viernes, 14 de agosto de 2015

No hay rosa inmarcesible para Álain

"Me suicido porque no me quisisteis, porque no os quise. Me suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes para estrecharlas. Dejaré sobre vosotros una mancha indeleble."

"El fuego fatuo" (Le feu follet, 1963) es una bellísima obra del cineasta francés Louis Malle. Esta historia está basada en un relato homónimo del escritor y ensayista Drieu de la Rochelle. El existencialismo de Camus la acompaña en su devenir. La vista se ve regocijada en cada plano y el oído enmudece cualquier vestigio de ruido exterior para reverenciar los solos de Satie en las escenas sin diálogo y puramente descriptivas.


Escribir sobre esta pieza no es fácil. Me enfrento a la hoja en blanco como me enfrento al silencio. Las palabras surgen torpemente, me obligo a mí misma a hablar de algo hermoso. Hablar de lo que más sentimos es lo más difícil. Por eso, llevo varios días mirando la hoja en blanco, haciendo pequeñas anotaciones en distintas libretas, en hojas sueltas, en anotadores...cualquier sitio es bueno. La cabeza me da vueltas de tanto pensar: vuelvo a ver la película en varias ocasiones, siempre exacerba mis sentimientos, aunque cada vez con más fuerza. Todo en ella me resulta hermoso, quieto y tranquilo como si fuese perfecto. Las imágenes monocromáticas apaciguan mis sentidos. Las escenas filmadas tanto en exteriores como en interiores equilibran las fuerzas ocultas de la trama. La música se desgaja despacio y siempre sorprende, como si sospechara de nosotros.

La tristeza se estaciona en el corazón de Álain, me uno a él en un abrazo cómplice. Él sabe que el día de mañana será igual al de hoy. Al fin ha podido superar su asqueroso vicio: temo por él, tengo lástima, no quiero perderlo. Pero él insiste en seguir llevando el traje gris como bandera, es su estandarte ahora y lo define, como el mismo hastío. Ha decidido despedirse de todos nosotros y como somos muy egoístas no lo queremos comprender, no entendemos sus razonamientos, somos incapaces de sentir como él. Intentamos convencerlo de que recupere la alegría o, al menos, de que esté dispuesto a vivir con esa pena a cuestas, como hacemos los demás, solo para conformarnos un poco:

 "Lo que me gusta de ti es ese algo irremplazable. La vida que hay en ti".

Si esa técnica no funciona le reprochamos:
"Haces apología de la sombra porque el sol te hace daño"



 
 
Él se defiende, explicando cómo se alienaron sus manos, cómo se separaron de él. Sus terminaciones nerviosas se atrofiaron y no hay nada que hacer: ya nunca más podrá tocar a alguien. No podrá llegar a nadie. Se transformará para siempre en un mero testigo, un observador. Padecerá como cualquier otro, pero no podrá llegar a los demás.

"Me hubiese gustado ser amado" dice. Y yo sé secretamente que más le gustaría poder amar. Su esposa está muy lejos y ya ni siquiera se hablan. Una amante solo confirma sus sospechas: su esencia única es intransferible. Se da cuenta de que no solo no puede tocar a los demás: los demás tampoco pueden tocarlo a él. Finalmente, todo es una farsa. Creemos vivir y estamos muertos.

Cuarenta y ocho horas lo separan del abismo. Álain lo sabe: los demás creemos que no sabe lo que dice, que no tendrá el coraje para cerrar para siempre el libro, para disparar el gatillo, para disipar la niebla. Algunos de sus amigos han muerto: suerte para ellos. Álain se aburre enormemente: le gustaría ser joven y recuperar la ilusión por vivir, creer en algo, disfrutar del sexo, pero todo eso quedó atrás. Su espíritu está demasiado viejo para vivir. Sus amigos son insustanciales: todo lo insustacial que puede ser un amigo para alguien que no puede amar. No lo aprecian de verdad, son banales. Su familia no existe. Sin esposa, ni hijos, ni un trabajo...herido de muerte por el alcoholismo, se fuma las horas en el sanatorio u observando a la gente pasar o en cafeterías. Esta vida no tiene sentido alguno: todo ha terminado.


Nosotros ya sabemos el fin de esta historia. Sabemos el fin de la historia antes siquiera de empezarla. Sabemos en qué acabará la rosa: su perfume marchito envolverá los grises pétalos caídos. Su lugar será la basura. Del lugar preminente que ocupa en nuestro pecho a la profundidad de la inmundicia y de las sombras. Lo que un día fue luz y belleza el viento lo apagará sin miramientos.

El problema de Álain no es la incertidumbre del mañana sino su contrario, la certitud. Es a eso a lo que le teme: a ver cumplidas sus monótonas predicciones. Por eso prefiere hundirse en su cama y, a primera hora de la mañana decir, al fin, adieu.

"La vida...conmigo no transcurre lo bastante deprisa, así que la acelero, la corrijo. Mañana me mato".