sábado, 25 de abril de 2015

"Blood is life, Mr. Renfield"

Tras unos intentos de lectura más o menos fallidos, luego de mucho correr, de idas y venidas, aquí estoy nuevamente, decidida a no decepcionar a quienes les gusta leer mis torpes escarceos con la crítica literaria y cinematográfica.
Aquí me tienen y aunque, un poco agotada, ya con mis últimas energías, dispuesta a rememorar (luego de una dulce sobredosis) a mi admirado Béla.
No tengo muchos DVD originales en mi casa. De hecho hay muchas películas que me gustan y que no tengo ni siquiera en el ordenador. A diferencia de los libros, las películas escasean en mis estantes. Algunas veces, tengo la inmensa suerte de obtenerlas gracias a la traficante de cultura de mi barrio; otras veces, en cambio, algún ser amistoso se compadece de mí y me proporciona ocio gratis.
"Drácula" es una peli que vio todo el mundo en sus distintas versiones. Como se insinúa en los párrafos anteriores, el film de Drácula al que me refiero es aquel que se estrenó en 1931, dirigido por Tod Browning e interpretado fantásticamente por Béla Lugosi.
Su magnífica actuación nos recuerda a la que hiciera Rudolf Klein-Rogge del doctor Mabuse bajo la diestra mano de Fritz Lang: una mirada hipnótica toca a la puerta del sueño para decirnos que no podemos escapar de su encanto. 
Algunas frases son memorables, además de que, pronunciadas por la sonora voz de Béla, unida al gesto digno y misterioso no nos dejan indiferentes. La presentación del conde no puede menos que erizarnos la piel.
 
En su estupenda interpretación Béla modula su voz haciéndola suave pero no por ello menos sonora. La reacción del pobre Renfield es siempre temerosa, pero no nos extraña, y lo perdonamos. ¿Quién no temblaría de miedo ante un Drácula como éste? Yo, por lo menos, dudaría entre salir huyendo (y arriesgarme a que me devoren los lobos o "children of the night", como cariñosamente los llama su padre putativo) y seguirlo hasta la tumba. Desde luego Renfield o era algo pánfilo o le iba el rollo "sadomaso" y estaba deseando que Drácula le hincara el diente. Lo cierto es que Renfield lo sigue hasta el fin aunque ya sabemos lo que le pasa al pobre.
 El otro personaje fuerte de la de la película es el doctor Van Helsing, que aparece en la segunda parte, digámoslo así, de la película, cuando Drácula ya ha desembarcado en Londres. Van Helsing  interpretado por Edward Van Sloan encarna al hombre de ciencia extranjero que conoce la ciencia pero que no desdeña las supersticiones (entre ellas la  religión), considerando que éstas, con el tiempo, se tornan conocimiento científico.
 
El resto de personajes son más o menos interesantes, pero claro, encandila el papel de Renfield a quien da vida el actor Dwight Frye. Su risa maníaca y su mirada de lunático lo hacen pasar por loco y de ahí que lo encierren en el hospital para dementes. El pobre de Renfield no hace más que intentar agradar al señor conde para que éste le permita chupar la sangre de alimañas y pequeños insectos. Renfield, sin embargo, tiene una debilidad: Mina, la hija de doctor Seward, y por ella aconsejará a su padre que la lleve lejos de Drácula. Su verborragia le costará muy cara, como nos cuesta a todos los que hablamos mucho.
Así pues, estamos ante un film de primera categoría (a pesar de los murciélagos de plástico que oscilan de un lugar a otro por medio de unos mal disimulados hilos transparentes). Los escenarios están muy bien logrados, al estilo de los expresionistas de principios de siglo: el castillo es espeluznante (tal y como debe ser el castillo de un vampiro), la bellísima mansión del doctor y también la parte rodada en el teatro o en exteriores. Todo encaja en una historia con pocos escenarios aunque significativos, en unos ambientes más bien silenciosos y en donde priman los gestos, muy a la manera de su madre, la cinematografía muda.
Por todos los motivos que ya expliqué y por otros que no se me han ocurrido aún, prefiero, junto con la adaptación de Murnau, esta versión fílmica del, por todos conocido, adorado, amado, visto y revisto clásico de Bram Stoker.