miércoles, 22 de marzo de 2017

El diablo siempre tiene razón y culpa


Tal vez sea tarde para mí. Tarde para casi todo. Lo único que resta es seguir remando mientras se sueña volar. La gravedad es la única diferencia entre los dos. ¿Quién teje, pues, los hilos de esta vida que se nos escapa? ¿Quién, con sus manos imbatibles crea armoniosos diseños? Al principio esas manos laboriosas instauran caminos que no se sabe adónde van. Pero como todas las mareas, desembocan en la propia mar o en la arena.
 
La vida de Charles sea quizá un entramado armonioso y eso es, justamente, lo que lo lleva a añorar la muerte. Él es un producto del contexto burgués que lo envuelve como un útero suave, es decir, es víctima de una comodidad superflua. Hijo de un rico empresario, podría haber elegido entre al menos dos opciones, pues una posición privilegiada está claro que otorga más perspectiva. Charles, que es un joven inquieto e inconformista, elige el camino más difícil: el de la rebeldía. Junto con su grupo de amigos decide abandonar su vida tranquila para buscar la verdad que subyace tímidamente bajo las capas de la convencionalidad.
 
La especie humana es una plaga. Afirmar esto sin desear la propia aniquilación sea, probablemente, una gran hipocresía. Pero el personaje de esta historia no adolece de ella, por eso tiene tendencias suicidas, porque ansía la coherencia que ve que a su alrededor falta. Detesta el mundo y por tanto, no desea colaborar con él de ningún modo. Deja los estudios, abandona su casa y se va a vivir con Alberte, una joven que, al igual que él, no desea comulgar con una sociedad mutilada por prejuicios y modelada por los designios de la buena educación. A veces roba, otras deja su cálida cama para irse a dormir al suelo frío de una iglesia; se pone a prueba, busca con ansias sus propio límite, piensa en la muerte a cada minuto de su vida, quizás sea por esto de ser coherente con sus ideas: tal vez acabar con la propia vida sea lo más honesto para hacer.
 
 
En cualquier caso, la conclusión de la trama argumental pone el foco en otro lugar y consigue un desenlace anunciado desde el primer momento (no llama a engaño) en donde la forma prevalece sobre el fondo, por todos esperado. Así consigue sorprendernos incluso creyéndonos ya puestos sobre aviso.
 
"El diablo, probablemente", estrenada en 1977, es la doceava película de Robert Bresson. Sabemos que Bresson se distinguía por captar con la cámara aquello extraordinario que no se ve a simple vista por el mero hecho de ser cotidiano. Para ello se valía, además de sus conocimientos en fotografía y pintura (fundamentales para obtener un producto artístico de calidad tal) de una banda sonora cuidadosamente escogida, en este caso a cargo de Philippe Sarde, que con gran maestría elabora una música acorde y explota la capacidad expresiva de cada escena.