miércoles, 27 de abril de 2016

Ante la Duda, mejor hágase el Mal

Estoy convencida de que es el transcurso de la vida, quien con su sabiduría inmisericorde (sí, inmisericorde para muchos de nosotros) nos lleva por los caminos que debemos ir. Hay una especie de fatalidad inevitable en dejarse llevar por la corriente frenética de "lo que deba ser". Desde luego es apasionante sumergirse en el éxtasis del abandono. Y más si confirmamos que el Creador es sabio y de él sólo puede provenir lo conveniente. Sí: basta un poco de inteligencia para comprobar esta hipótesis, las capacidades humanas más superficiales radican en la adaptación, la autocompasión y la fe.
 
En uno de esos caminos azarosos por los que transito tan a menudo, confinada a la resignación como un zombi, uno de esos senderos rurales arropados de campos de extraños verdes y de cielos tan azules como un mar intangible, me encontré con este nuevo amigo: un filósofo amargado e inestable que pese a su carácter atormentado era capaz de hacerme reír a mí, que me río por compromiso la mitad de las veces. Me reí auténticamente, a carcajadas, con total franqueza en la soledad que entraña mi propia compañía. Así fue como lo conocí, de la mano de un amigo entrañable que me proporcionó un ejemplar del libro del que comentaré algunas cosas. Se trata de La caída en el tiempo de E. M. Cioran. Este libro reúne nueve ensayos del célebre filósofo rumano, ensayos que se enmarcan sobre todo en concepciones binarias, como la civilización o la barbarie, la salud o la enfermedad (y sus implicancias), la credulidad y el escepticismo, la cólera o la tranquilidad...
 
En "El árbol de la vida", Cioran bosqueja las causas de la pérdida del paraíso y qué significa "haber pecado". Cuando Dios le advierte que no coma del árbol del bien y del mal ¿qué le estaba diciendo? Hay una verdad más allá de las palabras, una verdad que se oculta entre las sombras que proyectan las letras y el bullicio de los sonidos de la palabra en voz alta. Ya sabemos lo que hizo Adán. En la Biblia se dice que "desobedeció", pero yo me pregunto ¿cómo puede desobedecer una criatura que no se diferencia en nada del resto de los animales? Con una conciencia mermada no es posible desobedecer. Esto desde luego no lo dice Emil, pero la lectura de este ensayo nos suscitará múltiples reflexiones. Dice también que el hombre aspiraba a la inmortalidad y por eso comió del fruto prohibido. El árbol del bien y del mal es el del discernimiento. Puesto que nuestro antepasado no tenía discenimiento alguno, al expulsarlo del paraíso, Dios cometió una injusticia. ¿Blasfema, yo? No puede ser blasfemo quien carece de credo. Tampoco lo es el autor del que estamos hablando al decir que "Dios cometió una imprudencia". En cualquier caso hablar de Dios sea probablemente un recurso reservado a aquellos resentidos por un silencio demasiado largo. Está claro que traicionamos la voluntad del demiurgo que requería que permaneciesemos en la ignorancia. ¿Por qué, si ignorantes éramos felices? Éramos felices porque en nuestra consciencia animal no teníamos deseos que satisfacer y en el momento en que fuimos capaces de diferenciar el bien y el mal los deseos insatisfechos nos nacieron desde la profundidad de las entrañas y nos rasgaron por dentro hasta salir convertidos en negra amargura.
 
Pero no nos quedamos ahí...como especie no claudicamos ante el castigo del todopoderoso, no. Fuimos más allá y dimos con una cosa que se llama civilización cuya principal característica es trocar todo lo puro e ingenuo en vileza y miseria. En "Retrato del civilizado", Cioran analiza la posición de las sociedades más avanzadas en relación con las que lo son  menos. ¿Es verdad que somos afortunados gracias a la ciencia y a la técnica? ¿No será más bien al revés? Tal vez los artificios nos convierten en esclavos: los corsés nos aprisionan, los zapatos nos incomodan, la buena educación nos constriñe...a simple vista pareciera que la civilización comporta más beneficios que desventajas, pero tal vez estamos dando por sentadas demasiadas cosas y no somos capaces de pensar de otra manera, de una forma"nueva". Dice Cioran: "El interés que el civilizado siente por los llamados pueblos atrasados es de lo más sospechoso. Incapaz de soportarse más, se esfuerza por descargar sobre ellos el exceso de males que lo abruman, los incita a probar sus miserias, los conjura a afrontar un destino que ya no puede arrostrar solo."
 
Nada más parecido a la educación de los niños: envidiosos de su estado puro de felicidad queremos convertirlos en lo que somos nosotros, porque no somos capaces de soportar que puedan ser felices en bruto, es decir, de una forma distinta a la nuestra. Lo mismo hacemos con todo lo natural, lo que está en estado salvaje: proyectamos nuestras frustraciones en lo exterior, doblegando afuera lo que somos incapaces de dominar dentro.
 
En "El escéptico y el bárbaro" ensalza la duda como única forma de no traicionar a la verdad, inalcanzable siempre. La duda sin embargo, a pesar de ser una elección del todo loable, nos lleva irremisiblemente al naufragio: perdidas las seguridades, sólo podemos vagabundear, dejarnos llevar por el mar iracundo o incluso dejarnos perecer, puesto que no hay ningún sitio seguro, ninguna certeza a la que aferrarse. Las certezas tienen una función práctica muy clara: permitirnos vivir y permitirnos construir. Es la base sobre la que puede elevarse cualquier constructo mental y material. Sin certezas, nada sería posible, viviríamos en un estado de desesperación perpetuo, desorientados y presas fáciles de la desolación. Sin embargo, ese conocimiento es superficial, puesto que lo esencial no puede conocerse por las palabras: "Ese animal charlatán, alborotador, atronador, que se encuentra exultante en el estrépito (el ruido es la consecuencia directa del pecado original), debería quedar reducido al mutismo, pues, si vuelve a pactar con las palabras, nunca se aproximará a las fuentes invioladas de la vida" y "...las opiniones son, como dijo un sabio, "tumores" que destruyen la integridad de nuestra naturaleza y la propia naturaleza. Si pudiéramos abstenernos de emitirlas, entraríamos en la verdadera inocencia y, quemando las etapas hacia atrás, mediante una regresión saludable, renaceríamos bajo el árbol de la vida".
 
Todo esto está muy bien, pero fue quien nos creó quién también nos tendió la trampa. Nos indujo a aquello que sabía que haríamos, puesto que sabía que éramos envidiosos, aunque fuésemos inconscientes de ello, y también fue él, el primero en nombrar las cosas por su nombre intrínseco. "No hay juicio, por negativo que sea, que no eche raíces en lo inmediato o no suponga un deseo de ceguera...".
 
Menos mal que al final nos exhorta del modo siguiente (uf, ¡qué alivio!): "Con ficciones no hay medio de instituir una moral y menos aún normas de conducta en lo inmediato; eso explica el deber que tenemos -para eludir el desasosiego- de devolver sus derechos al bien y al mal, salvarlos y salvarnos....a costa de nuestra clarividencia". Eso es, amigos, "la duda es incompatible con la vida". Pensemos en ello con frecuencia.
 
En "Es escéptico el demonio" retoma la idea del ensayo anterior. Hacer el mal (es decir, volver concreto el Mal) es colaborar con la existencia, por lo que el Diablo, no puede sino ser escéptico. "El drama de quien duda es mayor que el de quien niega, porque vivir sin un fin es mucho más difícil que vivir para una causa mala". Y es que, qué puede ser un filósofo sino alguien que duda, esto es diabólico. Los filósofos buscan la verdad pero no a expensas de cualquier cosa. Sin embargo "la persecución de la duda es debilitadora y malsana; no responde a vitalidad alguna, a interés alguno. Si nos lanzamos a ella, es porque con mucha probabilidad una fuerza destructiva nos mueve a hacerlo."
 
Otro de los puntos de interés en sus textos es la literatura, y este libro que nos ocupa no será la excepción. El autor se sirve de Tolstoi para reflexionar acerca de la enfermedad, "la vida verdadera comienza y termina con la agonía (...) lo que nos salva es nuestra pérdida (...)". Para Cioran, "se subestiman las ventajas de la saciedad, la cual permite descubrimientos vedados a la indigencia". Shopenhauer consideraba que la felicidad solo puede darse por el ser y no por motivos extrínsecos. En este punto se ponen de acuerdo Schopi y Cioran en una cosa: la saciedad no es necesariamente condición para la felicidad, es más, puede ser, por el contrario, contraproducente. Emil va más allá: la felicidad que nos da la saciedad nos priva de otras cosas, tales como la creatividad:
 
"Como la liberación está en los antípodas de la inspiración, para un escritor consagrarse a ella equivale a una dimisión o incluso a un suicidio. Si quiere producir, ha de seguir sus buenas y malas inclinaciónes, las malas sobre todo; si se emancipa de ellas, se aleja de sí mismo: sus miserias son oportunidades."
 
También la cólera es un bastión en el que podemos resguardarnos de la locura. Abre una brecha por donde escapan las toxinas que de otro modo acabarían con nosotros: "una crisis de demencia nos preserva de la demencia".
 
 
Tal vez debamos pasar por encima muchas de las interesantísimas afirmaciones de este libro porque no nos es dado el revelarlas todas, no conviene pues, que nos detengamos más tiempo en ellas, sería mejor que nos hiciéramos con el libro de alguna manera ilegal, a ser posible, para disfrutar de sus beneficios de forma más trascendente y lo más pronto posible, puesto que: "¿acaso no equivale querer mejorarse a gustar de la tortura y del infortunio?"
 
Vamos a colaborar con la existencia, pues, de un modo diferente.

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