martes, 8 de diciembre de 2015

El vínculo de dos soledades

Vuelvo a este apartado de mi libro como a una necesidad de la que no puedo prescindir. La lectura es siempre bienvenida y los libros no escasean por aquí. En mis oídos, mientras tanto, resuena una música lúgubre a tono con el día gris que hace hoy. Las novelas no siempre tienen por qué narrar hechos, vertiginosas cadenas de hechos que se suceden unos a otros sin sentido ni fin, así como la vida. La vida en sí misma no tiene esa necesidad de cambio y dinamismo constante. A veces partimos apaciblemente de viaje para vernos el rostro impasible reflejado en el agua de algún río en los confines de Europa, simplemente para mirarnos como nunca antes nos habíamos visto. Es muy fácil mirarse a través del reflejo que proyecta el vidrio reluciente de otros ojos, pero mirarse en el espejo escurridizo de la corriente que se aleja, sin intermediarios, eso es lo difícil.
 
Sin embargo y pese a lo dicho, no es lo que vamos a hacer ahora. Ahora vamos a mirarnos a través de una novela corta, con poco movimiento y mucha reflexión: El vínculo de Eduardo Mallea. Para esto procuraré valerme de todo tipo de argucias literarias para evadir la fatal tentación de desvelar el descenlace.
 
Pinas y Gerardo son dos caras de la  misma moneda. Son grandes amigos, de necesidades básicas cubiertas. Sus mayores desencuentros los reciben de la mano de su disparidad de caracteres, pero en esencia, la materia de su pensamiento, es básicamente la misma. ¡Qué gran hallazgo, el suyo!
 
No quiero plagiar en demasía, no quisiera incurrir en dicha infracción (¿o "plagiar" es acaso un delito?) pero no puedo dejar de aludir a lo que en la introducción llama Enrique Azcoaga "narrativa noticiera". Bien sé que hay literatura para todos los gustos y no me voy a detener en explicar las bondades de la literatura que no es un rosario de hechos sin concierto (rosario que abunda, muy a mi pesar, en las narrativas contemporáneas) pero me posiciono desde ya, y para que nadie tome desprevenido la elección siempre conservadora de mis lecturas. Dice Azcoaga "El realista descarnado, para quien la vida puede reducirse a una especie de nómina, diseca la realidad sobre la que trabaja" y también "Narrar (...) no es iluminar un tema repasándolo en sus menores detalles externos, sino partir de la penetración del mismo hacia un entendimiento de la vida (...)". Dice también "Los antropófagos, alejados de cualquier inquietud y con un corazón más bien pobre para entendernos, construyen el castillo de naipes de su novela muy lejos de la personalidad creadora a que extrañamente se debe, valiéndose nada más que de cierta habilidad expositiva". Pues bien, Mallea, afirma Azcoaga, "añade una 'dimensión moral'".
 
Pinas y Gerardo son dos amigos que "con tenacidad equiparable, habían protegido, cultivado la delicadeza, el sobrio decoro de esa amistad". Amigos que desde la adolescencia profesaban una relación fraternal y no excenta de formalidades. Aunque al principio parecía desdeñosa, la tía Ifigenia demostró pronto cierto interés por Pinas. Gerardo es descrito de una forma la mar de interesante, y al describirlo a él, Mallea, con gran habilidad, nos perfila a cada uno de nosotros:
 
"Cualquiera diría que un alma así estaba destinada a ser querida. Sin embargo, este hombre amable ponía entre él y las gentes un compás de frío, una distancia, una dimensión deshabitada que ni él ni los otros podían franquear fácilmente. Frente a él, uno se sentía reducido a ser, irremediablemente, uno. Imposible establecer esas comunicaciones a que la plena amistad se dirige y que se definen por paliar nuestra unicidad y permitir que en el corto momento que pasamos en la vida, algo nos salve, por algunos segundos, de no ser más que nosotros solos (...)."
 
Las diferencias de caracteres se describen tan acertadamente que parafrasearlas sería un crimen literario:
 
"Pinas confería a la existencia misma, a los hombres, al mundo, su crédito íntegro: les entregaba las llaves del arco. Esta disparidad de carácter establecía entre los dos amigos la siguiente situación: mientras Pinas se dirigía a la vida externa demasiado de prisa, Gerardo se quedaba atrás, ponderando, no precisamente desaprobativo pero mirándolo todo con cierta reconvención tácita en los ojos, velada la frente por la influencia de quién sabe qué sombra catónica."
 
La clave (o llave) para comprender el desenlace fatal se encuentra en el sueño premonitorio que tiene tía Ifigenia, y aunque no le dieron crédito al principio, luego tuvieron en cuenta los sutiles velos que envuelven la realidad oculta tras el sueño:
 
"Las otras noches he tenido un sueño premonitorio. ¿Cree usted, señor, que yo sueño con rosas? ¡Bah! Ya pasó esa época. Sueño, mi amigo, con dagas, asesinatos, cadáveres de ahogados, espinas clavadas en órbitas humanas y señoritas que se enjuagan de noche las manos teñidas de sangre de novios tiernos. ¡Conque ya sabe! Y la otra noche, la otra noche he soñado que Gerardo y usted se acercaban al mismo tiempo a cortar en un jardín una pasionaria, de cuyo tallo surgía de golpe una hoja de borde tan filoso, tan filoso que las dos manos -las manos de ustedes dos- quedaban rígidas, horizontalmente agarradas a la vara creciente..."
 
Tras esta confesión onírica (hay quienes dicen que ciertos sueños nunca hay que contarlos, aunque yo siempre lo hago, a cuenta de mi propia vida) les afirma que "algo los unirá siempre". Esas uniones, aunque invisibles, son fácilmente detectables, aunque nos restaría preguntarnos qué significado se desprende de esos lazos sutiles pero perceptibles.
 
En el relato no faltan descripciones de reflexiones complejas y sentimientos; entre ellos, esta joyita pictórica sobre el odio:
 
"Ciertamente, la vida tiene pocas sorpresas. La indiferencia, la distracción, el desconocimiento, pueden cambiarse en amor; el odio no. El odio no progresa más que en términos de odio. Las palabras tienden a combinar los colores, las relaciones, las tensiones, los matices establecidos en el espectro de los sentimientos; pero la vida humana no conoce más que colores simples. En la vida el negro es negro; y cuando nos hayamos cansado de manipular con las probetas, probando, mezclando y combinando colores según los gustos de nuestra fantasía o de nuestra necesidad, estará él esperándonos a la puerta del laboratorio, más irreductible e igual a sí mismo que la primera vez que lo vimos."
 
Al final, debido a circunstancias de la vida, los dos amigos, tras una larga separación se reencuentran y tienen una conversación en donde sus dos caracteres, en apariencia opuestos se equilibran, por dispares, son parte de una unidad:
 
"-Se trata- le explicó- de una cosa muy sutil y muy singular. Es como si yo hubiera abolido, ¿cómo decir?, mis oposiciones. Como si yo, de pronto, hubiera volteado esos obstáculos anímicos que se interponen entre uno y las otras modalidades humanas. La imagen que yo ahora tengo es exactamente la de haber volteado obstáculos, motivos, causas de oposición. Experimento a esta altura una necesidad de fundirme hasta con aquello de lo que estaba más separado. Pinas le dijo- hablaban jovialmente- que a él le sucedía exactamente a la inversa, y que las cosas y los seres que le eran antagónicos, cada vez hallaban en él un eco más diverso y una paciencia menos dócil. - Casi creo que estoy aprendiendo a detestar, y que lo de antes no eran más que tímidas tentativas de desacuerdo. -No; a mí no me pasa eso- insistió Durán. Su voz asumió cierta llana tristeza. Aclaró-: Lo que yo experimento es, veamos, una suerte de pacificación."
 
Finalmente, Pinas sigue el camino que le marca Gerardo y ya al final de la novela hay un vaivén de personalidades encontradas, un baile de caracteres que se ceden el paso entre sí por turnos:
 
"Cierta diferencia, cierta indiferencia, se había filtrado visiblemente en su trato con los demás. Lo veía. Durante dos o tres noches dejó que la sensación resbalara sobre sí, invistiéndose él de esa especie de protectora indolencia con que a veces  nos defendemos de las cosas molestas."
 
"(...) su realidad más interior, más verdadera, ya estaba sin contacto con los sucesos, los cuales se alternaban a su alrededor en una danza cada vez más distante, cada vez más lejana, en una suerte de ronda envuelta en ecos de ecos de ecos."
 
Pero más tarde..."Se echó a la calle; llevaba la vista ardiendo de necesidad de un hallazgo que le diera, en cualquier alma, en cualquiera, el toque de tierra."
 
Mallea alardea del dominio del lenguaje. Eso sí, sin megalomanía y con mucha humildad. Empuña la afilada espada de la reflexión incluso en lo que a la descripción de la conversación se refiere, a ese "desvelar" los guiones secretos que motivan los intercambios lingüísticos: "Cayeron de inmediato en una de esas típicas conversaciones suyas, prontas a ser guiadas por corredores imprevistos y donde la sorpresa de un hallazgo o el acierto de una inesperada callejuela dialéctica les producía cierta desproporcionada complacencia."
 
Y siguiendo con el tema del lenguaje, que por lo demás es apasionante, deberíamos hacernos cargo de que el enunciamiento de las propias obsesiones son una forma efectiva de aniquilarlas:
 
"Había concebido siempre la conversación como un expediente catártico: las sujecciones y enlazamientos a que su antigua soledad lo reducía sumiéndolo en agotadoras luchas de silencio con las formas nocturnas de sus obsesiones, hallaban en la conversación su vía liberativa, y él, amparado en la compañía ocasional del interlocutor, ensayaba aniquilarlas al enunciarlas."
 
Los seres no somos unicidad con variaciones, no. Somos entes diversos sin continuidad ni relación. Las existencias son plurales, no cambiamos "en nuestros accidentes, del modo, por ejemplo, como cambia una serpiente la piel, sino que nos sucede como si la serpiente, al cambiar, cambiara radicalmente de ser".  Una reflexión interesantísima, desde luego, que concluye del siguiente modo no menos atrayente: "Ahora contemplo mi existencia como una verdadera sucesión de existencias cuyo fruto no es la unidad tranquilizadora típica de un solo único, sino el complejo inquietante de muchas personas que me miran desde sus ángulos cruzados".
 
Y aunque no queramos, (y no queremos) la magia siempre estárá presente en nuestras vidas, algunos somos víctimas de los misteriosos designios de lo oculto, otros, intérpretes y otros, aún más lejanos de nosotros, ejecutores: "Las excentricidades de la superstición habían dejado a Pinas siempre indemne. Nunca creyó en adivinos, en magos; nunca creyó en supercherías premonitorias; nunca creyó en los símbolos ocultos de los sueños; en una palabra, jamás prestó crédito a lo sobrenatural". Por lo menos esto era así al principio.
 
Ahora una cuestión baladí pero simpática...¡cómo no se me había ocurrido en toda mi vida ponerle nombre  a las manchas de humedad que súbitamente aparecen, incubadas como por un útero invisible pero real! Por poco significativa que sea en la narración, "la pequeña Duffy" merece que la nombre. Como soy poco original, buscaré alguna mancha a la que nombrar, para que al hacerlo pueda existir. Esto es posible porque la soledad compensa en gran medida y Pinas, es un ser solitario que pese a ofrendar el sacrificio de su soledad, gracias a esa unicidad obtiene a cambio la recompensa de ser "a la par, su oficiante y su Dios. Y el cielo de los solitarios está siempre volado de pájaros secretos, de figuras, de números, de formas".
 
La sonoridad explicada como una vibración que produce la persona a su alrededor es una cualidad propia de la gente vital:
 
"Caminó, pensando seriamente que quizá el signo más sensible de verdadera vida resida en la sonoridad que un espíritu suscita en la otra gente. A mayor sonoridad, mayor vida, y viceversa; no contemos con los solitarios que se abrazan desesperadamente a una especie de opacidad suprema, en aras de otros sones ajenos a este mundo: con los que se abrazan a la experiencia mística."
 
Al final, cualquier excusa es buena para revolver dentro de las aguas opacas de uno mismo. Cualquier libro, cualquier película, cualquier pintura. Todos nos reflejan si queremos. Son una parte de nuestro ser en el mismo momento en que son admirados, por eso admiramos la belleza de las cosas, de las personas y por qué no, de las ideas. El vínculo de unión entre Pinas y Gerardo seguirá siendo invisible, apenas perceptible, así como muchos otros vínculos que nos rodean, que nos atrapan, que determinan nuestros pasos sin siquiera sospecharlo.



jueves, 3 de diciembre de 2015

"Rosshalde" de Pérez-Reverte*

(*Aclaración para las mentes más densas: Rosshalde es una novela de Hermann Hesse, el título es pura ironía).
 
 
Bien, tan sólo a nivel testimonial y todo lo escuetamente posible que me permita la indignación desmesurada que ahora siento, voy a referirme a mi última lectura. Me refiero a ella pese a lo dicho anteriormente por dos motivos: el primero de ellos está relacionado con la celebridad justamente ganada de su autor, escritor al que admiramos profundamente los amantes de la literatura y de la belleza; el segundo motivo es que tras dedicarle cierto tiempo no me pareció "justo" dedicarselo  a formas descuidadas a tal punto (ya sé, hoy parezco una niña pequeña blandiendo la espada de la justicia como un juguete).
 
Rosshalde es uno de mis descubrimientos en la librería para la que trabajo. Fue un objet trouvé desde el preciso instante en que mis ojos tocaron la luz que reflejaban sus tapas blandas multicolores. La exhibí orgullosa, antes de leerla junto con otros hallazgos propios de mi actividad, hasta que hace unos pocos días comencé su lectura en medio de los traqueteos inquietos de la línea 1. La fui descubriendo, obligada por mi mente rebelde, que siempre piensa a deshora en lo que es inútil. Pensé: "Belle, sería útil si terminaras de leer esta excelente novela antes del próximo fin de semana. Esto sería ideal porque atendiendo a tu maravilloso instinto de lo inmediato podrías dar algunas pinceladas en tu blog que permitan a otros apreciar la cara oculta de la obra de Hesse". Todo en vano.
 
Desde luego es una novela de Hesse y eso es decir más que muchas cosas. Por ejemplo, hoy tomé el disfraz de lectora interesada en las últimas páginas de una novela de Pérez-Reverte. Nunca había leido nada de este autor salvo un cuento muy bien escrito. Me pareció que se hablaba muy mal de un escritor muy bueno. A todo esto, debo decir que soy una de esas personas que suelen tener, por norma general, prejuicios, todos ellos positivos, lo cual no deja de hablar mal de mí, puesto que "el miedo no es zonzo" como decía mi abuela y la verdad es que el miedo es el padre de todos los prejuicios.
 
Temía caer de bruces en mis propias críticas, por eso siempre quise pensar bien de los autores a los que leía (este es el motivo de que algunos autores me estén vedados). Debo decir que soy una lectora de finales nefasta. Voy a explicarme en seguida. No puedo evitar hacer comentarios que arrastran al oyente fuera de la narración. Este arrebato también me embiste cuando miro películas acompañada. Me dedico a destrozar los diálogos, a participar en la película. No puedo soportar no ser el centro de atención, es una enfermedad que me visita algunas veces pero con mucha intensidad.  Hecha esta digresión totalmente innecesaria pero simpática os pregunto ¿qué pensaríais si cogiendo la penúltima página del libro en el párrafo número dos, leéis "caminaban a pie"? Una reacción hilarante le siguió a la lectura en alto de estas palabras. Mi compañero lo defiende de la siguiente manera: "así personifica el lenguaje impreciso del soldado". Bien, quisiera creérmelo pero descreer es un sano ejercicio en los tiempos que corren.
 
Ahora bien ¿qué tiene que ver Pérez-Reverte con Hesse? Tienen en común que el lenguaje mal utilizado, mal elegido y el atrevimiento a destiempo pueden costar caro. Porque para mi desgracia no estaba leyendo Rosshalde de Hesse, no. Estaba leyendo la destrucción de Rosshalde a través de la terrible traducción del profesor E. Ávila Etc. (no quisiera herir sus sentimientos aunque él sí ha herido mi sensibilidad con sus palabras poco meditadas).
 
Muchas veces dije que a veces es mejor callar porque las palabras dichas sinceramente pueden no ser las adecuadas y conspirar contra la verdad más que las propias mentiras. Dicha idea la llevo a su máxima expresión en mi vida cotidiana, y lo hago por amor a la verdad. Esta traducción de Hesse es un ejemplo diáfano de ello. Una traducción mala deprecia la obra, incluso puede arruinar una obra genial. Y como prefiero los actos porque son en sí mismos y no necesitan explicarse, cosa que las palabras nunca podrán ser (salvo algunos tipos de actos lingüísticos que aquí no vienen a cuento) me avengo a mis otras lecturas de Hesse para asegurar que, pese a la dislocada apariencia que transmite esta traducción de Cía. General de Ediciones de 1978, Rosshalde merece muchísimo la pena y atención por parte del lector.
 
La novela perfila la historia familiar de Veraguth, un pintor de fama mundial que, a pesar de su excelente trayectoria y gran porvenir como artista lleva una vida solitaria y mezquina rodeado de una mujer que lo evita y de un hijo que lo desprecia. Su única alegría es Pierre, el hijo menor de ambos, que dibuja una sonrisa en el rostro del pintor cada vez que irrumpe impetuosamente (como, por otra parte conviene a su edad) en el taller apartado de su padre. Veraguth recibe la visita de su amigo Otto, que lo convence de que abandone Rosshalde y parta con él de viaje hacia Oriente. Los acontecimientos se desenvolverán (siempre de manera casual, como todo en esta vida, no nos creamos que es una argucia certera del Hacedor que no tiene nada mejor que hacer que maquinar secretamente destinos perfectos para nosotros) de modo que al fin el pintor decide irse de ese lugar para comenzar una nueva vida (aunque esta nueva vida quede fuera del libro que nos ocupa hoy).
 
Las descripciones son trazos de oscuro carboncillo, que luego se van rellenando con pinceladas suaves de coloridos detalles que no puedo dejar de relamer una y otra vez, cada vez que paso inadvertidamente las yemas de los dedos por las páginas, intentando evocar, prendida de una concentración sutil y como si tocando las oraciones pudiera reconstruirlas, la realidad que hay tras estas abstractas representaciones que son las letras.
 
Las alusiones a la pintura son recurrentes:
 
"Lo incierto de esa luminosidad había despertado el eco de su alma de artista. Hasta entonces se había conformado con logros estéticos basados en una técnica analítica. Esta vez se enfrentaba a un reto pictórico, muy hermoso y poco común. En realidad, no se esmeraba en resolver dificultades técnicas o en plasmar una imagen fiel de la propia escena, sino que íntimamente sentía haber logrado descorrer, momentáneamente, el velo enigmático e indolente de la propia naturaleza y hacer surgir a la superficie un soplo de lo real y verdadero."

 
"- Escucha- prosiguió Veraguth-, todavía sigo con el deseo de pintar un ramo de flores silvestres como aquellos que juntaba mi mamá y que nunca he vuelto a ver. Ella era genial para eso, siempre animosa y alegre como una criatura, siempre cantando y moviéndose con su natural ligereza, y tocada con su gran sombrero de paja. Así es como la veo en mis sueños. ¡Ah! mi anhelo es pintar ese ramo de flores con toda la gama de matices de las florecillas del campo, ensartando algunas gramíneas y espigas; pero todos los ramos que he llevado al estudio no se parecen al tipo tan esplendente del hecho por mi madre. Ella tenía sus predilecciones, no gustaba de flores demasiado blancas, sino los ejemplares de raros matices, de tenues tonos de lila; pasaba tanto tiempo escogiendo, y había tan gran variedad..."

 
No quedan fuera de la novela las reflexiones sobre la felicidad, común denominador de la literatura de Hesse, por ejemplo en las interesantes conversaciones que mantienen los dos amigos:
 
"-Todo el que tiene fe y esperanza lo logra [ser feliz]- exclamó Otto-. ¿Y tú qué esperas, ya tienes éxito, honores, dinero? Lo que no sabes es lo que es la vida, ni el gozo ni la alegría. No, nada esperas, y eso es monstruoso, Johann. El que no quiere curarse una llaga maligna es un cobarde..."

 
Finalmente, Rosshalde es un lugar metafórico. Una alegoría de todo aquello a lo que hay que renunciar sin remedio porque es parte del pasado y está descuidado (como en la primera descripción que hace del jardín inconmensurable que rodea la finca):
 
"-Tienes que hacerlo- comentó Otto con aire de tristeza-. Es algo muy lamentable, pero tendrás que hacerlo. Despójate de todo el lastre en tu vida. Tienes que comenzar de nuevo para que veas el mundo tal y como es. Olvida lo pasado, todo depende de tu decisión, pero si quieres seguir dentro de esta cárcel, puedes estar seguro de que siempre estaré a tu lado cuando me necesites."

 
La expresión de los sentimientos es una constante. Una comparación divertida la hace Veraguth cuando habla con su criado al que le explica que es un gran artista sólo porque no tiene un rabo que menear:
 
"-La cosa es sencilla. Los perros, gatos y otros animales inteligentes tienen su rabo; es un apéndice de gran movilidad con el cual se expresan, sugieren su estado de ánimo, lo que piensan o lo que sienten. Pero como el hombre no tiene rabo, necesita del artificio de los pinceles, del piano o del violín para manifestarse..."


Bien, yo agregaría a esta lista reducida de artificios, la pluma, el bolígrafo o para ser más exactos el teclado del ordenador. Las palabras importan, pero no lo son todo. Las palabras son significativas cuando secundan a los actos. Todo el misterio de una palabra se desvela en el acto circundante. Los hechos hablan más que las propias palabras. Más que la escalofriante traducción que llegó a mis manos y más, mucho más que los infantiles escarceos de Pérez-Reverte con la narrativa.


 
Y colorín colarado, este trago se ha acabado (y siendo consecuente con todo lo dicho, me voy corriendo a preparar otro).