domingo, 8 de febrero de 2015

Scherzhauserfeld o la antesala del infierno (el infierno)


Luego de varios intentos para escribir esta entrada (algún demonio invisible debe haberse conjurado en mi contra esta vez) he conseguido, dejando de lado ciertas pretensiones, acceder al registro escrito e informático para hablar del maravilloso libro que con premura debo devolver para evitar la sanción de la biblioteca. Estoy hablando de El sótano de Thomas Bernhard. Los que leen asiduamente este blog, que no dudo que serán dos o tres como mucho y siendo generosa, notarán que repito. ¿Y por qué repito? porque es inevitable. Cuando nos dejamos conquistar por una estética no podemos más que rendirnos a ella una y otra vez y nos dejamos seducir una y otra vez y una y otra vez la disfrutamos.

Esta vez, por ser la segunda ocasión en que escribo una entrada sobre este autor que se está convirtiendo en "mi predilecto", decidí no cometer los mismos errores y apuntar, a medida que leía y releía sus páginas, las localizaciones de los pasajes que consideraba más jugosos o interesantes para poder así comentarlos extrayendo el fragmento correspondiente.

La novela El sótano conforma una trilogía autobiográfica de la que también forman parte El origen y El aliento. Al igual que la novela que comenté en la entrada anterior, el narrador está en primera persona. Este detalle importantísimo, no sólo la hace fácil de leer, si no que también nos hace identificarnos con el personaje que narra los acontecimientos y con sus pensamientos. El protagonista es un joven de dieciséis años que decide dejar la coacción escolar del bachillerato para, como dice él, ir en la dirección opuesta. Ir en la dirección opuesta significa dejar los estudios para trabajar en el sótano, una tienda de comestibles situada en la antesala del infierno (el infierno) como califica el narrador a Scherzhauserfeld, una ciudad austríaca en la que reina la delincuencia, la pobreza y la miseria moral y económica. Allí, en el establecimiento de Podhala, aprenderá muy buenas lecciones, entre ellas, a ser sociable y también a desempeñar la tarea de aprendiz de comerciante de la mejor manera posible, lidiando con la grotesca realidad cotidiana de la Austria de la posguerra y de los austríacos pobres (entre ellos, él mismo). El sótano fue su alimento absolutamente propio y con esta afirmación tan acertada y desconcertante nos deja pensando. Fui al comercio de alimentación, fue mi alimento absolutamente propio, eso lo comprendí en seguida, y a esa intuición tuvo que subordinarse todo. Gracias a su experiencia en la tienda de comestibles pudo poner orden no sólo en su mente sino en todas las cosas cotidianas pequeñas y muy pequeñas. Automáticamente pensamos, tras leer estas palabras que la vida se compone, en su mayor parte, de cosas insignificantes, y que son esas cosas muy pequeñas, las que hacen la vida tal y como es.

Entre sus reflexiones destacan algunas joyitas como ésta sobre la verdad:

La verdad, pensaba, sólo la conoce el interesado, si quiere comunicarla, se convierte automáticamente en mentiroso. Todo los comunicado puede ser sólo falsificación y falseamiento, y por consiguiente, sólo se comunican siempre falsificaciones y falseamientos. El deseo de verdad es, como cualquier otro, la vía más rápida para la falsificación y el falseamiento de un estado de cosas.

Pero no sólo es una novela que abunda en reflexiones que podríamos calificar de filosóficas, si no que también es pródiga en descripciones vívidas, tan realistas como las del Carnaval de Scherzhauserfeld, fiesta en donde la felicidad y la tristeza se dan la mano como hermanas, hijas de la misma vida, y se funden en un abrazo puro de realismo:

De algunas ventanas salía, con intervalos regulares, sobre todo los fines de semana, música, un acordeón, una cítara, una trompeta, de vez en cuando se cantaba también, pero todo aquello era una alegría mortal, al que el día anterior había cantado tan bien su canción popular, hacia mediodía, yo estaba cerrando nuestra tienda, lo sacaban de la casa en ataúd, no mucho tiempo después la que tocaba la cítara se ahorcó, y el trompetista acabó en el sanatorio antituberculoso de Grafenhof en el Pongau. En Carnaval, el Martes de Carnaval, alcanzaban su punto culminante: se compraban todas las máscaras imaginables y se hacían vestidos, así llamados, divertidos u horrorosos y, como si se hubieran vuelto locos ese día, corrían furiosamente de un lado a otro por el poblado, creyendo que no se los reconocía, cuando la verdad era que se reconocía muy rápidamente a cada uno de ellos. Esa voz de borracho la conoces, ese andar renqueante lo conoces, pensaba, pero ay de quien hubiera dicho a aquellos hombres que los reconocía.
Y si mientras estaba leyendo esta novela, me creía completamente feliz en el ejercicio de la lectura, en contraposición con otras actividades, Bernhard me dio una lección cuando leí otra de las grandes frases de la novela, que por sencilla y obvia, probablemente no se me había ocurrido formulada de un modo tan simple y cercano: La felicidad está en todas las cosas y en ninguna, como la infelicidad. Lo que vemos, ¿qué quiere decir? nos interpela el narrador. 

La felicidad también puede existir aunque seamos conscientes de que somos vulnerables y de que no tenemos nada asegurado:

Hoy estoy bastante seguro de mí, aunque sepa que todo es de lo más inseguro, que no tengo nada entre las manos, que todo es sólo una fascinación, como existencia remanente, aunque siempre renovada y, en cualquier caso, ininterrumpida, y hoy me resulta todo bastante indiferente, en esa medida, en un juego siempre perdido, he ganado realmente, en cualquier caso en mi última partida.

Bien, tal vez me haya excedido pero esta novela lo amerita aunque los excesos nunca sean buenos. Las citas son necesarias, imprescindibles para comunicar de la forma más fiable que me permite una traducción del original, lo que quiso decirnos este genial autor contemporáneo y esta vez, parafraseando sus palabras diré que tal vez no haya seguido ningún camino en esta reseña porque siempre he tenido miedo de seguir un camino sin fin, y por ello, sin sentido. Así que espero haber interesado a alguien o, al menos, haber sabido comunicar todo mi entusiasmo de la forma más fidedigna posible, sin faltar a la verdad (si es que eso es posible).
 
 

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