domingo, 2 de abril de 2017

Pablo Rojas Paz y la trascendencia de ordinario


Hoy voy a hacer de divulgadora. Me voy a poner el disfraz de buena persona y me voy a cargar con la dificultosa tarea de hablar de un libro de cuentos olvidado. Lo que quiero decir es que me voy a colgar la medalla y voy a hacer una labor humanitaria: la de desempolvar la tumba de Pablo Rojas Paz y, en concreto, la de su impecable antología que en 1940 fue merecedora del Premio Nacional de Literatura en Argentina.
 
La historia no comienza cuando encontré El patio de la noche en la librería de Covarrubias, no. La historia de nuestro encuentro se fraguó mucho tiempo atrás. De no ser así, este libro me habría pasado desapercibido, enterrado debajo una montaña de novelas modernas de tapas duras y atractivas sobrecubiertas.
 
(No es que quiera disfrazar cada momento de mi vida ordinaria de misterio o mito, pero en verdad fue así. Mi encuentro con este libro de relatos fue el resultado de una irresistible atracción que comenzó hace tantos años y tantos kilómetros).
 
Cuando yo era pequeña -a diferencia de ahora, que tengo muchos- no tenía libros. Sería largo, trabajoso e infructuoso contar aquí, en el poco espacio del que dispongo, por qué en mi casa de la infancia sí había animales, jardines, plantas y muñecas, instrumentos musicales y cedés, bicicletas y patines, ¡hasta escopetas! pero no libros. La cuestión es que como no había más que unos pocos libros, no quedaba más que desplazarse de vez en cuando a la biblioteca del pueblo, la biblioteca Pablo Rojas Paz.
Patio de la Biblioteca Rojas Paz (Glew)


 
Sinceramente, nunca me pregunté quién era el tal Rojas Paz. Para mí era un nombre detrás del cual no se escondía nada que pudiera interesarme. Pero pese a esto, la Rojas Paz fue muy importante en mi vida. Allí iba a buscar información en los libros viejos; allí iba a leer a Benedetti o a Tolkien: me era indiferente. En sus sillas me sentaba al amparo del silencio tranquilo que colmaba mi espíritu de la serenidad que en mi casa faltaba. Y así me pasé muchas tardes en las que -ya entonces- no había clases. Y fue aquí en Madrid, en donde recordé aquellas tardes de adolescencia cuando él llegó a mis manos por pura casualidad. La curiosidad hizo mella en mí y sentí el llamado del objet trouvé del que ya he hablado en otras ocasiones. Pese a que tenía mucho que leer, lo dejé de lado todo por brindarme amorosamente a sus páginas. Y en ellas me encontré con Pablo y con sus historias míticas del norte de mi país.
 
El patio de la noche es un libro que consta de veintitrés relatos, todos ellos enmarcados en Argentina, en tiempos en donde lo virtual no competía con lo verdadero (y quizás en esto radique su encanto, qui peut savoir). El que da nombre al libro empieza así:
 
El calor hacía madurar las estrellas. Los jazmines, grandes como manos, daban ese perfume de mujer que tienen las flores tropicales. El aroma suave de los paraísos era un sedante para el ritmo violento del corazón de la noche. Perros, muchos perros ladraban despavoridos en la distancia inquietando la remota angustia de la noche. Los centinelas de la cárcel exhalaban su "¡Alerta estoy!" con un desolador desgano. Una campanita rota sonaba, ya próxima, ya lejana, según el viento. Pero todo ello no parecía sino la espuma del silencio. Si uno hubiera querido disolverse en la noche habría bastado con quedarse quieto, con no desear nada, con pensar. La noche era un palacio de columnas firmes pero abandonado; la música del silencio estaba presente en el fondo de todo.
 
Ahora te interpelo a ti, desconocido lector de este blog: ¿Te hubieses podido resistir a su lectura, tras este primer párrafo tan prometedor? Yo, desde luego, ni de quererlo lo habría podido hacer. Porque cuando deseo algo en verdad no me importa cambiarlo todo, moverlo todo de lugar, postergar lo que parecía importante: la intuición me lleva como un aroma fino, guiando con generosidad no solo mis lecturas sino también mi vida y nunca me defrauda.
 
Las descripciones son, en todos los casos, exquisitas, por ejemplo esta, aunque hay muchas más:
 
La noche caía mansamente. La brisa traía la húmeda fragancia de los ríos. La tarde, una doncella que se muere de angustia, estaba tendida en los pastos azules. Los árboles comenzaban a empaparse de sombra. Los cautelosos gemidos del cacuy decoraban la zozobra de la tarde.
 
 
En La madreselva teje la historia de una familia a través de la de la planta que engalana su casa de estilo colonial. Así, el ser vegetal, aunque inanimado, se convierte en ser esencial y protagonista de la historia. Este relato nos recuerda cómo los objetos que nos circundan tienen también un espíritu que vive en nuestros recuerdos y que hasta lo que parece más insignificante puede tener una trascendencia insospechada. También El jarro de plata es otro ejemplo de cómo la vida de los objetos se liga a la de las personas y sus actos. La historia de una negra narra la vida de una joven huérfana y desposeída que es acogida por una familia acomodada. Su piedad y modestia le granjean el cariño de todos y por esto parece que se clava en la memoria del narrador.
 
Pastores, soldados, fauna y flora locales, indios y demás participantes de las provincias del interior argentino son los ingredientes fundamentales en los cuentos de Pablo Rojas Paz, que desgrana cada historia con la belleza de las cosas sencillas y nos presenta acontecimientos del pasado -sean históricos o ficticios- desdibujados por el paso del tiempo y engalanados por el misterio de mitos y leyendas.