jueves, 29 de enero de 2015

Holzfällen o Tala

"Mientras todos esperaban al actor que les había prometido venir a su cena de la Gentzgase, después del estreno de El pato salvaje, hacia las once y media, yo observaba al matrimonio Auersberger, precisamente desde el sillón de orejas en el que, a principios de los años cincuenta, me sentaba casi a diario, y pensaba que había sido un grave error aceptar la invitación..."
Portada de Holzfällen. Eine Erregung (1984) 
Así comienza esta interesantísima novela del autor austríaco Thomas Bernhard, que ha conseguido, después de muchos y diversos intentos con otros tipos de lectura, no dejarme indiferente.
No solo porque su estilo es decididamente rompedor, si no también porque es original en el buen sentido de la palabra. A través de más de doscientas páginas, el autor se las ingenia para contarnos la historia de Joana, por medio de los soliloquios de su amigo (un narrador en primera persona) que describe los hechos pasados y presentes, alternando descripciones con pensamientos y opiniones sobre la élite intelectual austríaca.
El estilo de esta novela es, en verdad, especial, y es especial a tal punto, que me ha dejado sin palabras primero y he tenido que tomarme mi tiempo para rumiar un texto más o menos informativo ya que su lectura me ha dejado perpleja. Puedo decir que, independientemente de la trama (o pretexto), lo más llamativo de todo es la forma que tiene de narrar los hechos. Esta forma peculiar de narrar se asemeja muchísimo a los movimientos circulares del pensamiento, que va y viene, que nunca se detiene (dispénseseme la rima involuntaria) que aparece en momentos de lucidez y de embotamiento con sus correspondientes aciertos y desaciertos. El narrador se repite una y mil veces, mientras piensa en su sillón de orejas en los Auersberger, el Graben, la Kartnerstrassse, Joana, Kilb, la Gentzgasse, el actor del Burg, Jeannie Billroth y un largo etcétera. El análisis de este narrador es subjetivo, lleno de descripciones de todo tipo, pero sobre todo divertidas hasta la carcajada (y eso que yo no me río mucho) como cuando afirma:
 "La Schreker y su compañero, lo mismo que Jeannie, que desde hace ya veinte años fingen ante los jóvenes rebeldía, revolución y progreso y que, en realidad, en esos veinte años no han hecho otra cosa con más energía que subir y bajar las escaleras de servicio de los ministerios que dan dinero, fueron siempre parientes espirituales; con su arte para engañar a la juventud y extorsionar a los embrutecidos ministerios siempre me resultaron repugnantes".
Claro, que es imposible no simpatizar inmediatamente con este narrador algo gruñón que se entretiene hablándose a sí mismo y criticando la burguesía austríaca, burguesía que por otra parte, ha abandonado su lado idealista y reformador de la sociedad o incluso, bohemio, del arte por el arte de sus primeras épocas, para apoltronarse cómodamente en su sillón de conformismo y autocomplacencia y dedicarse a recibir premios con sus correspondientes sumas monetarias asociadas y a conseguir subvenciones y trabajos bien remunerados por el Estado. Pero seamos sinceros, ¿quién puede resistirse a estas delicias del paladar? Ni siquiera nosotros que leemos plácidamente en nuestro propio sillón de orejas (un sillón que nos escucha también a nosotros) Tala y avanzamos ávidamente a través de sus páginas sin párrafos. Ni siquiera nosotros.

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