jueves, 3 de diciembre de 2015

"Rosshalde" de Pérez-Reverte*

(*Aclaración para las mentes más densas: Rosshalde es una novela de Hermann Hesse, el título es pura ironía).
 
 
Bien, tan sólo a nivel testimonial y todo lo escuetamente posible que me permita la indignación desmesurada que ahora siento, voy a referirme a mi última lectura. Me refiero a ella pese a lo dicho anteriormente por dos motivos: el primero de ellos está relacionado con la celebridad justamente ganada de su autor, escritor al que admiramos profundamente los amantes de la literatura y de la belleza; el segundo motivo es que tras dedicarle cierto tiempo no me pareció "justo" dedicarselo  a formas descuidadas a tal punto (ya sé, hoy parezco una niña pequeña blandiendo la espada de la justicia como un juguete).
 
Rosshalde es uno de mis descubrimientos en la librería para la que trabajo. Fue un objet trouvé desde el preciso instante en que mis ojos tocaron la luz que reflejaban sus tapas blandas multicolores. La exhibí orgullosa, antes de leerla junto con otros hallazgos propios de mi actividad, hasta que hace unos pocos días comencé su lectura en medio de los traqueteos inquietos de la línea 1. La fui descubriendo, obligada por mi mente rebelde, que siempre piensa a deshora en lo que es inútil. Pensé: "Belle, sería útil si terminaras de leer esta excelente novela antes del próximo fin de semana. Esto sería ideal porque atendiendo a tu maravilloso instinto de lo inmediato podrías dar algunas pinceladas en tu blog que permitan a otros apreciar la cara oculta de la obra de Hesse". Todo en vano.
 
Desde luego es una novela de Hesse y eso es decir más que muchas cosas. Por ejemplo, hoy tomé el disfraz de lectora interesada en las últimas páginas de una novela de Pérez-Reverte. Nunca había leido nada de este autor salvo un cuento muy bien escrito. Me pareció que se hablaba muy mal de un escritor muy bueno. A todo esto, debo decir que soy una de esas personas que suelen tener, por norma general, prejuicios, todos ellos positivos, lo cual no deja de hablar mal de mí, puesto que "el miedo no es zonzo" como decía mi abuela y la verdad es que el miedo es el padre de todos los prejuicios.
 
Temía caer de bruces en mis propias críticas, por eso siempre quise pensar bien de los autores a los que leía (este es el motivo de que algunos autores me estén vedados). Debo decir que soy una lectora de finales nefasta. Voy a explicarme en seguida. No puedo evitar hacer comentarios que arrastran al oyente fuera de la narración. Este arrebato también me embiste cuando miro películas acompañada. Me dedico a destrozar los diálogos, a participar en la película. No puedo soportar no ser el centro de atención, es una enfermedad que me visita algunas veces pero con mucha intensidad.  Hecha esta digresión totalmente innecesaria pero simpática os pregunto ¿qué pensaríais si cogiendo la penúltima página del libro en el párrafo número dos, leéis "caminaban a pie"? Una reacción hilarante le siguió a la lectura en alto de estas palabras. Mi compañero lo defiende de la siguiente manera: "así personifica el lenguaje impreciso del soldado". Bien, quisiera creérmelo pero descreer es un sano ejercicio en los tiempos que corren.
 
Ahora bien ¿qué tiene que ver Pérez-Reverte con Hesse? Tienen en común que el lenguaje mal utilizado, mal elegido y el atrevimiento a destiempo pueden costar caro. Porque para mi desgracia no estaba leyendo Rosshalde de Hesse, no. Estaba leyendo la destrucción de Rosshalde a través de la terrible traducción del profesor E. Ávila Etc. (no quisiera herir sus sentimientos aunque él sí ha herido mi sensibilidad con sus palabras poco meditadas).
 
Muchas veces dije que a veces es mejor callar porque las palabras dichas sinceramente pueden no ser las adecuadas y conspirar contra la verdad más que las propias mentiras. Dicha idea la llevo a su máxima expresión en mi vida cotidiana, y lo hago por amor a la verdad. Esta traducción de Hesse es un ejemplo diáfano de ello. Una traducción mala deprecia la obra, incluso puede arruinar una obra genial. Y como prefiero los actos porque son en sí mismos y no necesitan explicarse, cosa que las palabras nunca podrán ser (salvo algunos tipos de actos lingüísticos que aquí no vienen a cuento) me avengo a mis otras lecturas de Hesse para asegurar que, pese a la dislocada apariencia que transmite esta traducción de Cía. General de Ediciones de 1978, Rosshalde merece muchísimo la pena y atención por parte del lector.
 
La novela perfila la historia familiar de Veraguth, un pintor de fama mundial que, a pesar de su excelente trayectoria y gran porvenir como artista lleva una vida solitaria y mezquina rodeado de una mujer que lo evita y de un hijo que lo desprecia. Su única alegría es Pierre, el hijo menor de ambos, que dibuja una sonrisa en el rostro del pintor cada vez que irrumpe impetuosamente (como, por otra parte conviene a su edad) en el taller apartado de su padre. Veraguth recibe la visita de su amigo Otto, que lo convence de que abandone Rosshalde y parta con él de viaje hacia Oriente. Los acontecimientos se desenvolverán (siempre de manera casual, como todo en esta vida, no nos creamos que es una argucia certera del Hacedor que no tiene nada mejor que hacer que maquinar secretamente destinos perfectos para nosotros) de modo que al fin el pintor decide irse de ese lugar para comenzar una nueva vida (aunque esta nueva vida quede fuera del libro que nos ocupa hoy).
 
Las descripciones son trazos de oscuro carboncillo, que luego se van rellenando con pinceladas suaves de coloridos detalles que no puedo dejar de relamer una y otra vez, cada vez que paso inadvertidamente las yemas de los dedos por las páginas, intentando evocar, prendida de una concentración sutil y como si tocando las oraciones pudiera reconstruirlas, la realidad que hay tras estas abstractas representaciones que son las letras.
 
Las alusiones a la pintura son recurrentes:
 
"Lo incierto de esa luminosidad había despertado el eco de su alma de artista. Hasta entonces se había conformado con logros estéticos basados en una técnica analítica. Esta vez se enfrentaba a un reto pictórico, muy hermoso y poco común. En realidad, no se esmeraba en resolver dificultades técnicas o en plasmar una imagen fiel de la propia escena, sino que íntimamente sentía haber logrado descorrer, momentáneamente, el velo enigmático e indolente de la propia naturaleza y hacer surgir a la superficie un soplo de lo real y verdadero."

 
"- Escucha- prosiguió Veraguth-, todavía sigo con el deseo de pintar un ramo de flores silvestres como aquellos que juntaba mi mamá y que nunca he vuelto a ver. Ella era genial para eso, siempre animosa y alegre como una criatura, siempre cantando y moviéndose con su natural ligereza, y tocada con su gran sombrero de paja. Así es como la veo en mis sueños. ¡Ah! mi anhelo es pintar ese ramo de flores con toda la gama de matices de las florecillas del campo, ensartando algunas gramíneas y espigas; pero todos los ramos que he llevado al estudio no se parecen al tipo tan esplendente del hecho por mi madre. Ella tenía sus predilecciones, no gustaba de flores demasiado blancas, sino los ejemplares de raros matices, de tenues tonos de lila; pasaba tanto tiempo escogiendo, y había tan gran variedad..."

 
No quedan fuera de la novela las reflexiones sobre la felicidad, común denominador de la literatura de Hesse, por ejemplo en las interesantes conversaciones que mantienen los dos amigos:
 
"-Todo el que tiene fe y esperanza lo logra [ser feliz]- exclamó Otto-. ¿Y tú qué esperas, ya tienes éxito, honores, dinero? Lo que no sabes es lo que es la vida, ni el gozo ni la alegría. No, nada esperas, y eso es monstruoso, Johann. El que no quiere curarse una llaga maligna es un cobarde..."

 
Finalmente, Rosshalde es un lugar metafórico. Una alegoría de todo aquello a lo que hay que renunciar sin remedio porque es parte del pasado y está descuidado (como en la primera descripción que hace del jardín inconmensurable que rodea la finca):
 
"-Tienes que hacerlo- comentó Otto con aire de tristeza-. Es algo muy lamentable, pero tendrás que hacerlo. Despójate de todo el lastre en tu vida. Tienes que comenzar de nuevo para que veas el mundo tal y como es. Olvida lo pasado, todo depende de tu decisión, pero si quieres seguir dentro de esta cárcel, puedes estar seguro de que siempre estaré a tu lado cuando me necesites."

 
La expresión de los sentimientos es una constante. Una comparación divertida la hace Veraguth cuando habla con su criado al que le explica que es un gran artista sólo porque no tiene un rabo que menear:
 
"-La cosa es sencilla. Los perros, gatos y otros animales inteligentes tienen su rabo; es un apéndice de gran movilidad con el cual se expresan, sugieren su estado de ánimo, lo que piensan o lo que sienten. Pero como el hombre no tiene rabo, necesita del artificio de los pinceles, del piano o del violín para manifestarse..."


Bien, yo agregaría a esta lista reducida de artificios, la pluma, el bolígrafo o para ser más exactos el teclado del ordenador. Las palabras importan, pero no lo son todo. Las palabras son significativas cuando secundan a los actos. Todo el misterio de una palabra se desvela en el acto circundante. Los hechos hablan más que las propias palabras. Más que la escalofriante traducción que llegó a mis manos y más, mucho más que los infantiles escarceos de Pérez-Reverte con la narrativa.


 
Y colorín colarado, este trago se ha acabado (y siendo consecuente con todo lo dicho, me voy corriendo a preparar otro).

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