martes, 13 de octubre de 2015

Der Golem: el significado de lo oculto

Lo fantástico siempre es actual. No importa cuánto nos adentremos en la maravilla de la técnica, siempre hay espacio para lo increíble, aquello que parece imposible y que soñamos. La idea de que el macrocosmos puede ser modificado por medio del microcosmos es muy común en la magia, que se rige por la analogía, y habla de ella Eliphas Lévi en su libro La alta magia:

 

"El hombre es el microcosmos o pequeño mundo, y según el dogma de las analogías, todo lo que está en el gran mundo se repite en el pequeño."

 
Un buen ejemplo de este principio se puede apreciar en Der Golem (1920) película muda (debe ser porque soy muy habladora que me gustan tanto las pelis en donde nadie habla) obra del expresionista alemán Paul Wegener, quien además de dirigirla hace de gólem. La trama pone de manifiesto esta afirmación que hemos citado antes: a través del microcosmos el macrocosmos puede ser modificado. La alquimia de entonces es la que hoy en día puede equipararse, salvando las distancias, a la física cuántica y sus misterios.
 
La trama de la película recoge la antigua leyenda judía del rabino de Praga, Rabbi Yehuda Loew, que  creó un gólem, es decir, una criatura de barro que cobra vida mediante artes mágicas. El Rabbi se vale de sus conocimientos cabalísticos para crear este monstruo que protegerá al pueblo judío de las desgracias que se ciernen sobre él (en la primera escena de la película se puede ver al rabino observando las estrellas e interpretando sus designios). Una vez que ha conseguido finalizar a su criatura se encuentra con que le falta la palabra clave, Emet ('verdad' en hebreo), que le dará vida al ser inanimado. Luego de buscarla en toda clase de libros de sabiduría hermética y al no encontrarla, decide recurrir al diablo (a uno de los demonios que conforman la trinidad demoníaca, Astaroth) al que invoca para este menester según rituales que le deben bastante, por lo menos en lo que a la versión fílmica se refiere, al grimorio del papa Honorio, como por ejemplo el círculo mágico para protegerse del demonio (tened en cuenta que el grimorio data de 1760, mientras que la leyenda del Gólem data del siglo XVI). Otros símbolos esotéricos presentes en el film son el sello de Salomón (también conocido como estrella de David) alude a la unión entre el cielo y la tierra (lo divino y lo terreno)  y el Pentáculo o estrella de cinco puntas, que representa el dominio del hombre sobre los cuatro elementos.
 
Aludiendo a otro orden de cosas, podemos decir, pues, que la película representa un punto intermedio entre la realidad histórica que prueba la existencia de dicho rabino, la leyenda transmitida oralmente y las posteriores modificaciones aparecidas en la novela de Gustav Meyrink. El film de Wegener presenta otra vuelta de tuerca a la historia del monstruo creado por el ser humano, del hombre que juega a ser Dios, que crea vida del barro (como Dios a Adán y a Eva) y sale mal parado. Esta idea del hombre que juega a ser Dios fue empleada también por Mary Shelley en la novela por todos conocida, Frankestein. También hay reminiscencias de El Golem en otros filmes posteriores como por ejemplo, King Kong. A pesar de lo dicho, tenemos que tener en cuenta que en la tradición judía la creación del gólem solo puede ser realizada por un hombre puro y santo, por lo que el resultado catastrófico no tiene en sí mismo una función moralizante, sino todo lo contrario: es una afirmación del poder de Dios y de su intención de proteger al pueblo judío de las persecuciones de que ha sido objeto a lo largo de la Historia.

 
Los dos elementos que me gusta tener en cuenta, a parte de la trama, son la escenografía y la música. Al respecto del primero diré que la banda sonora, obra de Aljoshka Zimmermann & Cía., es muy adecuada para las escenas, en especial la de la invocación (con diferencia la más significativa, en donde se condensa el mayor peso de la historia) en donde piano y violín se solapan produciendo un efecto estremecedor. La escenografía, expresionista, se diferencia de otras películas del momento, puesto que intenta reproducir con fidelidad el guetto judío de Praga, algo muy distinto de los escenarios alegóricos de otros filmes, como El gabinete del Doctor Caligari, por ejemplo.
 
La imaginación del hombre no tiene límites y tampoco su creatividad. La leyenda del gólem hace tiempo es patrimonio cultural de la humanidad y todas las relecturas que hagamos de ella aportarán siempre alguna novedad. Así mismo, aunque la reiteremos de mil y una formas nos seguirá fascinando pues las historias fantásticas que quedan en el folclore universal (no ya únicamente hebraico) son reflejo del inconsciente colectivo y nos retrotraen a épocas remotas. Imaginar está bien, sobre todo en aquellos casos en que recordar algo no vivido es imposible; en esos casos la imaginación es la antorcha que, aunque vacilante, nos puede ayudar a recomponer un recuerdo neblinoso pero latente.
 
 

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