jueves, 7 de abril de 2016

Gregorio y nosotras


Bien, hagamos memoria. Uno, dos, tres y al pasado. Un paso pequeñito para el hombre, para la humanidad, un salto. Miremos el pasado con ojos amables. O intentémoslo. Observemos sin esperar nada a través de la rendija oblicua de la mente. ¿Qué veo? Veo un viaje a Granada impulsado por deseos de evasión y también por nuevos intereses. La Alhambra, qué gran lugar. Sí, eso dicen. Una guía de viajes, un libro de historia y otro de poemas de Juan Ramón sobre Granada. Mezclado en esta bibliografía azarosa, Ensayos de Gregorio Martínez Sierra. A partir de la mitad del libro Las cartas a las mujeres de España. Comienzo la lectura. Algunas opiniones llaman mi atención, encienden mi rechazo. Me detengo: examino las emociones que suscita la lectura de un ensayo feminista de principios del siglo XX escrito por un hombre que más tarde comprobaríamos muy poco feminista y bastante aprovechado. Me irrita esta lectura, me hace sentir francamente mal. No quiero seguir leyendo pero ¿cómo puedo criticar algo si no lo sigo hasta el final? "Sé valiente. Sé valiente aunque se te salgan las tripas del asco, aunque las consecuencias de tu empuje te lleven a sitios que no te gustarían: sé valiente. Porque si no eres valiente, morirás". 

 
Bien, soy valiente. Sigo leyendo. Las páginas suscitan pensamientos iracundos. Las lecturas añadidas hacen brotar el germen oculto del odio. Tengo que ser comprensiva. El feminismo estaba en ciernes hace cien años, las mujeres ni siquiera podían votar, eran propiedad de sus maridos. Gregorio estaba siendo bastante "progre" para su época. Aún así, ¡qué disparatadas me parecen sus reflexiones! Me enfado aunque no tiro el libro contra el suelo en uno de mis descontrolados arranques de ira. No. Me controlo. Es una virtud que he logrado atesorar a base de darme latigazos. No soy libre o tal vez sí, pero leo. Sigo leyendo. Cuando tengo ratos de soledad aprovecho para escribir también. Ratos como éste, en los que dejo fluir las palabras en que se trocó mi espíritu. Eso es: mi espíritu, palabras. Mis verdades se quedaron sin agua y se marchitaron como flores arrancadas de la tierra. Así que, después de tanto renegar de las palabras, de tanto negar su importancia, me he quedado vacía de actos, pero llena de palabras. La vida es un chiste que no le hace gracia a nadie. Volquemos pues, sin más dilación, esas palabras, que me sobran ¡oh, sí, me sobran!
 
Creo correcto advertir a la lectora o lector de este artículo que Gregorio Martínez Sierra fue un gran escritor. El problema radica en que gran parte de sus textos se los escribió su mujer María Lejárraga y los firmó él. Efectivamente, este señor es "el pieza" que habla de feminismo a las mujeres de España aconsejándonos una sarta de idioteces que ni él mismo sería capaz de cumplir. Exhortándonos a comportamientos con los que él mismo es poco consecuente. Entonces ¿qué nos queda, pues? Para no contaminarnos demasiado con la anécdota de su vida vamos a centrarnos, a pesar de lo escandaloso del asunto en otros menesteres, en la visión del feminismo en España a principios del siglo pasado a través de su libro Cartas a las mujeres de España.
 
A modo estructural diremos que la obra es un compendio de veinticinco "cartas" de corta extensión dirigidas a mujeres y trata todo tipo de temas: los clubs de mujeres, la mujer y el trabajo, la felicidad de la mujer, el ejercicio de la caridad en las mujeres y la maternidad, entre otros.
 
Empezamos mal: en el primer capítulo titulado "Dolorosa victoria" comenzamos con el pie izquierdo (si es que consideramos malo al izquierdo y no al derecho):
"Sí, señoras; antes de la guerra, los derechos de ustedes eran problema mundial y unas cuantas mujeres exaltadas se han querido dejar morir, sencillamente, de hambre para encontrarle la solución. Otro día, cuando acabe la guerra, hablaremos del heroísmo extraño de esas bravas hembras que, por defender la justicia de su causa, lo arrostran todo..., hasta el ridículo."
(Me pregunto qué pensaría de las manifestaciones feministas más radicales de la actualidad, ¿le parecerían ridículas también?).
 
Para Gregorio, la igualdad nos va a costar cara. Quizá sería mejor quedarnos en casa, atemorizadas por el futuro hostil y desconocido, guarecida bajo el ala protectora de nuestro padre o nuestro marido. Desde luego que sería muy cómodo, pero ¿cuánto cuesta esa comodidad?:
"Sí, de las mujeres es el porvenir. Ellas lo engendrarán y lo darán a luz, con dolor, como siempre. De sus entrañas saldrá la Europa nueva, amasada en su sangre. Y el fruto de su vida ¿cómo les va a negar el derecho tan suyo? ¡Oh feministas! Habréis ganado la batalla por la exaltación del deber silenciosamente heroico, suprema prerrogativa femenina. ¡Cara, como siempre, os habrá costado la igualdad conseguida!"
 
El segundo capítulo tiene tela. En él se refiere a los "Clubs de mujeres" que al parecer estaban muy en boga en Estados Unidos a principios del XX. Gregorio alaba este feminismo puesto que es "claro, burgués, práctico y transparente. Podría decirse que es el feminismo de las amas de casa." Vamos, que es el feminismo que no interfiere en las tareas domésticas que se nos achacaban entonces (y aún hoy). Dice:
"Y por ahí empezó: por la reunión de unas cuantas amas de casa, que después de cumplidos sus deberes; criados y educados sus hijos; reglamentada en perfecta ordenación la rutina del arreglo doméstico; cumplidos ya, o a punto de cumplirse, los cuarenta años; curadas del amor, se encontraron, no ya tan bonitas, pero sí tan fuertes y sanas como a los veinte, con el entendimiento más abierto y el corazón más generoso, y no quisieron resignarse a retirarse a un rincón de la vida como trastos inútiles..."
¿Qué entiendo por esto? Entiendo cosas que no me agradan: primero que a principios del siglo pasado se podía ser feminista siempre y cuando se cumpliera con las tareas propias de la mujer en esa época. Es decir, ser feminista en el tiempo libre (más bien escaso) y nunca desatendiendo al marido o a los hijos, es decir, las obligaciones de toda mujer; segundo: que para ser persona hay que pedirle permiso a la biología, porque todas esas ideas del feminismo están bien para las cuarentonas que ya no tienen hijos que cuidar o cuyo marido está tan harta de ellas que prefiere tenerlas ocupadas lejos de la casa. Esta es la sensación que me da y no me gusta. Tal vez sea como mi compañero dice "problema mío" y sea yo quien deba resolverlo, pero yo creo que se equivoca. No es mi problema, esto es lo que ha dicho Gregorio y no sólo él, sino muchos como él a través de la historia, basando su opinión en su prepotencia masculina. Cuanto antes lo admitamos y veamos el error, antes se resolverá sin conflictos para las partes involucradas. Hay que ser valientes, chicos.
 
Otra de las cuestiones la creo superada, por lo menos en parte, era esa supremacía idiota que tenían los hijos varones como un privilegio. Las madres eran entonces criadas y los hijos varones, reflejos en miniatura del padre, la autoridad suprema de la casa. Veamos un ejemplo:
"-Porque quiero saber lo que saben mis hijos, para conservar su confianza.
-Porque no quiero que mis hijos, que saben tanto, se averguencen de mí, que sé tan poco".
No, no me estoy equivocando, ni soy una mal pensada. Está hablando exclusivamente de los hijos varones, el mayor orgullo para una mujer, más que sus hijas, que son consideradas una carga. He aquí otro ejemplo: "...porque de mujeres inútiles no pueden nacer hombres útiles". Ahí lo dejo.
 
Otro de los puntos fuertes del capítulo dos (piensen por un momento que son veinticinco capítulos y recién estamos comentando el segundo, y no sin pasar por alto un montón de alusiones no tan sustanciales) es la consideración que tiene el marido. Al parecer existía la idea (aunque creo que esta idea persiste aún hoy) de que la feminista era una especie de mujer resentida que no había logrado encontrar marido:
"Luego casi todas las feministas de América han logrado alcanzar esa joya inapreciable que se llama marido. Luego no han buscado refugio en el feminismo por despecho..."
 
No me voy a entretener y voy a pasar al siguiente punto. Por suerte la visión del mundo laboral como se tenía entonces se cuestiona hoy bastante. Dice Gregorio que "¡Crear, producir! He ahí toda la razón de la vida." Evidentemente esta afirmación me escandaliza. Hay mucha gente que se piensa que porque uno quiere dedicarse a la vida contemplativa es un vago o no le gusta hacer nada. Todavía hay personas para las que todo es blanco o negro. Es obvio que en determinadas circunstancias las etiquetas ayudan, son necesarias, pero casi siempre hay que ser equilibrado, hasta para usarlas. No puede uno vivir en los moldes indiscriminadamente, ni volando todo el día. Al respecto hace alusión al Evangelio de San Mateo en donde se narra la maldición que echó Jesús a una higuera que no producía fruto. Y yo me pregunto ¿cuándo trabajó Jesús? Es decir, la figura pública de Jesucristo se formó básicamente a raíz del vagabundeo, de la vida contemplativa, meditativa. Jesucristo no tenía un taller de artesanías, ni se ganaba la vida sembrando la tierra. Jesús se fue de su casa. Dejó su estabilidad y la trocó por los sinsabores de la vida nómada. Entonces, ¿a qué viene esa idea de que hay que producir irremediablemente para ser digno? Me pregunto a quién se le habrá ocurrido esa afirmación y cómo habrá hecho ese alguien para tatuarnos en la mente esta idea consiguiendo que se extendiera y se aceptara como un dogma incuestionable, por lo menos hasta la actualidad.
 
Otra idea curiosa por lo menos, con respecto al trabajo femenino es que la mujer ahora que tiene "máquinas" que la asisten en las labores del hogar ya no tiene siquiera trabajo en la casa. ¡Cómo se nota quién cuidaba del hogar en el siglo XX! Evidentemente el autor de este ensayo no era mujer, porque no tenía ni idea de los trabajos que se hacían entonces e incluso hoy en día para mantener una casa en condiciones. Dice: "en media hora está perfectamente limpia la casa con un aparato de succión por el vacío". Yaaaaa, claaaaro. Este Gregorio es un cómico innato, je.
 
La maternidad, esa cosa tan ¡ay! femenina:
"El fruto que ustedes, mujeres de mañana, han de dar al mundo, ha de ser sus hijos. Piensen ustedes en esto valerosamente, sin falso rubor..." Vaya, pues qué triste destino el de las mujeres entonces. Destino análogo al de la abeja reina...poner huevos durante toda su vida para abastecer a la colmena de obreras. Dice también: "Piensen ustedes en la gloria de dar al mundo un hombre, y tiemblen ante la tremenda responsabilidad de tener en los brazos un hijo y no saber hacer un hombre de él". Esto es: el valor de la mujer está en procrear y educar verdaderos hombres (no dice nada de las mujeres feministas a las que les dirige su vana palabrería).
 
Entonces era exclusivamente connatural a la mujer criar a los hijos y además si nos salían rana desde luego ¡era culpa nuestra!: "No nos abandonéis, madres de nuestros hijos, que nosotros sabemos ganarles el pan; pero si vosotras no los hacéis buenos, serán nuestros verdugos y los vuestros".
 
La mujer por aquellos años era en muchos casos caracterizada como un ser insubstancial pero yo me pregunto ¿era posible hacer otra cosa, si lo que se esperaba de esas mujeres era que fueran un adorno, mera decoración hogareña? Sin embargo afirma (y no se corta un pelo, ¿eh?) que las mujeres han de ser bonitas, es su obligación: "La tierra es muy bonita en primavera; ustedes, como ella, tienen la obligación de ser lo más bonitas posible". ¿Por qué debemos ser bonitas? y sobre todo ¿qué es ser bonitas? Luego añade:
"Para ser realmente bonitas, nada de afeites. Afeites son los polvos, las pinturas, el horrible rojo, color de la remolacha, que algunas de ustedes se ponen en los labios. Afeites son los cabellos postizos. Afeites son los perfumes intensos. Muchas niñas de ahora tienen, al parecer, la extraña pretensión de no parecer mujeres honradas; tales van por las calles, que los hombres con un poco de juicio las tienen compasión".
 
A pesar de todo, me siento en la obligación de ser ecuánime.  Diré que Gregorio hace referencia al trabajo infantil. Entonces debemos pensar en que todo lo que afirma a lo largo y ancho de sus ensayos está dicho en una época y sociedad en donde el trabajo infantil existía. Quizás después de aclarar esto, nos parezcan un poco más inocentes sus palabras y no nos las tomemos tan a la tremenda, ¿verdad?
 
No voy a seguir porque hay mucha tela que cortar, yo estoy cansada y no tengo a nadie a quien quiera complacer, no tengo que ser rigurosa si no quiero. Hay muchas más frases y pensamientos inauditos para descubrir en este libro con el que abnegadamente me di cita. Voy a acabar este texto con un último mito, uno de los más odiosos y creo que es el que más lastra nuestras vidas en la actualidad, el de la mujer sacrificada:
"Podéis ser amantes, podéis ser admirables, podéis ser santas, podéis sacrificaros por nosotros, dar la vida y el alma por nosotros; si todo ello no lo hacéis sonriendo francamente, no os agradeceremos vuestro sacrificio; es más: lo soportamos como pesada carga, renegaremos de él."
 
Tras leer este libro, veo claramente que no se puede satisfacer a todo el mundo, ni ahora ni nunca. Las mujeres debemos ser como somos o como elegimos ser; en síntesis: como nos dé la gana. Lo demás no importa nada.

 

2 comentarios:

  1. Por lo menos el libro nos sirve como documento de que las cosas cambian. Lo refrescante es que te das cuenta de hasta qué punto es posible un cambio de mentalidad. Anima mucho pensarlo así.

    Te recomiendo leer las Rubaiyat de Omar Jayam. Poesía modernísima y liberadora de la Persia del siglo XI. Si no las conocías, creo que te van a sorprender.

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    1. Ante todo, gracias por comentar y por tomarte el tiempo de leer el artículo que es bastante extenso. No he leido al autor que me recomiendas, así que lo haré muy pronto. Un abrazo fuerte :)

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