domingo, 1 de marzo de 2015

Pinturas académicas: Mito, historia y religión, idealizados

Una visita es poca para apreciar en todo su esplendor las ochenta y cuatro obras que se exponen desde el 14 de febrero en la sala de exposiciones de Recoletos de la Fundación Mapfre y que se podrán visitar hasta el 3 de mayo.


La exposición que hoy nos interesa llegó no demasiado tarde como para poder repetir. Mi compañero me recomendó visitarla, tras haberla visto él mismo en buenísima compañía. Así que partí hacia los brazos abiertos y generosos de esta pequeña gran muestra del buen gusto y de la pericia con la que obraban los pintores del arte académico a mitad del siglo XIX. Además de su indudable maestría con el pincel y del conocimiento cultural (religioso, histórico o mitológico) que subyace en la elección de los temas, los pintores academicistas dejaron su sello personal en cada una de sus obras, diferenciándose claramente unos de otros, a pesar de elegir motivos similares o de tener un cánon de la belleza estándar.
Y hasta aquí, los datos. Lo que voy a explicar ahora es más bien una traducción del lenguaje del corazón en donde anida el goce estético (por lo menos el mío). Las obras son magníficas. Parece estúpida esta afirmación por lo evidente pero permítanme que ahonde en mi estolidez y que, además puntualice por qué son magníficas. Son magníficos los dibujos: el conocimiento anatómico deslumbra en todas y cada una de las pinturas, aunque seguramente muchos de esos cuerpos fueran dibujados de memoria. Ya sabéis que los pintores debían conocer el cuerpo humano a la perfección y para ello, la aspereza amarga de la práctica incansable es imprescindible (que nadie se ahogue en mi excesiva lista de adjetivos, por favor). Las mujeres son similares: bellezas rubias de cabellos ensortijados y cuerpos curvilíneos e inmaculados resplandecen en medio de paisajes bucólicos o rodeadas de sátiros, faunos y toda sarta de seres lascivos que las observan cautivados. Asimismo, el trabajo realizado con el pincel es notable: no es real sino idealizado. Los detalles son muy importantes: no sólo en el primer plano sino también en los planos secundarios.

El dominio de la figura humana es patente, así como la reinterpretación de los motivos religiosos e históricos. Ejemplos de altísima calidad son el sobrecogedor Job de León Bonnat o La campaña de Francia de 1814 de Meissonier.
Entre los cuadros de tema oriental destacan Tamar de Cabanel o Los peregrinos yendo a la Meca de León Belly de un colorido incomparable, bien distintos de las pinturas de tema religioso.
Dentro de la perfección conseguida en la representación figura humana se encuentra el género de los retratos (por ser estos parte de la anatomía) entre ellos los de Proust y Víctor Hugo, así como de múltiples personajes de la aristocracia francesa.

En conclusión, se trata de una exposición muy recomendable, tanto para ver solo o acompañado (bien o mal, da igual, aunque mejor que sea bien), y sobre todo: para repetir, porque una visita se queda corta para apreciar una muestra tan completa y maravillosa en donde los grandes maestros de la pintura académica hacen gala de sus plumas más espléndidas para brillar eternamente.

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