domingo, 31 de mayo de 2015

Un cajón de sastre perturbador

¿Qué es lo que busco cuando decido ir a una exposición de arte?
 
Busco llenar el vacío que la ausencia de placer estético en el día a día promueve; busco encontrar elementos y conceptos que vibren en la misma longitud de onda que mi indisciplinado espíritu; experiencias que sitúen irremediablemente al alma frente a la belleza que desprenden otras almas y que me confronten con ella, que revolucionen mis sentimientos y que otorguen un nuevo sentido a aquello que me rodea y a mi forma de percibir esa realidad.

Una amiga me recomendó la exposición que me ha suscitado tantas preguntas, y sobre todo que ha echo temblar los tan seguros cimientos de la conciencia. Me dijo que me gustaría, pero hoy por hoy no podría decir que me ha gustado. Me ha violentado, ha sacudido las sólidas vigas de la coherencia. Intentaré explicarlo, aunque desde ya os digo que me parece una tarea casi imposible. Sí: intentar explicar con palabras algunos sentimientos es una forma de aniquilarlos.  Es mejor dejarlos ser y dejarlos vivir hasta que se agoten y entonces, darnos cuenta de que han pasado como todos los seres pasan por esta dimensión: sin dejar apenas huella. Y eso es lo que pretendo hacer, incluso con estas insignificantes palabras.


La exposición a la que me refiero es la que ofrece hasta el día 28 de junio de 2015 la Fundación Juan March (Castelló 77, Madrid) "El gusto moderno art decó en París 1910-1935". En ella se pueden apreciar toda suerte de elementos: dibujos, pinturas, muebles, vestidos, perfumes, jarrones, fotografías, libros, carteles, joyas, zapatos, maquetas... ¡hasta un automóvil! y se dan cita ciento y pico artistas (la cifra exacta es irrelevante, lo importante del asunto es quedarse con la idea de que son "muchos" artistas diferentes de aún más dispares disciplinas). Esta idea es importante tenerla en mente antes de acudir al recinto porque es un factor desestabilizador adicional a los que más adelante mencionaré(*). ¿Que por qué es desestabilizador? Porque no tiene unidad y la coherencia, aunque argumentada en las explicaciones del folleto, es escasa. Intentaré explicarlo a través de sugestiones: imaginemos una sala muy grande y ordenada con objetos que no tienen relación entre sí en cuanto a colores, materiales o conceptos. Esto nos produciría una extrañeza causada por el gran contraste entre la sala "ordenada" y los elementos dispares que materializan conceptos "desordenados" que, por lo tanto, no encajan entre sí. Esto mismo es lo que he sentido cuando estaba dentro de la sala de exposiciones: fue como si estuviera expuesta yo misma en medio de un cúmulo de entrañas de distintos animales, una suerte de cajón de sastre hermoso y desafortunado, perturbador y disruptivo.
Es difícil explicar lo que he sentido y a la vez ser coherente con las palabras ya dichas en los primeros párrafos y he de enmendar esa incoherencia ahora mismo: lo que busco a través de estas palabras es justamente eso, aniquilar esos sentimientos y así por fin, liberarme.

Además de la diversidad de artistas y de disciplinas, así como de elementos expuestos, estos elementos unen conceptos extraños que si bien nos permitimos apreciar en salas de exposición de "Arte" propiamente dicho, y nos deleitamos con ellos, no así cuando los vemos inmiscuidos en el terreno seguro de la cotidianeidad. La trivialidad nos da un descanso, un respiro necesario para la mente y el espíritu, nos permite equilibrar una larga vida que de otro modo sería inabordable. Los estereotipos también nos permiten caminar por los senderos de la certeza (aunque engañosa). Cuando estas seguridades se desvanecen nos volvemos vulnerables, quedamos a la deriva, expuestos, colgados, desnudos y nos volvemos parte de esa colección dispar de objetos bonitos y feos, con un pretendido orden exterior, pero sin concierto interno. Entonces es el observador observado por sí mismo, asimilado a ese conjunto amplio y narcisista, sin encaje perfecto que no deja de intentar homogeneizarse.


No voy más que a nombrar algunos elementos concretos que se muestran en vitrinas y las observaciones personales que me suscitaron gran parte de ellos (visiones extrañas inolvidables para una mente incauta e ingenua): jarrones inútilmente grandes, sillones con asientos de piedra fría y dura o con respaldos demasiado cortos o inclinados, escritorios oscuros como el fondo abisal y poblados de peces transparentes, o mesas suspendidas en el aire, estatuas que cargan lámparas cuya luz parecen no necesitar, armarios tapizados con caras pieles de animal y al mismo tiempo de apariencia barata, consolas con patas finas de araña, muebles de madera y hierros fríos y solitarios que describen órbitas muy grandes de vacío, cerámicas que parecen albergar huevos de mosca o con figuras fálicas, fotos de personajes que no tienen que ver entre sí, dibujos de decoraciones de cruceros de lujo (en donde la mayor parte de los elementos son fútiles), portones endebles exhaustivamente decorados, pinturas de Juan Gris o Picasso, tazas de té pintadas a mano, frascos de perfume y vestidos de lentejuelas en torsos desmembrados. Estas son algunas de las cosas que me inquietaron. Estaban tejidas perversamente con el hilo de la incoherencia y bordadas con sutiles alardes de anarquía.

A pesar de todo lo dicho, no puedo decir que no me gustó y tampoco me atrevería a catalogar a todas esas cosas puestas unas con otras como por azar, casi arbitrariamente, como parte del marginado grupo de "arte decorativo" tan denostado por todos los amantes de las emociones fuertes suscitadas por el arte. No puedo catalogar la muestra como de "arte decorativo" pues una mezcla tan perversa, como de cambalache caduco, solo puede ser Arte con mayúscula y acompañado del calificativo "decadente". Quién sabe, quizás el verdadero arte solo pueda existir en la decadencia.



(* Estos factores dependerán en gran medida de la sensibilidad del observador y, al mismo tiempo, del arraigo de lo cotidiano, lleno de prejuicios y por ende, de miserables seguridades.)