miércoles, 28 de septiembre de 2016

"Nada podrá impedir que lo que ha sido, permanezca"

El mundo no siempre es justo. A veces no contempla a sus verdaderos héroes como tales. A veces los relega a la sombra en donde por ya sombríos no se distinguen de su entorno. ¿Por qué digo esto? Porque al autor que pretendo desempolvar no le ha hecho justicia la historia literaria o eso al menos podemos intuir tras la lectura de su Diario, que reúne profundas reflexiones sobre el sentido de la vida y nos da algunas pistas sobre su única novela y su enigmática personalidad.
 
 
He dado con él por pura casualidad. No había oído su nombre jamás, tan enterrada estaba su memoria por la implacable marcha de las décadas. Aún así, ilusionada todavía por el diario de Alejandra Pizarnik, hastiada por la mediocridad de ciertos premios nobeles, decidí lanzarme a lo desconocido, porque así soy yo: no una kamikaze intelectual pero sí una aventurera y una seguidora acérrima de mi intuición. Leí el primer y segundo párrafo del diario. A esta primera impresión de un libro la llamo "la prueba del primer párrafo". Y me encontré algo así:
"Miro al cielo, reflejo de mi lucha sin interrogantes inútiles; imagen de la misma sencillez de creer, absoluta certeza de un porvenir que hay que hacerse, conciencia exacta de la creación."
Pienso. Si en su diario personal habla del cielo, si el cielo es un reflejo de sí mismo, si busca en este escaparate divino su propia alma, entonces sí que podremos entendernos. Y no me equivoco. El cielo es el comodín de lo que esperas.
A medida que voy leyendo, descubro que Jean-René es un escritor entregado, estudiante responsable, amante de la buena vida, aunque guardián celoso de su soledad. Sus mayores obsesiones giran en torno a su novela La côte sauvage. Su única novela, la novela de su vida. Su labor como escritor no se reduce solo a eso: también escribe artículos para Arts y La table ronde y funda junto con otras personalidades la revista Tel quel.



El fuego inextinguible de su vida radica en esa lucha inquebrantable contra las pasiones, sobre todo contra la pereza. Le persigue una urgencia indescriptible, que parece no anclarse en la realidad. Se propone jornadas de trabajo intensivas para derrotar al apremio del tiempo. El futuro es incierto para todos, es verdad, aunque reina en nuestra mente por siempre distraída una única certitud: la muerte. Esto preocupaba también a Huguenin.
Decía Cela (ya que es su centenario haremos al menos una referencia traída por los pelos) "quien resiste, gana". Decía Huguenin: "No hay más remedio que luchar. El abandono se vence. La naturaleza se domina". En esta premisa se basa su vida aunque los hilos de la Providencia preparen otro destino para él y para nosotros. Huguenin habría sido grande, de eso no tengo dudas.
"La lucha patética entre el desprecio y el amor no es más que una batalla miserable entre el orgullo y la vanidad, el deseo de mantenerse y el placer de agradar."
En su diario apreciamos también el lado teórico (nada desdeñable) de su labor como escritor y es que a los veintipocos años, además de ser un escritor de primera categoría Jean-René tenía claro que la novela para ser pura, debía ser sencilla:
"No hay que crearse problemas con lo que se quiere decir, con lo que se pretende escribir. Progreso del escritor: conquista de lo natural, de lo sencillo (...) el artificio no sirve".
Su personaje anhelado es "un personaje de dolor, entregado para siempre a un dolor único, en el que encuentra la fuerza, la grandeza. Un dolor bello, heroico y profundo".
 
 
En esto radica la heroicidad: en un dolor de límites inabarcables, en un océano que sea fuente de inspiración inextinguible, que sea alimento para un alma rechazada, un espíritu desechado por otro porque "jamás el mundo matará los sueños. Podrá disiparlos, dar un golpe de muerte a nuestra felicidad; pero no le será posible acabar con el corazón que ha destrozado." Así que a modo de interacción póstuma, brindo a tu salud J-R. Brindo por el mundo que ya nos inmortalizó con sus diversiones crueles.
Trabaja duro y su vida consiste en aquello que ve a través de la ventana. Afortunadamente, el único bien del ser humano es su ser. Huguenin era lo suficientemente hermoso como para no necesitar de nada externo para enriquecerse. El ser uno mismo puede ser el mayor regalo de la vida y es que un ser excepcional revaloriza cualquier realidad con su percepción exquisita.
"¡Cuántas tardes he contemplado los mismos cristales, teñidos en la sombra de esta misma calle, heridos por la dulzura desgarradora del día que huye, de la noche que cae, de la vida que pasa...!"
Decía Schopenhauer que la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes. A J-R. no le hacía falta leer al eminente filósofo. Estar a solas consigo mismo le bastaba para intuirlo:
"Ha vuelto el silencio, el despacho y los regalos. Aquí es donde me siento feliz, en esta paz tan agradable. No la paz que el hombre piensa. Se trata simplemente de la paz de la nostalgia, de lo inefable de la ternura irrealizable, de la tristeza, de la profunda calma de las lágrimas. Verdaderamente, no creo sino en el sufrimiento, en el amor."
El sufrimiento es una constante en su Journal. J-R presiente el dolor antes de padecerlo. Antes de conocer sus causas ya se le insinúa, seductor, asomado a una brecha invisible para los ojos. Pero eso no importa. No importa que el dolor transmute el tranquilo transcurrir de los días porque nos revaloriza. Así, deberíamos darle las gracias a quienes traicionaron nuestra fe:
"Acepto el sufrimiento porque es innato en mí el presentimiento de que mi destino ha de ser trágico. Incluso cuando soy feliz no dejo de prepararme para sufrir."
"Me digo que un minuto de felicidad puede ser una novela que no llegaré a escribir."
Es el deseo de adelantarse a lo predicho. Por eso el amante incondicional es un héroe, se adelanta a la tragedia, prevé su destino amargo y aun así corre con todos los gastos. Nos adornamos de heridas, nos miramos en el espejo de la compasión y comprobamos que tras esa sonrisa de labios morados se encuentra algo más valioso que lo que dejamos atrás:
"Los amores auténticos son siempre lacerantes; los demás, solo tedio, placer aborrecible, mentira y odio. Los amores auténticos son los amores imposibles, porque no viviremos nunca lo que soñamos. No importa que alguien crea que todo lo hemos perdido; nos consta que todo lo hemos salvado."
 
Ahora, después de que le puse los dientes largos a más de uno es cuando doy la mala noticia: su única novela no está traducida al español aunque las entradas de su diario nos dejan entrever que aquello de lo que nos perdemos es mucho:
"No obedecerme a mí mismo. No creer más que en lo que sueño. Estamos en una habitación deshabitada desde hace tiempo y llena de polvo, con grandes cortinajes, tapices de terciopelo negro...Sobre un sillón pende un reloj silencioso. Un rayo de sol pasa por un tragaluz, haciendo bailar los átomos de polvo. La habitación es grata, el aire es suave como la muerte. No nos miramos. Tengo su mano entre las mías. Cruje un mueble o un peldaño. Desconozco el paisaje que nos rodea, pero lo adivino, como si hubiera venido otra vez. Pero ¿por dónde he venido? ¿Cómo he podido venir? He debido palidecer de repente; ella me mira; ¿por qué no habla? Sé lo que ocurre fuera. Debo callar, aunque no sé si podré contenerme. Dos árboles de troncos deformes, agujereados, empujan a la vez una losa de piedra. Un dogo de bronce, con la boca abierta, custodia un camino que se pierde en el bosque. Y detrás de esta sala no hay NADA. El vacío. Abro el tragaluz. El aire templado. Oímos un murmullo sordo y continuo. comprendo de pronto que es el silencio. En este momento, desaparece la habitación. Una muchacha, con la cabeza inclinada hacia atrás, baña en el arroyo su espesa cabellera negra. La hierba está esmaltada de flores; a lo lejos, detrás de un árbol, se oyen cantos. Me vuelvo. estoy solo. Nada me extraña. Me cuelgan de una rama muy flexible que se enreda en torno a mi cuello. Un hombre muy grueso, medio desnudo, con una pampanilla roja en la cintura, se deja caer sobre un madero y la sangre comienza a brotar. Paso por entre la multitud, con la cabeza erguida y el insulto en los labios. Me odian. Vuelvo a encontrarme. Soy yo, con el mismo dolor, en la misma habitación. conozco el aspecto. ¡Ya basta!"
Y como lo esencial se improvisa siempre, a pasos recién sacados de la galera, parapetándome en los límites que a la imaginación la cordura impone, voy a construir, así, de repente, el final del artículo, para no hacerlo más extenso de lo soportable.
Jean René Huguenin solo escribió una novela. Tenía un futuro prometedor pero la parca lo embistió un trágico día de septiembre del sesenta y dos con tan solo veintiséis años. Por eso parece que su recuerdo se borró, su impronta se desdibuja a cada paso, por eso escribo esto imponiéndome la enorme labor de resucitar a esta promesa truncada. "Nada podrá impedir que lo que ha sido permanezca" y siguiendo esta reflexión suya me pregunto y me digo muchas cosas, entre ellas me cuestiono la necesidad de que yo haga nada para que Huguenin vuelva a la vida y que algún editor despistado, atento tan solo a las novedades, mire hacia atrás y traduzca su novela.
Curiosamente, J-R y yo, y tantos otros, renegamos de las palabras, de aquello en lo que verdaderamente viviremos. Quizás podamos prescindir de esta vida y la de este texto.
 
"Los que aman la vida aceptan también tener que morir. Los que tienen miedo y se rebelan con el pensamiento de la muerte, rechazan la vida. El que ama la vida, ama la muerte."
 
 
 

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