración inextinguible, que sea alimento para un alma rechazada, un espíritu desechado por otro porque "jamás el mundo matará los sueños. Podrá disiparlos, dar un golpe de muerte a nuestra felicidad; pero no le será posible acabar con el corazón que ha destrozado." Así que a modo de interacción póstuma, brindo a tu salud J-R. Brindo por el mundo que ya nos inmortalizó con sus diversiones crueles.
Trabaja duro y su vida consiste en aquello que ve a través de la ventana. Afortunadamente, el único bien del ser humano es su ser. Huguenin era lo suficientemente hermoso como para no necesitar de nada externo para enriquecerse. El ser uno mismo puede ser el mayor regalo de la vida y es que un ser excepcional revaloriza cualquier realidad con su percepción exquisita.
"¡Cuántas tardes he contemplado los mismos cristales, teñidos en la sombra de esta misma calle, heridos por la dulzura desgarradora del día que huye, de la noche que cae, de la vida que pasa...!"
Decía Schopenhauer que la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes. A J-R. no le hacía falta leer al eminente filósofo. Estar a solas consigo mismo le bastaba para intuirlo:
"Ha vuelto el silencio, el despacho y los regalos. Aquí es donde me siento feliz, en esta paz tan agradable. No la paz que el hombre piensa. Se trata simplemente de la paz de la nostalgia, de lo inefable de la ternura irrealizable, de la tristeza, de la profunda calma de las lágrimas. Verdaderamente, no creo sino en el sufrimiento, en el amor."
El sufrimiento es una constante en su Journal. J-R presiente el dolor antes de padecerlo. Antes de conocer sus causas ya se le insinúa, seductor, asomado a una brecha invisible para los ojos. Pero eso no importa. No importa que el dolor transmute el tranquilo transcurrir de los días porque nos revaloriza. Así, deberíamos darle las gracias a quienes traicionaron nuestra fe:
"Acepto el sufrimiento porque es innato en mí el presentimiento de que mi destino ha de ser trágico. Incluso cuando soy feliz no dejo de prepararme para sufrir."
"Me digo que un minuto de felicidad puede ser una novela que no llegaré a escribir."
Es el deseo de adelantarse a lo predicho. Por eso el amante incondicional es un héroe, se adelanta a la tragedia, prevé su destino amargo y aun así corre con todos los gastos. Nos adornamos de heridas, nos miramos en el espejo de la compasión y comprobamos que tras esa sonrisa de labios morados se encuentra algo más valioso que lo que dejamos atrás:
"Los amores auténticos son siempre lacerantes; los demás, solo tedio, placer aborrecible, mentira y odio. Los amores auténticos son los amores imposibles, porque no viviremos nunca lo que soñamos. No importa que alguien crea que todo lo hemos perdido; nos consta que todo lo hemos salvado."
 
Ahora, después de que le puse los dientes largos a más de uno es cuando doy la mala noticia: su única novela no está traducida al español aunque las entradas de su diario nos dejan entrever que aquello de lo que nos perdemos es mucho:
"No obedecerme a mí mismo. No creer más que en lo que sueño. Estamos en una habitación deshabitada desde hace tiempo y llena de polvo, con grandes cortinajes, tapices de terciopelo negro...Sobre un sillón pende un reloj silencioso. Un rayo de sol pasa por un tragaluz, haciendo bailar los átomos de polvo. La habitación es grata, el aire es suave como la muerte. No nos miramos. Tengo su mano entre las mías. Cruje un mueble o un peldaño. Desconozco el paisaje que nos rodea, pero lo adivino, como si hubiera venido otra vez. Pero ¿por dónde he venido? ¿Cómo he podido venir? He debido palidecer de repente; ella me mira; ¿por qué no habla? Sé lo que ocurre fuera. Debo callar, aunque no sé si podré contenerme. Dos árboles de troncos deformes, agujereados, empujan a la vez una losa de piedra. Un dogo de bronce, con la boca abierta, custodia un camino que se pierde en el bosque. Y detrás de esta sala no hay NADA. El vacío. Abro el tragaluz. El aire templado. Oímos un murmullo sordo y continuo. comprendo de pronto que es el silencio. En este momento, desaparece la habitación. Una muchacha, con la cabeza inclinada hacia atrás, baña en el arroyo su espesa cabellera negra. La hierba está esmaltada de flores; a lo lejos, detrás de un árbol, se oyen cantos. Me vuelvo. estoy solo. Nada me extraña. Me cuelgan de una rama muy flexible que se enreda en torno a mi cuello. Un hombre muy grueso, medio desnudo, con una pampanilla roja en la cintura, se deja caer sobre un madero y la sangre comienza a brotar. Paso por entre la multitud, con la cabeza erguida y el insulto en los labios. Me odian. Vuelvo a encontrarme. Soy yo, con el mismo dolor, en la misma habitación. conozco el aspecto. ¡Ya basta!"
Y como lo esencial se improvisa siempre, a pasos recién sacados de la galera, parapetándome en los límites que a la imaginación la cordura impone, voy a construir, así, de repente, el final del artículo, para no hacerlo más extenso de lo soportable.
Jean René Huguenin solo escribió una novela. Tenía un futuro prometedor pero la parca lo embistió un trágico día de septiembre del sesenta y dos con tan solo veintiséis años. Por eso parece que su recuerdo se borró, su impronta se desdibuja a cada paso, por eso escribo esto imponiéndome la enorme labor de resucitar a esta promesa truncada. "Nada podrá impedir que lo que ha sido permanezca" y siguiendo esta reflexión suya me pregunto y me digo muchas cosas, entre ellas me cuestiono la necesidad de que yo haga nada para que Huguenin vuelva a la vida y que algún editor despistado, atento tan solo a las novedades, mire hacia atrás y traduzca su novela.
Curiosamente, J-R y yo, y tantos otros, renegamos de las palabras, de aquello en lo que verdaderamente viviremos. Quizás podamos prescindir de esta vida y la de este texto.
 
"Los que aman la vida aceptan también tener que morir. Los que tienen miedo y se rebelan con el pensamiento de la muerte, rechazan la vida. El que ama la vida, ama la muerte."
 
 
 

lunes, 29 de agosto de 2016

Los diarios de Alejandra P.

 
Muero de ganas por reconciliarme con las palabras. Hoy me voy a resarcir de todo.  Llevo más de un mes vagabundeando en escritos ajenos, libros que captan mi interés en un instante de voracidad literaria y creaciones antiguas. Los saboreo como si de una degustación se tratase para luego abandonarlos o abandonarme a la obligación moral de terminarme el pastelito que, mancillado por mi nívea dentadura, ya nadie querrá.
 
Hace más de un mes que me despedí de los densos Diarios de Alejandra Pizarnik. Me costó acabar el voluminoso ejemplar que adquirí en un viaje por  mi Buenos Aires querido, en la célebre librería "El Ateneo". Fue un capricho que me di por trescientos noventa y cinco pesos (una enormidad) pero el gusto de habérmelo comprado en esa librería precisamente fue lo que me incitó al dispendio.
 
A la guapa de Alejandra la conocía de oídas pero un día me la encontré en la Feria del Libro de Madrid y debido al calor estival decidí parapetarme en su poética, La extracción de la piedra de la locura, en una edición fiera y delgada como el aire. La lectura de este libro me produjo una gran satisfacción. Ya desde el primer poema me sentí en total conexión con su artífice:

alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
 
 
Y encima de esa alejandra con minúscula estoy yo, mirando las palabras que emanaron hace más de medio siglo de su boca como un manantial profano, mirándolas como un minotauro omnipotente. Encima de esa alejandra pequeñita estoy yo, lector avezado, al borde de las lágrimas, porque su crisis de identidad también es la mía y la tuya. Porque no hay nombre que pueda representar la esencia de una persona, y mucho menos si esa persona es uno mismo o lo que es igual, es el otro.
 
A lo largo de casi quinientas páginas (dispénseme el abuso numérico en el que caigo como una enfermedad) se despereza la intimidad de alejandra, no la que todos conocemos, la de las mayúsculas, la inalcanzable poeta, sino otra muy distinta: la del día a día, la de las obsesiones, la de los sentimientos a flor de piel, la de los pensamientos suicidas.
 
Los escritores preferidos (sobre todo franceses) y sus descubrimientos nos recomiendan lecturas para el futuro: Proust, Dante, Shakespeare, Goethe, Gide, Vallejo, Apollinaire, Françoise Sagan, Rimbaud, Beauvoir, Baudelaire, Bronte, Storni, Safo, G. Mistral, Colette, Clara Silva, Lorca, Azorín, Borges, Ascasubi, Pascal, Dostoyevski, Molière, Faulkner, Bataille...todos ellos tomados al azar de su diario aunque hay muchos otros que no cayeron en la bolsa del arbitrio.
 
El suicidio es el final que se intuye en todos los días de su diario. Todos y cada uno de esos días desprenden ese hálito mortecino que exhala la fúnebre señora. Algunos los he marcado en lápiz y otros he preferido guardarlos bajo llave. Esa llave malvada que pudre todo lo que toca: la indistinción.
 
22 de agosto: A veces soy tan exactamente genial -le dije- que tengo ganas de enterrarme y llorarme tres días.
18 de marzo: Suicidarse es poseer aquella máxima lucidez que permite reconocer que lo peor está ocurriendo ahora, aquí. 
 
El amor o mejor dicho, su carencia, también son una constante. El amor y la muerte así como la locura -términos que reuniera H. Quiroga en el título de sus más célebres cuentos- aparecen palpitantes en cada una de sus entradas. Parecía un tópico pero no es: estos tres elementos resultan ser una constante indisoluble en la vida de Alejandra:
 
Capri, septiembre de 1961: Tuve miedo y me fui y nunca más creer en el juego de las miradas, nunca más creer en las promesas de los ojos, nunca más creer posible la invención de algo a modo de amor. [...] La espera del amor, el amor a la espera. Cuando venga con sus ojos de niebla. La noche me transforma en la esperadora del amor.

26 de mayo: [...] Y yo moriría mil veces por poder recibir amor sin pedirlo [...].
31 de mayo: [...]Déjame delirarme sin ti, asistir a la deformación de mis huesos que sólo aman una sombra. He caído en la trampa de esta espera y sin duda soy feliz. 
29 de junio: [...] Hermosa angustia. Hermoso es sufrir así, hermosamente.
10 de julio: [...] Lo que tú quieres no tiene nombre. Lo que no tiene nombre no existe.
25, viernes: [...]: El proyecto antecede al acto. Cometer el acto es anular el motivo de la espera. 
Sábado 21: [...] Respirar es cosa seria. 

Las frustraciones se vengan de la víctima y no remiten. Vuelven de visita una y otra vez como presintiendo el fastidio insalubre que ocasionan al anfitrión:
 
19 de febrero: [...] a causa de que me dijeron no cuando yo pedía [...]hasta que el rostro soñado venga a mí atraído como una bestia finísima por el perfume de mis ojos verdes presentido en algún lugar de mis poemas.
27, lunes: Ayúdame a no pedir ayuda.  

 
Las relaciones humanas son, las más de las veces, vacuas y superficiales. Es difícil para una poeta constantemente en crisis no sucumbir ante las ráfagas de soledad que se instalan alrededor de una mesa repleta de gente hambrienta:
 
Sábado, 12 de mayo: Anoche bebí demasiado porque comí con unos idiotas, unos arquitectos -con sus mujercitas- que hablaban de aviones y del servicio militar en todos los países del mundo. Eran muchachos de veinticuatro a treinta años. (Odio la gente joven -seria y estudiosa- con su Porvenir abierto y sus miserables deseos de automóviles y departamentos. Los únicos jóvenes que acepto son los bizcos, los cojos, los poetas, los homosexuales, los viudos inconsolables, los frustrados, los obsesionados, sean condes o mendigos, comunistas o monárquicos, mujeres, hombres, andróginos o castrados). 
 17 de noviembre: Rostros en el métro. Extrañeza. Seguridad de estar rodeada de  cadáveres. Mis ojos buscaban la salida de esos rostros. Sans issue. Deseos -por primera vez- de vivir en el campo (paisaje mental eglógico).

 
El azar, siempre caprichoso, no obedece a ningún designio superior a la fuerza de la arbitrariedad. Es sardónico y se regodea en su risa ladeada. Él quiso que en el instante en que leía estas citas que acabo de transcribir tuviese un lápiz a mano o la osadía de doblar el vértice de la página sin pudor. Esto es lo que ha surgido después de un mes de intensa convivencia con Alejandra, con su retrato más íntimo, con su recuerdo despojado de poses. Su lectura nos puede llevar por múltiples derroteros: la importancia que tienen los diarios y la redacción cuidada de la que hay que hacer gala incluso en momentos de intimidad espiritual; las grandes pasiones que son las que construyen cosas memorables y el final, que no siempre es tal. Muchas veces el fin es aparente, como éste. 


miércoles, 15 de junio de 2016

El asesinato como transformación estética

 
 
Tal y como su título nos hacía pensar "Del asesinato considerado como una de las bellas artes" se trata de un texto concebido en el ámbito de la provocación (aunque luego veremos el interés que puede suscitar el análisis del crimen como una performance artística). Obviamente su propósito es desembarazarnos las bocas de bostezos y hacerle cosquillas, al menos, con un toque de indignación, digo yo.
 
Para justificarse, De Quincey se apoya en el texto no menos extravagante de Swift en el que afirma que el exceso de niños irlandeses tiene solución: comérselos. Lo cual como chiste no está mal del todo y puede que hasta consiga esbozar en nuestras caras de piedra acostumbradas siempre a lo mismo, una leve sonrisa o tal vez un gesto de incredulidad enarcando las cejas.

Este texto que nos ocupa hoy está compuesto de dos artículos publicados en Blackwood Magazine y más tarde recogidos en sus obras completas. Es entonces cuando nos introducimos en el placer estético del asesinato. Y cabe preguntarse ¿qué tiene de placentero el asesinato y qué de artístico? Se trata, (está comprobado) de una especie de golosina en el paladar del sádico. El carácter reprobable del asesinato está fuera de toda consideración. No es la moralidad o inmoralidad del asunto de lo que trata este ensayo sino más bien de su composición estética: el móvil del crimen poco importa, es una característica trivial. Un asesinato nunca debe ser anecdótico, sino todo lo contrario: un depliegue de belleza que raya la tragedia, un despliegue de crueldad innecesaria. Estas características le conferirían un lugar en medio de las bellas artes, es decir, la muerte como transformación poética e irrevocable, irrepetible de la realidad (nada más rotundo que la muerte, nada más perturbador que el asesinato).

La muerte se convierte pues, en un acto simbólico. No necesariamente representa el hecho en sí mismo sino que deja traslucir otros símbolos ocultos: la osadía del individuo y su supremacía sobre la comunidad (al menos en principio). Otro principio subyacente que podemos dilucidar es la destrucción de lo existente como base unívoca de rebeldía, rebeldía sana, por otra parte, que busca novedades, requisito indispensable para que el motor de la existencia siga en pie (válgame la contradicción escandalosa para mi deleite) y no estalle en mil pedazos la maquinaria ante la imposibilidad pragmática de albergar todos los opuestos. Sí, señoras mías: de todo tiene que haber y cuanto más veamos, mejor aún. No debemos ruborizarnos ante las injusticias, más bien deberíamos colaborar en algo con ellas a dejarnos engatusar por el circuito en todo falso del sistema moral.
 
Desgraciadamente, no se me dio por nacimiento la tendencia a colaborar con estas causas benéficas para la salud mundial. Es por esto que me depravo y corrompo en mis textos: es mi modo de alimentar el equilibrio necesario en el espíritu humano que me tocó portar esta vez.

Dice De Quincey:
 
"Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no se sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento."
 
Parece un chiste de mal gusto pero no lo es: está claro que hay entidades que trabajan a expensas del mal, que es esa su motivación, no solo primordial sino primigenia, pero también es cierto que dentro del orden de fuerzas hay delincuentes peores que otros. Unos asesinos como los que describe de Quincey en sus artículos sobre el asesinato son, en última instancia, personas que juegan el mismo juego que el resto, pero los hay de peor calaña que hacen trampa. Esta gentuza consigue los honores más altos a fuerza de engañar, robar y dominar a otros. Se creen que al amparo de la sombra y bajo engañosas apariencias se verán libres de las responsabilidades y el rechazo social pero esto es falso. Porque trampas podemos hacer todos, incluso los de almas nobles, solo para descubrir a quien opera desde la sombra por medios deshonestos.
 
Con un poco de la lumbre del espíritu somo capaces de desenmascarar a estos atorrantes: muchos de ellos admiten sus faltas con orgullo, como si el hecho de hacer trampa los colocase en un lugar privilegiado con respecto a sus congéneres. La realidad es que este grupo de artesanos del fraude se ha manchado el alma para siempre con sus prácticas inescrupulosas y faltas de humanidad y claro que pasan factura. Al principio sus deseos parecen colmados, más luego solo queda el amargo desengaño.
 
Ahora, en contraposición con aquellos gandules sin honor verdadero (aunque hagan ostentación de uno mundano, de cartón) creo que estamos en condiciones de mirar con otros ojos a los asesinos comunes, perversos en su acto aunque humanos, más humanos que los manipuladores hipócritas que denostábamos antes.
 
Como dijimos antes el libro se divide en dos artículos diferenciados: el primero de ellos hace un repaso por intentos de asesinatos a filósofos no sin antes mencionar al primer asesino del que tenemos conocimiento, Caín. Los filósofos de los que nos habla son todos ellos eminentes pero claro, la verdad es que la mayoría de ellos no fueron asesinados, aunque según De Quincey "estuvieron muy cerca de ello".  Descartes, fue el primer candidato a víctima de esta escueta lista. Al parecer sin saberlo, se había embarcado en uno de sus múltiples viajes en una barca conducida por profesionales del deceso ajeno. Sin embargo, entendiendo el alemán a la perfección se dio cuenta de ello y les hizo frente con un descenlace afortunado para él:
 
"Sin duda para los viles rufianes hubiese sido un honor muy superior a sus méritos el quedar ensartados como pajaritos en una espada cartesiana, y me alegro de que M. Descartes no cumpliera su amenaza, robándole así sus presas a la horca, sobre todo cuando pienso que, tras asesinar a la tripulación, no hubiera conseguido regresar a puerto."
 
Y si creíamos que nos empezábamos a aburrir de una enumeración de filósofos casi muertos (como si con sus tratados interminables no fuese suficiente) De Quincey nos saca de nuestro adormecimiento con esta frase "Les complacerá saber que Malebranche murió asesinado": los ojos como platos, un gesto de incredulidad en el rostro y una carcajada a modo de aplauso ante el ingenio atrevido del autor. Pero eso no es todo, más tarde añade: "las irritaciones culinarias y metafísicas se unieron para atacarle el hígado: cayó en cama y murió poco después". Afirmación que conmueve hasta la risa, entiéndanme.
 
El caso de Leibniz requiere que nos detengamos un poco. No iba a ser asesinado ni aunque rogase el favor. Al final estaba deseando que lo matasen: 
 
"Como Leibniz era en todo superior a Malebranche, cabría suponer a fortiori que fue asesinado y sin embargo no es así. Creo que este descuido lo indignó y que se sintió insultado por la seguridad con que transcurrían sus días. De otra manera no me explico que, al final de su vida, decidiera volverse muy avaro y acumulara grandes cantidades de oro, que guardaba en su propia casa (...) su ambición de ser por lo menos víctima de un atentado era tan grande que no evitaba el peligro. (...) Leibniz no fue asesinado pero cabe decir que murió en parte de miedo a que lo asesinaran y en parte de despecho porque no lo asesinaban."  Divertido ¿verdad?
 
Kant también estuvo a punto de morir asesinado en una emboscada, pero el autor no tiene ni una pizca de respeto por él, lo cual denota una gran inteligencia, pues burlarse de lo que deberíamos respetar es una transgresión admirable, al menos literariamente hablando:
 
"Mi opinión es que el asesino era un aficionado que comprendió lo poco que ganaría la causa del buen gusto con el asesinato de un metafísico viejo, árido y adusto que no le daría ninguna oportunidad de lucimiento, puesto que no era posible que una vez muerto se pareciese más a una momia de lo que ya se parecía en vida." 
 
Y no, no le alcanzan sus desverguenzas declamatorias, mirad si no, cómo trata al pobre de Godfrey:
 
"La mejor obra de los siglos diecisiete y dieciocho es, sin discusión alguna, el asesinato de Sir Edmundbury Godfrey, que apruebo por entero."
 
En la segunda parte del libro, sobre la que no me voy a extender por considerarla tal vez, menos interesante, nos relata tres asesinatos de la época, de los cuales, el más aterrador es el de la familia de Marr. La narración es admirable, la pluma limpia y los trazos claros, os invito a leerla porque no tiene pérdida y nos introduce someramente en los hechos trágicos así como en la personalidad del criminal, Williams, quien más que movido por el ánimo de lucro, decidió matar a una familia entera (luego habría más víctimas) en aras del buen gusto y del equilibrio cósmico. Así, los escrúpulos se dejan a un lado y el sacrificio de sí mismo cobra protagonismo, pues ¿qué es un asesinato sino un sacrificio? Estar más allá del bien y del mal (o al menos creerlo así) no es nada desdeñable. Es un proceso mental muy difícil de alcanzar dados los condicionamientos sociales y morales a los que vivimos atados día a día. En cualquier caso no me parece nada práctico, debo admitir, mancharse de sangre cuando hay pequeñas maldades cotidianas que pueden restablecer el equilibrio perdido.
 
Yo no soy un Jesucristo ni tampoco un Satanás. Cada uno a su manera se sacrificó para aportar alguna  cosa al devenir de la Humanidad. Me conformo con transcribir símbolos que podrían significar una cosa y su contraria. Tal vez se trata de una actitud cobarde pero segura, pero también es necesario que ésta exista. Colaboro pues, haciendo de cronista imprevisible, desvergonzada inventora de mundos, pues coopera más quien produce, aunque no produzca nada bueno, a quien se queda de brazos cruzados pasivamente esperando siempre del otro.
 

miércoles, 27 de abril de 2016

Ante la Duda, mejor hágase el Mal

Estoy convencida de que es el transcurso de la vida, quien con su sabiduría inmisericorde (sí, inmisericorde para muchos de nosotros) nos lleva por los caminos que debemos ir. Hay una especie de fatalidad inevitable en dejarse llevar por la corriente frenética de "lo que deba ser". Desde luego es apasionante sumergirse en el éxtasis del abandono. Y más si confirmamos que el Creador es sabio y de él sólo puede provenir lo conveniente. Sí: basta un poco de inteligencia para comprobar esta hipótesis, las capacidades humanas más superficiales radican en la adaptación, la autocompasión y la fe.
 
En uno de esos caminos azarosos por los que transito tan a menudo, confinada a la resignación como un zombi, uno de esos senderos rurales arropados de campos de extraños verdes y de cielos tan azules como un mar intangible, me encontré con este nuevo amigo: un filósofo amargado e inestable que pese a su carácter atormentado era capaz de hacerme reír a mí, que me río por compromiso la mitad de las veces. Me reí auténticamente, a carcajadas, con total franqueza en la soledad que entraña mi propia compañía. Así fue como lo conocí, de la mano de un amigo entrañable que me proporcionó un ejemplar del libro del que comentaré algunas cosas. Se trata de La caída en el tiempo de E. M. Cioran. Este libro reúne nueve ensayos del célebre filósofo rumano, ensayos que se enmarcan sobre todo en concepciones binarias, como la civilización o la barbarie, la salud o la enfermedad (y sus implicancias), la credulidad y el escepticismo, la cólera o la tranquilidad...
 
En "El árbol de la vida", Cioran bosqueja las causas de la pérdida del paraíso y qué significa "haber pecado". Cuando Dios le advierte que no coma del árbol del bien y del mal ¿qué le estaba diciendo? Hay una verdad más allá de las palabras, una verdad que se oculta entre las sombras que proyectan las letras y el bullicio de los sonidos de la palabra en voz alta. Ya sabemos lo que hizo Adán. En la Biblia se dice que "desobedeció", pero yo me pregunto ¿cómo puede desobedecer una criatura que no se diferencia en nada del resto de los animales? Con una conciencia mermada no es posible desobedecer. Esto desde luego no lo dice Emil, pero la lectura de este ensayo nos suscitará múltiples reflexiones. Dice también que el hombre aspiraba a la inmortalidad y por eso comió del fruto prohibido. El árbol del bien y del mal es el del discernimiento. Puesto que nuestro antepasado no tenía discenimiento alguno, al expulsarlo del paraíso, Dios cometió una injusticia. ¿Blasfema, yo? No puede ser blasfemo quien carece de credo. Tampoco lo es el autor del que estamos hablando al decir que "Dios cometió una imprudencia". En cualquier caso hablar de Dios sea probablemente un recurso reservado a aquellos resentidos por un silencio demasiado largo. Está claro que traicionamos la voluntad del demiurgo que requería que permaneciesemos en la ignorancia. ¿Por qué, si ignorantes éramos felices? Éramos felices porque en nuestra consciencia animal no teníamos deseos que satisfacer y en el momento en que fuimos capaces de diferenciar el bien y el mal los deseos insatisfechos nos nacieron desde la profundidad de las entrañas y nos rasgaron por dentro hasta salir convertidos en negra amargura.
 
Pero no nos quedamos ahí...como especie no claudicamos ante el castigo del todopoderoso, no. Fuimos más allá y dimos con una cosa que se llama civilización cuya principal característica es trocar todo lo puro e ingenuo en vileza y miseria. En "Retrato del civilizado", Cioran analiza la posición de las sociedades más avanzadas en relación con las que lo son  menos. ¿Es verdad que somos afortunados gracias a la ciencia y a la técnica? ¿No será más bien al revés? Tal vez los artificios nos convierten en esclavos: los corsés nos aprisionan, los zapatos nos incomodan, la buena educación nos constriñe...a simple vista pareciera que la civilización comporta más beneficios que desventajas, pero tal vez estamos dando por sentadas demasiadas cosas y no somos capaces de pensar de otra manera, de una forma"nueva". Dice Cioran: "El interés que el civilizado siente por los llamados pueblos atrasados es de lo más sospechoso. Incapaz de soportarse más, se esfuerza por descargar sobre ellos el exceso de males que lo abruman, los incita a probar sus miserias, los conjura a afrontar un destino que ya no puede arrostrar solo."
 
Nada más parecido a la educación de los niños: envidiosos de su estado puro de felicidad queremos convertirlos en lo que somos nosotros, porque no somos capaces de soportar que puedan ser felices en bruto, es decir, de una forma distinta a la nuestra. Lo mismo hacemos con todo lo natural, lo que está en estado salvaje: proyectamos nuestras frustraciones en lo exterior, doblegando afuera lo que somos incapaces de dominar dentro.
 
En "El escéptico y el bárbaro" ensalza la duda como única forma de no traicionar a la verdad, inalcanzable siempre. La duda sin embargo, a pesar de ser una elección del todo loable, nos lleva irremisiblemente al naufragio: perdidas las seguridades, sólo podemos vagabundear, dejarnos llevar por el mar iracundo o incluso dejarnos perecer, puesto que no hay ningún sitio seguro, ninguna certeza a la que aferrarse. Las certezas tienen una función práctica muy clara: permitirnos vivir y permitirnos construir. Es la base sobre la que puede elevarse cualquier constructo mental y material. Sin certezas, nada sería posible, viviríamos en un estado de desesperación perpetuo, desorientados y presas fáciles de la desolación. Sin embargo, ese conocimiento es superficial, puesto que lo esencial no puede conocerse por las palabras: "Ese animal charlatán, alborotador, atronador, que se encuentra exultante en el estrépito (el ruido es la consecuencia directa del pecado original), debería quedar reducido al mutismo, pues, si vuelve a pactar con las palabras, nunca se aproximará a las fuentes invioladas de la vida" y "...las opiniones son, como dijo un sabio, "tumores" que destruyen la integridad de nuestra naturaleza y la propia naturaleza. Si pudiéramos abstenernos de emitirlas, entraríamos en la verdadera inocencia y, quemando las etapas hacia atrás, mediante una regresión saludable, renaceríamos bajo el árbol de la vida".
 
Todo esto está muy bien, pero fue quien nos creó quién también nos tendió la trampa. Nos indujo a aquello que sabía que haríamos, puesto que sabía que éramos envidiosos, aunque fuésemos inconscientes de ello, y también fue él, el primero en nombrar las cosas por su nombre intrínseco. "No hay juicio, por negativo que sea, que no eche raíces en lo inmediato o no suponga un deseo de ceguera...".
 
Menos mal que al final nos exhorta del modo siguiente (uf, ¡qué alivio!): "Con ficciones no hay medio de instituir una moral y menos aún normas de conducta en lo inmediato; eso explica el deber que tenemos -para eludir el desasosiego- de devolver sus derechos al bien y al mal, salvarlos y salvarnos....a costa de nuestra clarividencia". Eso es, amigos, "la duda es incompatible con la vida". Pensemos en ello con frecuencia.
 
En "Es escéptico el demonio" retoma la idea del ensayo anterior. Hacer el mal (es decir, volver concreto el Mal) es colaborar con la existencia, por lo que el Diablo, no puede sino ser escéptico. "El drama de quien duda es mayor que el de quien niega, porque vivir sin un fin es mucho más difícil que vivir para una causa mala". Y es que, qué puede ser un filósofo sino alguien que duda, esto es diabólico. Los filósofos buscan la verdad pero no a expensas de cualquier cosa. Sin embargo "la persecución de la duda es debilitadora y malsana; no responde a vitalidad alguna, a interés alguno. Si nos lanzamos a ella, es porque con mucha probabilidad una fuerza destructiva nos mueve a hacerlo."
 
Otro de los puntos de interés en sus textos es la literatura, y este libro que nos ocupa no será la excepción. El autor se sirve de Tolstoi para reflexionar acerca de la enfermedad, "la vida verdadera comienza y termina con la agonía (...) lo que nos salva es nuestra pérdida (...)". Para Cioran, "se subestiman las ventajas de la saciedad, la cual permite descubrimientos vedados a la indigencia". Shopenhauer consideraba que la felicidad solo puede darse por el ser y no por motivos extrínsecos. En este punto se ponen de acuerdo Schopi y Cioran en una cosa: la saciedad no es necesariamente condición para la felicidad, es más, puede ser, por el contrario, contraproducente. Emil va más allá: la felicidad que nos da la saciedad nos priva de otras cosas, tales como la creatividad:
 
"Como la liberación está en los antípodas de la inspiración, para un escritor consagrarse a ella equivale a una dimisión o incluso a un suicidio. Si quiere producir, ha de seguir sus buenas y malas inclinaciónes, las malas sobre todo; si se emancipa de ellas, se aleja de sí mismo: sus miserias son oportunidades."
 
También la cólera es un bastión en el que podemos resguardarnos de la locura. Abre una brecha por donde escapan las toxinas que de otro modo acabarían con nosotros: "una crisis de demencia nos preserva de la demencia".
 
 
Tal vez debamos pasar por encima muchas de las interesantísimas afirmaciones de este libro porque no nos es dado el revelarlas todas, no conviene pues, que nos detengamos más tiempo en ellas, sería mejor que nos hiciéramos con el libro de alguna manera ilegal, a ser posible, para disfrutar de sus beneficios de forma más trascendente y lo más pronto posible, puesto que: "¿acaso no equivale querer mejorarse a gustar de la tortura y del infortunio?"
 
Vamos a colaborar con la existencia, pues, de un modo diferente.